Fitur, una feria con pasado pero de dudoso futuro
Cuando éste u otros salones especializados en el turismo eran un muestrario ineludible, su sentido también era indiscutible. Hoy, un gasto prescindible

Madrid, 2012, Fitur. Un año más, pero también un año de crisis, un año de cambios y de convulsiones políticas. Fitur ha vuelto a congregar a una parte importante de la industria turística española. El sacrosanto aquelarre del sector ha superado con un aprobado justo las pruebas, las dificultades que señalamos y de las que les informamos antes de su celebración.
Falló Francia, había menos percebe y algún que otro hueco en los pabellones. El monográfico de Andalucía era un clamoroso canto a los espacios abiertos como defensa decorativa y espacial de los recortes que también se notaron, y no poco, en la gran feria del turismo.
No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero sí diferente. Las ferias tienen ante sí el mismo reto que cualquier otro ámbito de la actividad económica: renovarse o morir. Fitur ha optado por la primera, pero sería engañoso decir que lo ha logrado. La industria turística resiste mejor que otras la profunda crisis económica, pero también asiste a una profunda transformación de sus entrañas conceptuales.
Agencias de viajes, hoteleros, mayoristas e intermediarios mil han visto como sus respectivos negocios dejaban de ser una actividad rutinaria, una especie de utility que llenaba los cajones de las máquinas registradoras, para convertirse a fulgurante velocidad en actividades en entredicho según cuál fuera su tipología de negocio.
Dicho en román paladino: Fitur ha perdido fuelle porque lo ha perdido la industria. Pero más aún, las ferias tradicionales empiezan a tener demasiados anacronismos a sus espaldas para resistir los nuevos tiempos. Un asistente, empresario barcelonés de las agencias de viaje, me relataba el sinsentido que supone desplazarse una semana a Madrid para reencontrarse con sus clientes, también de Barcelona, en un pasillo del certamen. Hoy, la inversión en el viaje, la reunión, en tiempos de oportunidades tecnológicas y de búsquedas de eficiencia en los costes, tiene un sentido productivo marginal.
Indiscutible, antes
Cuando Fitur u otros salones especializados en el turismo eran un muestrario ineludible, su sentido también era indiscutible. Hoy, un gasto prescindible. Nuestros vecinos del norte lo han visto claro y son una potencia del sector. Con independencia del coste unitario del metro de exposición, que sería responsabilidad de los organizadores, las propias empresas expositoras no están para festejos y eso se notaba en el ambiente y en las delegaciones presentes.
¿Qué presupuesto se dedica al personal, la decoración, el material publicitario, el alquiler del espacio, los servicios, desplazamientos, alojamientos…? Cada vez menos por una razón incontestable: el retorno de la inversión se reduce notablemente.
Generalizar puede inducir a error, pero cuando muchos de los asistentes coinciden en la incomodidad que año tras año les supone la participación en eventos como Fitur, algo flota en el ambiente que huele a podrido. Posiblemente no sea otra cosa que el debate sobre la utilidad de celebrar un gran salón especializado en tiempos de crisis, en una época en la que resulta más útil consultar una página web de un país que difundir cientos de folletos publicitarios.
Fitur, como algún otro salón, vive de rentas, del rédito histórico de celebrarse en un país que es una potencia mundial turística. Pero, créanme, su futuro es incierto.
Las ferias tradicionales tienen pendiente de llevar a cabo su reconversión. O aportan valor o seguirán siendo una máquina de generar costes. Y eso, si miramos a nuestro alrededor, parece contrario al signo de los tiempos. Una lástima.
* Xavier Salvador es director de 02B y Economía Digital