Bodegas subterráneas, reyes godos, quesos y zangarrones en la Ruta del Vino de Toro

Mecido por el Duero a su paso por Valladolid y Zamora, recorremos el territorio donde nace el vino de Toro para descubrir 17 municipios que destilan historia, arte, gastronomía... y mucho vino

Toro, Zamora

Toro, una escapada en clave enoturística. Foto: Ruta del Vino de Toro.

Lejos quedan ya los tiempos en que los vinos de Toro se podían ‘cortar con cuchillo y tenedor’. Su alta graduación alcohólica y su cualidad de recios, que les sirvió para aguantar el viaje en las carabelas con las que Cristóbal Colón llegó a América, ha mutado en elegancia y expresividad.

Siguen siendo vinos densos y potentes, pero también complejos, de buena estructura y acidez, que regalan aromas y sabores intensos y que conquistan a los consumidores: solo en 2021 se vendió la cifra récord de 16 millones de botellas y, en los primeros seis meses de 2022, las ventas aumentaron un 17,5% respecto al año anterior, según datos de la D.O. Toro, que incluye 63 bodegas, entre ellas las prestigiosas Numanthia o Teso la Monja.

Con la tinta de Toro como gran referente y la Ruta del Vino de Toro como hilo conductor entre las provincias de Zamora y Valladolid, recorremos los dominios de este vino que se extienden sobre y bajo la tierra, desde el Paseo del Espolón de Toro, con excelentes vistas a la vega del Duero, al barrio de bodegas subterráneo de San Román de Hornija y de las tinajas enterradas donde elabora su vino Volvoreta al único museo dedicado al queso de Castilla y León, Chillón.

El Duero desde Paseo del Espolón. Foto: Ruta del Vino de Toro.

La tumba de un rey godo

Bastan 53 minutos en AVE para llegar de Madrid a Valladolid. En 45 más estamos en San Román de Hornija, un buen lugar para adentrarnos en la Ruta del Vino de Toro, el proyecto enoturístico creado en torno al vino pero también el patrimonio, la arquitectura, la cultura y la gastronomía de los 17 municipios que lo integran.

Este pueblo de apenas 300 habitantes, poblado desde la prehistoria, despuntó en el siglo VII, cuando San Fructuoso fundó un monasterio por orden expresa del rey visigodo Chindasvinto, que quería ser enterrado aquí junto a su esposa la reina Reciberga.

Destruido el monasterio, hoy solo es posible visitar la iglesia, que cuenta con un pequeño museo que enseña, orgullosa de su historia, Clara Mari, mientras recita los versos del epitafio que Chindasvinto dedicó a su amada y que podemos ver junto a una sepultura de mármol blanco.

En San Esteban de Hornija esta enterrado el rey godo Chindasvinto. Foto: Mar Nuevo.

El barrio de bodegas

En San Román de Hornija y el valle delimitado por los ríos Bajoz y Hornija, ambos afluentes del río Duero, se cultivan sobre tierras pedregosas resistentes cepas tinta de toro. Aquí donde la filoxera -la plaga que asoló los viñedos europeos a finales del siglo XIX- pasó de largo encontramos nada menos que seis de las bodegas que elaboran vino de la D.O. Toro, entre ellas la famosa Pintia, un proyecto de Vega Sicilia.

Además, aquí se cuentan (recordemos que para una población de 300 vecinos) un total de 150 bodegas, la mayor parte de uso doméstico. Muchas se concentran en el ‘barrio de las bodegas’, una suerte de milla de oro del vino oculto bajo la tierra.

El barrio de bodegas de San Román de Hornija esconde alrededor de 150 bodegas excavadas bajo tierra

Y es que hay que alejarse del núcleo urbano para descubrir, excavadas bajo un cerro, cuevas horadadas en tiempos romanos y que los frailes emplearon desde su llegada a la localidad para elaborar y conservar vinos. Visto desde el aire, el paisaje se asemeja al envés de una hoja donde las entradas a las bodegas serían los nervios.

Lagar de la bodega subterránea Ernesto del Palacio. Foto: Mar Nuevo.

