Valle de Boí, la montaña también es para el verano

Iglesias románicas, impresionantes cascadas, cielos estrellados, serpientes de fuego y otras aventuras para vivir el Valle de Boí sin nieve

El románico del Valle de Boí. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Desde la cima del Puig Falcó, a 2.751 metros de altura, uno se siente, inevitablemente, más cerca del cielo. También pequeño, muy pequeño, ante un escenario tan magnífico. En invierno, la cota esquiable más alta del Pirineo, que corona la estación alpina de Boí Taüll, en Lleida, nos regala un blanco paisaje de brillantes y escarpados picos.

En verano, el Puig Falcó vigila, a sus pies, el misterioso Valle de Boí, con tantos secretos por compartir como visitantes ávidos de experiencias se acercan, incansables, a sus dominios.

Iglesias románicas que parecen extraídas de algún cuento, pinturas enigmáticas, aguas termales, tradiciones ancestrales y una impresionante diversidad natural son solo algunos de los tesoros por descubrir.

Sant Climent de Taüll. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Tesoro románico

Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin. Yo soy la luz del mundo… Las palabras se iluminan ante nosotros dando vida a los frescos románicos de la iglesia de San Clemente de Taüll.

El ábside mayor y el presbiterio de la nave central cobran vida mientras los colores se extienden, los contornos de las figuras se delinean y las formas se rellenan.

El majestuoso Pantocrator preside la escena. Yo soy la luz del mundo, anuncia, y a su alrededor avanza la recreación de las pinturas, una de las joyas más importantes del románico catalán y declaradas, como parte de un conjunto de ocho iglesias y una ermita románicas de la zona, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Son pinturas que datan del año 1123 y cuyos originales se conservan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña en Barcelona pero que desde 2013 vuelven a impresionar a los visitantes a través de una fantástica instalación de videomapping.

Los muros, los ábsides y la esbelta torre de San Clemente de Taüll son testigos de nuestro asombro. Absortos, seguimos las líneas que descubren las técnicas pictóricas de los frescos, pero también las diferentes representaciones iconográficas de una pintura con tanta carga artística como religiosa.

El silencio recorre la nave de la iglesia. El sentimiento que produce el montaje queda flotando en el ambiente.

Una escalerilla nos permite subir a la torre. Nos despabila el aire de la montaña, y nos saludan las casas de pizarra del municipio de Taüll y su segunda iglesia, de Santa María, del mismo estilo romántico lombardo y también decorada con hermosos frescos.

El románico es tan excepcional en el Valle, tan abundante y concentrado en un espacio reducido y se ha conservado de forma tan excepcional debido al aislamiento del valle durante siglos, que permitió que no se alterase significativamente su concepción inicial.

Sant Feliu de Barruera. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Otras muestras espectaculares las encontramos en San Joan de Boi, Santa Eulalia d’Erill la Vall, Sant Feliu de Barruera, la Nativitat de Durro, Santa Maria de Cardet, la Assumpció de Cóll y la ermita de Sant Quirc de Durro.

Obras tan perfectas que se estudian en los libros de arte pero que, aquí, en su entorno, animan a atisbar el papel de estas iglesias en la sociedad medieval: un lugar de reunión y refugio, de comunicación, de jerarquización o vigilancia…

Las montañas son (también) para el verano

Estamos en un lugar donde los Pirineos tocan el cielo. Cumbres de más de 3.000 metros de altura que forman parte del Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, uno de los 15 parques nacionales del país (el único en Cataluña) y auténtico paraíso natural de alta montaña.

Parque Nacional de Aigüestortes. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Entre altísimos picos como el Comaloforno, con sus 3.033 m, o el macizo de Els Encantats, dos inmensas moles que se elevan hasta los 2.747 m frente al estany de Sant Maurici, se despliegan ríos, barrancos, cascadas y ciénagas que configuran un reino de agua: más de 200 estanques de formas y colores diversos, y una gran diversidad de especies animales y vegetales dan vida a este espacio natural.

Para disfrutarlo existen numerosas rutas, excursiones y travesías para todos los niveles, desde caminos totalmente llanos y pasarelas de madera a los más empinados y exigentes.

La noche es otra manera de disfrutarlo: el entorno destaca por su calidad para observar el cielo nocturno y tiene el reconocimiento Starlight, una declaración que certifica las excelentes cualidades para contemplar las estrellas, protegidos de cualquier contaminación luminosa

Vía Làctea sobre Sant Quirc de Durro. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Aguas termales

Otra manera de disfrutar del agua, en este caso termal, lo encontramos en el Balneario de Caldes de Boí.

Reconocido por el Libro Guinness de los Récords por su gran cantidad de aguas mineromedicinales, cuenta con un total de 37 fuentes con aguas de diversas composiciones y temperaturas (entre los 4 y los 56 grados) y que pueden ser utilizados con distintos fines terapéuticos.

Es más, se tiene registro del efecto terapéutico de sus aguas desde la época romana y en la actualidad cuenta con una oferta que incluye más de 2.000 técnicas y tratamientos.

Sant Esperit. Foto: Oscar Rodbag | Archivo Patronato Vall de Boí.

Fallas en plena montaña

El verano es, además, una fecha muy especial en el valle por la celebración de las Fallas, una tradición ancestral, de culto al sol, donde el fuego servía para purificar campos y cosechas, regenerar la población y protegerla de los malos espíritus.

La fiesta está declarada Patrimonio Inmaterial por la UNESCO bajo el nombre de ‘Las fiestas del fuego del solsticio de verano en los Pirineos: Falles, Haros y Brandons’.

De mediados de junio a mediados de julio, cada pueblo de la Vall de Boí celebra su bajada de fallas, comienza con el encendido de una hoguera (Faro) en lo alto de la montaña, en un lugar visible desde el pueblo.

Las Fallas. Foto: Sergi Ricart | Archivo Patronato Vall de Boí.

Cuando cae la noche, los fallaires van enciendo sus fallas y bajando por la montaña formando una gran serpiente de fuego visible desde la distancia.

Ya en el pueblo, se compartirá el fuego purificador con todos los visitantes en forma de una gran hoguera, epicentro de una fiesta que desborda alegría, música y emoción y que cumple, como cada año, con el rito de una tradición ancestral en el valle.

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