Perpiñán, claves para una escapada de lujo discreto en el centro del mundo

A dos horas de Barcelona, la capital de los Pirineos Orientales ofrece todo lo necesario para una breve desconexión entre tiendas de diseño, restaurante de categoría y elegantes alojamientos de enoturismo

La Lonja de Mar, en el corazón del barrio histórico de Perpignan. Foto OT Perpignan

Perpiñán es el centro del mundo, porque allí el tiempo se detiene y la imaginación puede volar libre”. Con su habitual delirio surrealista Salvador Dalí daba fama a esta agradable ciudad del otro lado de los Pirineos, donde la historia medieval, su cultura catalana y su presente de turismo de calidad se conjugan entre sus calles de plátanos frondosos y un pausado ritmo de vida.

A poco más de dos horas en coche, y menos de una hora y media en tren de alta velocidad desde Barcelona, Perpiñán se consolida como meca para una escapada de alta gama, y como base para recorrer los pueblos, viñedos, restaurantes y rincones artísticos de los Pirineos Orientales.

La bandera catalana, siempre presente con la historia de Perpiñán. Foto OT Perpignan

Habla francesa, ADN catalán

La villa recuerda a cada paso que la cultura catalana sigue viva en su ADN: “fuimos parte de la corona Aragón desde el siglo XII y recién desde mediados del siglo XVII somos franceses” recuerda Enric Colomb, exbanquero y actual propietario del alojamiento rural Mas Les Colombes de la cercana Oms, en referencia al tratado de los Pirineos que en 1659 traspasó la región a Francia.

La ciudad que en francés es Perpignan allí se presenta como Perpinyá, en catalán están los carteles de las calles, la bandera cuatribarrada (que más bien parece un zarpazo de tigre) está por todos lados, desde los edificios oficiales y los lazos de las flores hasta en las medias de los equipos de rugby USAP y Dragons Catalans. Y cuatro de cada diez residentes se expresan o hablan esta lengua, que no se enseña de manera oficial pero sí en cada vez más centros concertados o de difusión cultural.

Esta apretada síntesis se puede explorar con más detalle cuando en un paseo se visiten sitios históricos como el museo Casa Pairal que está en El Castillet (el último recuerdo de las puertas de la muralla medieval), el Palacio de los Reyes de Mallorca, en el Museo de la Catalanidad y en la Lonja de Mar (donde está la oficina de turismo).

Vida social en la Place République. Foto Service Photo – Ville de Perpignan

La herencia de la cultura catalana en Perpiñán está presente en cada rincón, desde los nombres de las calles hasta en las medias de los equipos de rugby

Pero el motivo de nuestro viaje, en esta ocasión, era conocer esta ciudad de 120.000 habitantes en clave de lujo discreto, donde como si fuera un pequeño tesoro oculto va descubriendo la calidad de sus comercios, restaurantes y alojamientos.

Comida típica para reponer fuerzas

Un punto de partida tras el viaje desde Barcelona es la plaza Arago, en honor del político local François Arago y no de la vecina comunidad autónoma española, como muchos creen.

A la vera del bonito paseo fluvial del riacho Basse, los restaurantes despliegan sus propuestas gastronómicas que combinan la tradición pirenaica con la herencia catalana y la omnipresente presencia francesa.

Un buen ejemplo es el Caffe Vienne, que si bien tiene 30 años de vida, su estilo art decó revela que hay una historia centenaria por detrás, en el mismo inmueble donde se instaló el primer ascensor de la ciudad.

Su variado menú, con precios de los 20 a los 40 euros, permite aproximarse a la elaborada cocina de los Pirineos Orientales, con entrantes como los mejillones gratinados con alioli, las gambas panko con guacamole y tartar de tomates, las ostras de Leucate o los huevos mimoma.

Gambas panko con guacamole y tartar de tomates. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

De los principales, el pato confitado con patatas es de degustación casi obligada, pero también hay una buena variedad de carnes como el embutido andouillette, el tartar de buey al cuchillo o los riñones de ternera con salsa chardonnay y champiñones.

Si se trata de pescados, no se pierdan de vista las gambas descascaradas con vieiras y caramel de morilla, el filete de salmón con jengibre y boniatos prensados, o la ‘sorpresa española’ con arroz negro.

Perpiñán tiene entre sus iconos gastro modernos al pastelero Olivier Bajard, elegido Mejor Artesano Pastelero de Francia y Campeón del Mundo de Postres, que en el Café Vienne ofrece pequeñas joyas dulces como Le fraicheur citron, Le Croustichoc y La Casot, cuya descripción no alcanza a la delicadeza y elegancia de sus sabores.

Cabe puntualizar que una buena oportunidad para conocer la tradición culinaria de la región es concurrir al Palais des Terroirs, que se organiza cada dos años, y donde 50 chefs de los Pirineos Orientales -muchos agrupados en la asociación Les Toques Blanches de Rossellón y Occitania- ofrecen sus creaciones para 2.500 personas. El ticket cuesta 90 euros, y permite consumir todo lo que el cuerpo aguante.

Joyas únicas

Volviendo a Bajard, además de una escuela de repostería, en Perpiñán tiene dos tiendas. La del centro, en Place de la République 11, está a pocos pasos de la oficina de otra figura interesante de esta ciudad, pero del ámbito de la joyería.