Aquí está una de las mayores concentraciones de este tipo de bodegas de la península, la mayoría aún en uso, donde familiares y amigos se reúnen para disfrutar de sus vinos elaborados en casa.

Otras, como la de la bodega Ernesto del Palacio, una de las mayores y mejor conservadas de la zona, se utilizan para envejecer algunos de sus vinos de más calidad en barricas. Mientras uno se adentra hacia el interior de la tierra parece meterse en un túnel del tiempo.

Cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad, lo primero que identifican es un lagar con una viga de madera de dos mil años de antigüedad. Con una humedad y temperaturas constantes (12º), aquí se elaboraron vinos hasta 1969.

Hoy se utiliza principalmente para visitas y catas y es el lugar perfecto para descubrir las referencias de Ernesto del Palacio en tintos (joven, roble y crianza elaborados con tinta de Toro) de excelente relación calidad-precio, el blanco elaborado con uva verdejo y su referencia más especial, Tardón, de la unión de uvas cabernet, merlot y tempranillo plantadas en vaso a 680 metros de altura y en suelos de canto rodado.

Cata en la bodega subterránea Ernesto del Palacio. Foto: Mar Nuevo.

El corazón de la Ruta del Vino de Toro

Si esta ruta tiene un epicentro este es, sin duda, la localidad de Toro, ya en la provincia de Zamora. Dedicada históricamente al cultivo de la vid y a la elaboración y comercialización del vino, aquí este producto es omnipresente y, de hecho, la ciudad al completo se asienta en bodegas subterráneas (unas 300, espléndidas o más humildes) y las leyendas cuentan que su muralla no se hizo con agua, sino con vino.

Desde principios de los dosmil se han restaurado algunas de las bodegas subterráneas de titularidad públicas, como las del Ayuntamiento, el palacio de los Condes de Requena, el palacio de Valparaíso, la Cámara Agraria y el antiguo Hospital (existen visitas guiadas).

El poderío de este pueblo, una de las grandes capitales castellanas entre los siglos XII y XIX, donde nació el padre de Isabel la Católica, se redactaron las leyes de Toro que son las bases de nuestro actual derecho civil y donde está enterrada Beatriz de Portugal, se rastrea en su imponente patrimonio con su Colegiata de Santa María la Mayor, del siglo XII, al frente.

Portada de la Majestad de la Colegiata, con policromía original. Foto: Ruta del Vino de Toro.

A caballo entre el románico y el gótico, destaca la Portada de la Majestad (siglo XIII), con 160 esculturas esculpidas en piedra, que conserva su extraordinaria policromía original. Entre sus tesoros, destacan también pintura flamenca La Virgen de la Mosca y el Calvario barroco de marfil y carey una pieza, por cierto, que a punto estuvo de hacer desaparecer el famoso ladrón de arte Erik el Belga.

Tampoco hay que perderse el Alcázar, donde se encuentra el origen de la ciudad, en el siglo X, la iglesia de San Lorenzo el Real, uno de los mejores ejemplos del arte mudéjar de Castilla y León o el Palacio de los Condes de Requena y sus dos hermosos patios renacentistas, uno completamente construido en madera –por cierto que no hay que perderse otros patios, verdaderas joyas escondidas de Toro-.

La Plaza de Toros, el Hospital de la Cruz, el Teatro Latorre, el Palacio Reja Dorada y la Torre del Reloj levantada sobre la antigua Puerta del Mercado del segundo recinto amurallado de la ciudad son otros de los lugares a tener en cuenta.

Palacio de los Condes de Requena. Foto: Mar Nuevo.

El balcón a la vega del Duero

Tampoco hay que dejar de sentarse en la Plaza Mayor y regalarse una copa de vino mientras se ve la vida pasar. En La Esquina de Colás se pueden disfrutar por copas vinos exclusivos, desde un Titán del Bendito 2018 (10 euros) a un Termanthia 2012 (36 euros) o un Teso La Monja 2015 (240 euros). Sí, la copa.

Para obtener las mejores panorámicas de la vega del Duero (mejor si coincide con el atardecer) hay que dirigirse a la Taberna Malaspina, dentro del Hotel Juan II (Paseo Espolón, 1). Sus mesas en el exterior se asoman directamente al río y los campos de cultivo, allí donde se libró la famosa batalla de Toro entre las tropas de los Reyes Católicos y las de Alfonso V de Portugal y, donde cuentan orgullosos, se forjó la unidad nacional en 1476.

