Blanes: una escapada al kilómetro cero de la Costa Brava

Muy bien comunicado con Barcelona, las playas y calas de Blanes anticipan la belleza de la Costa Brava, en una ciudad donde se pueden descubrir pequeñas gemas de historia y tradición

Vista de la bahía de Blanes. Foto Juan Pedro Chuet-Missé _9

Vivo a 700 metros del Mediterráneo, pero en 20 años nunca había visto el amanecer desde el mar. Y eso lo acabo de cumplir en Blanes, considerado el portal de la Costa Brava.

En el extremo sur del litoral costero de la provincia de Girona esta población de 40.000 habitantes, que se dispara en un 50% durante la temporada de verano, es una de las pocas localidades de la Costa Brava a la que se puede llegar en tren desde Barcelona.

A solo 65 km en dirección norte, esta facilidad de comunicaciones la convierte en un destino ideal para una escapada veraniega, que también se puede extender al resto del año.

La playa de S’Abanell por la mañana. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

El hotel a metros del mar

La razón de poder ver el alba desde el balcón o dormirse con el arrullo de las olas fue por la base elegida para conocer Blanes un fin de semana: el Hotel Horitzó, un establecimiento de la cadena Pierre & Vacances (Passeig Maritim S’Abanell 11) ubicado a metros de la playa.

Desde este cuatro estrellas superior hasta el mar no se demoran más de 30 segundos. Basta salir del lobby, cruzar la calle y ya se puede montar la sombrilla. O enfilar hacia la izquierda que en menos de 5 minutos ya se encuentra en el fragor de su centro comercial y lúdico.

Vistas desde el Hotel Horitzó. Foto Pierre & Vacances

Blanes es una de las pocas localidades de la Costa Brava a la que se puede llegar en tren desde Barcelona

El Horitzó, con habitaciones desde 66 euros, cuenta con servicios como spa y gimnasio, además de un variado desayuno buffet que tiene el privilegiado placer de tomar el café matinal con cruasán con vistas al mar, ese icono rocoso que es Sa Palomera y el peñón que protege al puerto y la bahía.

Este hotel cuenta con el restaurante Baluma, que tiene una carta basada en productos de proximidad y tradicionales, con diversos tipos de arroces (ojo al del senyoret), que por suerte puede servirse en porciones individuales; así como carnes y pescados (recomendado el pulpo a la brasa), que recuerdan la larga tradición marinera de Blanes.

Cena en el restaurante Baluma. Foto Pierre & Vacances

Las playas y calas de Blanes

La playa que está frente al Horitzó, la de S’Abanell, se extiende hacia el sur en una larguísima lengua de arena fina de 3.100 metros; recomendada para los que buscan estar tranquilos sin alejarse demasiado de la ciudad.

Ya en pleno centro está la playa de Blanes, de 625 metros, con una abundante provisión de servicios gastronómicos y comerciales a sus espaldas, en un paseo que llega hasta el puerto comercial.

Del otro lado, tras el peñón coronado por un antiguo monasterio de franciscanos, se suceden cinco calas para recordar que ya estamos en dominios de la Costa Brava. Alguna, como Sa Forcanera, solo es accesible por mar; pero a las de Santa Anna, Sant Francesc, s’Agüia y Treumal se puede llegar a pie, en coche o incluso en el tren turístico de la ciudad.

Son espacios pequeños, relativamente aislados, pero con una claridad del agua y con una belleza de acantilados y rocas que emergen como dedos que magnetizan al visitante.

Cala de Sa Forcanera. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Rutas literarias e históricas

Quizás sea ese mismo hechizo que ha atrapado al escritor chileno Roberto Bolaño, que llegó a Blanes para buscar los paisajes de Últimas tardes con Teresa y no se marchó más.

Su presencia en la ciudad se puede seguir en una ruta literaria que se puede combinar con la de Joaquín Ruyra, uno de los grandes escritores de lengua catalana que vivió su infancia en el casco antiguo.

Las calas de Blanes anticipan la belleza costera de la Costa Brava

Casa Saladrigas. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Además de estos dos recorridos literarios Blanes ofrece otras salidas culturales, como la Ruta de los Americanos, como se les llama aquí a los indianos; esos inmigrantes que fueron al Nuevo Mundo, sobre todo a Cuba y Puerto Rico, de los que un ínfimo puñado regresó con sus bolsillos llenos y sus deseos de acomodarse en la alta burguesía.

Lamentablemente la especulación urbanística y el boom turístico de los años ’60 y ’70 se cargó grandes casonas de estos americanos, pero todavía se pueden ver algunas residencias que sobreviven como Can Gallet (que era una de las más lujosas, ahora en una esperada rehabilitación), Can Massó (que en julio abrirá como hotel boutique), su vecina Can Bitlloch, Can Oliveras (actual restaurante), la Casa del Poble, la Teresita de Saboya o Casa Tordera (ahora cafetería P de Pa) o la Casa Saladrigas (hoy centro de exposiciones municipal).