Se trata de Maxime Creuzet Romeu, uno de los 15 joyeros de Francia (de los que la mitad están en París) que son expertos en tallar la piedra granate, una gema que desde tiempos ancestrales es un emblema del sur de Francia, y que por su color rojo opaco solo brilla si es engarzada en oro. La cruz Badine, que suele heredarse entre generaciones, es una de sus creaciones más populares.

Detalle de la cruz Badine. Foto OT Perpignan

“No hay una escuela para aprender a tallar el granate ni todas las herramientas sirven. Yo he aprendido de mi padre”, apunta Creuzet, quien puntualiza que el aspirante a tratar esta piedra preciosa tiene que pasar al menos 15 años descubriendo sus secretos.

Creuzet no tiene una joyería al uso: su local, oculto en un patio interior en la calle Font-Froide 9, es una pequeña oficina y un taller con una mesa y herramientas con décadas de historia.

Allí conversa con el cliente, conoce su gusto y estilo, y dibuja con mano de artista posibles bocetos, que luego vuelca en el ordenador para crear una joya que jamás se volverá a repetir. A su alrededor, cuelgan fotos de impactantes collares, diademas y anillos de valores millonarios para clientes de todo el mundo. “Cuando estaba en la joyería de Plaçe Vendôme de París solía venir Céline Dion”, dice casi como si no le importara.

Tiendas de diseño

Esta idea que al venir a Perpiñán uno se llevará de recuerdo una pieza única se refleja en las tiendas de su pequeño centro. Aquí casi no se ven comercios de franquicias de moda, cafeterías o accesorios. Cada una es un pequeño microcosmos de creatividad con un toque de exclusividad, con escaparates que valen la pena contemplar como un atractivo turístico más.

Cada tienda de Perpiñán es un pequeño microcosmos de creatividad

Telas de Les Toiles de Soleil. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Algunas esconden sorpresas, como Maison Caldeira (Plaza León Gambetta 5), que además de concept store con vestidos, joyas y detalles de decoración, tiene al lado un piso de entrada clandestina, que exhibe muebles de diseños vanguardistas firmados por reconocidos interioristas franceses e internacionales, donde un pequeño sillón de una plaza puede salir 750 euros y un espejo retro de los ’70 se factura unos 8.500 euros.

A pocos pasos está un ícono de comercio local, Les Toiles de Soleil, de esas tiendas donde uno está dispuesto a quemar la tarjeta de crédito en manteles y servilletas de colores, con una gama cromática que se repiten en las sillas, los platos y jarras de cerámica, las lámparas y cientos de objetos de decoración.

Un elegante alojamiento de enoturismo

Esos manteles, elaborados con una tradición que se remonta a 1897, los hemos encontrado horas después cuando llegamos al elegante y acogedor Mas Latour Lavail, a 15 minutos del centro de Perpiñán.

Se trata de una masía catalana (aunque esté en Francia) del siglo XVI que fue profundamente reformada por Lionel Lavail en un alojamiento rural de solo cinco habitaciones de gran tamaño, alguna con terraza propia, con una gran sala de 300 metros cuadrados y con detalles como el hamman y el jacuzzi instalados en las antiguas cavas de botellas.

El alojamiento es una masía del siglo XVI. Foto Mas Latour Lavail

Mas Latour Lavail es un referente del enoturismo: cada habitación está tematizada con alguno de los tintos y blancos que producen en los viñedos que rodean la finca, y en la barra, se ofrecen vinos de las IGP Côtes Catalanes, Côtes du Rousillon, así como tintos y blancos naturales.

Es un sitio para desconectar del mundo con una copa, ya que los vinos de Mas Latour Lavail forman parte de las bodegas Cazes, que también incluyen las marcas Les Clos de Paulilles y Domaine de Grand Chene.

Cada habitación está tematizada con un viño propio. Foto Mas Latour Lavail

Cena en la bodega

Algunos de los vinos de Cazes los probamos en la cena en La Table de Aimé, el restaurante de la bodega en el cercano pueblo de Rivesaltes, donde al entrar hay que esquivar un lote de gigantescas damajuanas. “Son vinos dulces para que maduren con el calor del verano y el frío del invierno. De hecho es muy común que la gente deje las botellas en el tejado”, nos explican al llegar.

El menú, entre 32 y 42 euros, permite elegir entre elaborados entrantes como el mármol de zanahoria con hoja de alga nori y espuma de curry, la terrina de ala de raya con crema de aceitunas, alcaparras fritas y arroz inflado; y principales como el magret de pato con deshojado de patata, el filete de lubina con bisque de cangrejo o el filete de buey marinado en vino tinto.

Filete de buey de La Table de Aimé. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

De postres, están entre el potente helado con láminas de chocolate y crujiente o el baba rum con sorbete de piña y chantilly de vainilla, al tradicional surtido de quesos.

Al momento de este último capítulo, degustamos un exquisito Ambré de Domaine Cazes de 1988, un vino dulce que, sin llegar a la exageración de Dalí de pensar que Perpiñán es el centro del mundo, permite pensar que esta ciudad al borde de los Pirineos tiene todo para ser considerado un destino de escapada de alto nivel.

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