Para comer nos quedamos con el restaurante Doña Negra (Odreros, 10). Regentado por el matrimonio formado por los argentinos César y Eliana, ofrece una carta sugerente con los mejores productos de la tierra, toques de su tierra y mucho, mucho vino.

Arroz con costra de cerdo en Doña Negra. Foto: Ruta del Vino de Toro.

Rabo de toro al vino tinto, cecina, trilogía de bacalao, arroz a la zamorana con costra de cerdo, perdiz en escabeche y peras al vino son algunos de los platos estrella. Cuenta, además, con una excelente carta de vinos.

Museos del vino y el queso

En una zona que vive por y para el vino también hay espacio para otros excelentes productos, como el queso, que cuenta en Toro con el único museo de Castilla y León dedicado a este producto.

Quesos Chillón (Carretera de Tordesillas, 11) descubre la historia de una familia y cuatro generaciones de queseros desde 1890 hasta la actualidad mientras relata los secretos de la elaboración del queso, el trueque por corcho o por conservas de pescado, la profesionalización del negocio o la innovación en la creación de nuevos productos (tienen patente sobre el queso de leche cruda de oveja al vino tinto).

El espacio cuenta también con sala de degustación (no dejes de probar las emulsiones Chillón picante y Chillón con miel, también patentadas, así como los quesos de oveja rojo, con manteca y, especialmente, el Teodolindo Añejo Selección). No se puede salir con las manos vacías de su tienda.

Museo del Queso Chillón. Foto: Ruta del Vino de Toro.

En la localidad de Morales de Toro nos espera otro museo, en este caso el Museo del Vino Pagos del Rey (Avenida de los Comuneros, 90). Más allá de la elaboración de este producto, la visita se centra en la cultura del vino en sentido amplio, analizando sus influencias en la gastronomía, el arte, la literatura o la música.

Se levanta sobre la antigua cooperativa del pueblo, un edificio de 1964 con un singular sistema de cubierta que ha mantenido los 28 depósitos de vinificación originales, que acogen ahora piezas, reproducciones, materiales audiovisuales y pantallas digitales que invitan a una interacción directa.

También en Morales de Toro encontramos La Panera de San Juan, un más que recomendable restaurante ubicado en la antigua panera de la iglesia de San Juan, construida en 1761.

Museo del Vino Pagos del Rey. Foto: Ruta del Vino de Toro.

Allí donde se pagaban los diezmos y las primicias, hoy se puede disfrutar de una comida suculenta, que comienza con el vermú Aventón, que elabora Carlos, el propietario, con uva moscatel, y que continúa con gustosos guisos y estofados, además de un buen bacalao, entre otros platos.

Zangarrones y volvoretas

Buscando leyendas (y más bodegas) llegamos a Sanzoles. Aquí se celebra, los días 25 y 26 de diciembre, la fiesta conocida como El Zangarrón de San Zoilo (el mártir cordobés del siglo IV que da nombre a la localidad) que ha dado fama al pueblo, de alrededor de 470 vecinos.

Gira en torno al Zangarrón, un personaje cubierto por una máscara negra con nariz roja y peluca con cintas de colores que recorre las calles junto a los quintos de la localidad y pide el aguinaldo a los vecinos, que lo oyen llegar por el ruido de los cencerros que cuelgan de su cinturón.

María Alfonso es el alma de Finca Volvoreta. Foto: Mar Nuevo.

Es también una de las primeras mascaradas de invierno en la provincia de Zamora, fiestas que se repiten en San Martín de Castañeda, Pozuelo de Tábara, Montamarta, Riofrío de Aliste o San Vicente de la Cabeza y que se relacionan con el rechazo al demonio, que se combatía con colores muy vivos, cascabeles y mucho ruido.

Sanzoles tiene también su barrio de bodegas excavadas bajo la tierra, y aquí rastreamos uno de los proyectos vitivinícolas más originales de la Ruta del Vino de Toro: Finca Volvoreta.