Mercado del Dintre. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Varias de ellas se concentran en el Passeig del Dintre, donde cada mañana se levanta un mercado de frutas y verduras frescas. “Este es el único mercado de Cataluña, y no sé si de España, que funciona todos los días”, acota María José Solaz, de Verduras Batet.

Varias de las paradas venden tentadoras frutas adquiridas en Mercabarna o Mercagirona, pero todavía queda un puñado de agricultores que ofrecen verduras cultivadas en los huertos que rodean a Blanes, y que dieron origen a este mercado centenario.

Huellas medievales

Pero volvamos a la historia, donde el descubrimiento del patrimonio modernista se puede ampliar a los panteones neogóticos del cementerio, el hospital de Sant Jaume o el antiguo Colegio Blandense.

Monumento a la sardanya. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

También hay restos del pasado medieval, cuando Blanes era el puerto más importante de los vizcondes de Cabrera, casa noble que competían en poder y tierras con los condes de Barcelona; como dan fe la fuente gótica del siglo XV que hoy desentona con la vida comercial de la calle Ample.

O la iglesia de Santa María, del s. XIV, a la que se llega subiendo por las empinadas calles del Raval. A un lado estaba el palacio de los vizcondes, del que solo han quedado los muros exteriores; tras la destrucción que dejaron los franceses a fines del siglo XVII.

El Castell de Sant Joan

Sin embargo, el icono histórico por excelente de Blanes es el Castell de Sant Joan. Se trata de una fortificación del s.XI de la que solo queda la torre principal -reconstruida- y unos muros, pero que al estar a 180 metros de altitud, permite atrapar las mejores panorámicas de la ciudad y sus playas abrazados por el valle y el Mediterráneo.

Vista desde el Castell de Sant Joan. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

A un lado está la ermita dedicada a San Juan Bautista, pintada por la ilustradora de libros infantiles Pilarin Bayés.

Ese pequeño templo forma parte de otra ruta, la de las Siete Ermitas, algunas ubicadas en el centro como L’Antiga o la Nuestra Señora de la Esperanza; otras a pasos del mar como la de Sant Francesc (ricamente atrapada por la bungavilla) o la más alejada de Santa Bárbara.

Entrada al jardín Marimurtra. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

El jardín Marimurtra

Hablando de bungavilla, las coloridas flores violetas de este arbusto dan la bienvenida a uno de los puntos imprescindibles de Blanes: el Jardín Botánico Marimurtra (Paseo de Carles Faust 9. Entrada 8 euros).

Este pulmón verde de cuatro hectáreas, que se asoma a las calas del Mediterráneo, es un recomendado paseo a través de tres jardines diferenciados, donde crecen más de 4.000 especies de cinco continentes. Uno puede estar mirando cactus y suculentas de México y África desde un mirador a espaldas de la zona subtropical húmeda rodeado de grandes magnolios; o pasear por una escalinata que conduce a un templete clásico entre ejemplares de la flora mediterránea a pasos de árboles y arbustos de Canarias o Macronesia.

El jardín fue creado en 1918 por el industrial alemán Carl Faust como un centro de investigación y protección de especies botánicas. Tras su muerte en 1952 se abrió al público, aunque sigue con su misión científica.

Escalitana del jardín Marimurtra. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

El pequeño peñón de Sa Palomera se considera el kilómetro cero de la Costa Brava

“Este es un jardín botánico, no un jardín como el de Versalles. Si hay cortezas, plantas secas o restos de rama en el suelo es porque ese es el mandato de la naturaleza”, recuerda la guía Sílvia Garriga.

El Marimurtra, junto con el cercano jardín privado Pinya de Rosa (con 7.000 especies, en su mayoría suculentas y cactus) y los jardines de Santa Clotilde en Lloret de Mar, conforman un rosario de espacios verdes para descubrir otra cara de la Costa Brava.

Tradiciones y fuegos artificiales

De vuelta al centro, el símbolo de Blanes es Sa Palomera, una formación rocosa que emerge a metros de la costa y que se considera el kilómetro cero de la Costa Brava. Nadie puede venir a esta ciudad y no subir a tocar el mástil y hacerse el selfie de rigor.

En pocos días, del 21 al 26 de julio, desde este peñón rocoso se dispararán miles de kilos de pirotécnica en la 51ª edición del Concurso Internacional de Fuegos de Artificio. “Más de 600.000 personas llegan a Blanes para verlo”, acotan en la dirección de Turismo; evento que pone la traca final a la fiesta mayor local donde hay desde bailes de gigantes y cabezudos hasta correfocs.

Alfombras florales en la fiesta de Corpus Christi. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Pero no es el único. El escritor Joan Maragall había homenajeado al variado calendario de festividades locales en el poema A Blanes sa festa hace más de un siglo; y esta costumbre de que todos los meses haya algún evento, sea deportivo, cultural o tradicional (como el bonito despliegue de alfombras florales que se realizó el pasado fin de semana por las fiestas de Corpus Christi) se mantiene con vigencia en la actualidad.

Son motivos de sobra para escaparse a Blanes en cualquier mes del año.

a.
Ahora en portada