Volvoreta significa, en gallego y portugués, mariposa. Pocos nombres más adecuados para bautizar el proyecto que dirige de forma personalísima y libre la joven enóloga María Alfonso, primera bodega certificada como ecológica de Castilla y León.

La experiencia comienza en la bodega subterránea, donde duermen las tinajas de barro en las que se elaboran algunos de sus vinos, como L’Amphore, donde la tinta de Toro se expresa de forma distinta a la que se deriva de cualquier otra elaboración.

Finca Volvoreta elabora algunos de sus vinos en tinajas. Foto: Ruta del Vino de Toro.

A veces, María entierra las tinajas en el viñedo, una hermosa ladera con cinco parcelas en las que crecen vides, pero también tomillo, siempreviva (una planta que huele a curry), lavanda, ortigas o insectos.

Con respeto máximo al terruño, practicando la enología biodinámica, esta enóloga cuida lo que hay encima y debajo de la tierra para obtener un fruto de la máxima calidad con el que elaborar sus vinos naturales. También deliciosos. Tomar una copa en el viñedo mirando el atardecer es la mejor prueba.

Comer y dormir en la bodega

El corte más clásico de las bodegas de Toro lo encontramos en Fariña, no en vano fue una de las artífices de la creación de la Denominación de Origen Toro en la década de los ochenta (un Decreto de la II República reconoce ya a Toro como Denominación de Origen, si bien la actual D.O. se fundó en 1987).

Fundada en 1942 por Salvador Fariña en la localidad de Casaseca de las Chanas, a 30 km de Toro, hoy está dirigida por la tercera generación de bodegueros, con Manu Fariña al frente.

Foto: Bodegas Fariña.

Visitamos su bodega a las afueras de Toro (Ctra. Tordesillas, km 32), de arquitectura tradicional y rodeada de viñas viejas. Diferentes tipos de visitas permiten descubrir su historia, las naves de elaboración, la sala de barricas y la cava donde guardan sus referencias más antiguas, así como una exposición de pintura, muy vinculada a su vino Primero, el tinto joven de maceración carbónica que sale al mercado en torno a 45 después del inicio de la cosecha.

Una de las notas más destacadas del vino, que comenzó a elaborarse en 1995, es su etiqueta, distinta cada año y vinculada al mundo del arte. Durante 10 años, la bodega encargó la etiqueta a un artista. En 2006, comenzó a organizarse un Concurso Nacional de Pintura, en el que participan artistas de toda España, y cuya pieza ganadora viste la botella de Primero cada año.

Fariña acaba de ampliar su propuesta enoturística con la puesta en marcha de un museo que incluye desde aperos y elementos empleados para la elaboración del vino a instalaciones artísticas con la cultura enológica como protagonista.

Foto: Bodegas Fariña.

No lejos se puede comer en Bodega Latarce (Carretera Medina de Rioseco, 1), un complejo enoturístico que incluye bodega de elaboración y un moderno y amplio restaurante. Además, cuentan con un gastrobar donde se pueden tomar vinos por copas acompañados de propuestas gastronómicas más informales ( no te equivocarás con la cecina ahumada de babilla con almendras crudas y los quesos zamoranos acompañado de una cerveza artesana Angels de producción propia) y un agradable jardín entre viñedos.

Valbusenda Hotel Bodega & Spa pone el broche perfecto a esta escapada. Incluido en la cadena Eurostars, este exclusivo establecimiento que encontramos en la Carretera de Toro a Peleagonzalo es la opción perfecta para dormir y despertar entre viñedos, que casi forman parte de la decoración de la habitación gracias a los ventanales de suelo a techo de las habitaciones.

Valbusenda es un hotel que respira vino. Foto. Ruta del Vino de Toro.

Además de su recomendable restaurante Nube y un completo y espacioso wine spa con tratamientos de vinoterapia, el complejo cuenta con su propia bodega de elaboración donde conocer los secretos de la elaboración con tinta de Toro, visitar el jardín de variedades (la D.O. admite otras variedades como las tintas garnacha y malvasía castellana, o las blancas moscatel, albillo real y verdejo) y realizar catas maridadas con quesos, embutidos o chocolates.

a.
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