Un día para atrapar el espíritu rebelde de Marsella

Mediterránea y cosmopolita, orgullosa de su espíritu provenzal y con ganas de mostrar que es mucho más que puertos y playas. Así es Marsella

J4, uno de los edificios que marcan la nueva Marsella. Foto JP Chuet-Missé

Marsella está más cerca. La segunda metrópoli francesa tras París, con su alma provenzal combinada con siglos de inmigraciones y su renovada propuesta cultural y arquitectónica se puede conocer en una rápida escapada desde España.

Desde el pasado 8 de abril Renfe-SNCF en Cooperación retomó la ruta de alta velocidad en tren desde Madrid y Barcelona a Marsella, que demora unas ocho horas desde la capital española y cinco desde la catalana; y con billetes desde 29 euros.

Vista de Marsella desde Nuestra Señora de la Guardia. Foto JP Chuet-Missé

Marsella multicultural y orgullosa

De centro a centro, sin las idas y vueltas que tiene el avión, uno puede llegar preparado para conocer una metrópolis siempre dinámica, multicultural (casi la mitad de sus 870.000 habitantes se reconocen como musulmanes), que en las últimas décadas ha trabajado duro para quitarse el estigma de ciudad peligrosa.

Marsella muestra con orgullo su cara multicultural: fundada por griegos, casi la mitad de su población se reconoce como musulmana

Nuestra Señora de la Guardia, uno de los símbolos de la ciudad. Foto JP Chuet-Missé

Los marselleses se reconocen como rebeldes (por algo Luis XIV construyó el fuerte de San Juan para mantener a raya a la población), enfrentan a los que critican el mosaico cultural (“si es que fuimos fundados por extranjeros: los griegos de Focea hace 2.600 años”, dice el guía Alessio) y rescatan el carácter despreocupado y abierto de sus gentes frente al cosmopolitismo flemático del norte (o sea, los parisinos).

Por la cornisa mediterránea

No es fácil condensar los numerosos atractivos de Marsella en un viaje relámpago, pero tampoco es cuestión de ver todo en la primera oportunidad.

Un lugar imprescindible es el mirador por excelencia de la ciudad, la basílica de Nuestra Señora de la Guardia, cuya estatua dorada se ve desde cualquier ángulo de esta ciudad de orografía endiablada.

La costa de Marsella con las islas de If y Frioul. Foto JP Chuet-Missé

Para llegar hasta allí lo mejor es tomar un autobús de la línea 60, que sale cerca del complejo Muceum, o subir al autobús turístico de Colorbüs, en el Puerto Viejo.

La ventaja de esta última opción es que transcurre por la cornisa mediterránea, donde además de la minúscula Playa de los Catalanes y el mar turquesa se introduce (como puede) por las angostas cuestas de barrios como Rourac Blanc, donde las familias burguesas construyeron grandes villas para disfrutar del sol y el aire fresco lejos del centro.

La explanada de espejos del Puerto Viejo. Foto JP Chuet-Missé

El gran mirador de Marsella

La basílica de estilo neo bizantino despliega vistas de 360 grados de la ciudad, que se extiende como una gigantesca mancha urbana por montañas como las de Les Calanques.

Su interior, decorado con mosaicos dorados, llama la atención por los exvotos de maquetas de barcos y aviones.

Tradición pescadora

De vuelta al Puerto Viejo, se puede tener un toque de la antigua tradición pescadora con los puestos que cada mañana presentan las capturas del día; pero como uno no viaja con sartenes a cuestas, lo mejor es probarlas en los restaurantes que flanquean la rada.

La tradicional sopa ‘bouillabaisse’. Foto JP Chuet-Missé

Así fue en Chez Madie – Les Galinetes, local familiar especializado en cocina provenzal que prepara la tradicional sopa bouillabaisse (que eran pescados que antes carecían de valor) con patatas y crotones; así como erizos, mejillones, la trilogía mediterránea (tres especies pescadas en la mañana) o carnes de la región.

El Muceum

Bajando hacia el mar se encuentra una de las fusiones entre el duro pasado de la ciudad y su presente de cambio.

Es el fuerte de San Juan, una antigua fortaleza reconvertida en el Muceum, un centro de exposiciones sobre las civilizaciones mediterráneas (actualmente hay una sobre faraones) con sus patios, terrazas y pasillos abiertos a residentes y visitantes, y al que se accede por una gigantesca pasarela que comunica con la iglesia románica de San Lorenzo.

Edificios como el J4 o la Villa Mediterránea son algunos de los pasos de Marsella a la modernidad

Los edificios de la Villa Mediterránea y el J4 del Muceum. Foto JP Chuet-Missé

Otra pasarela llega al nuevo edificio J4, un cubo de 30.000 m2 rodeado por una trama de encajes de hormigón diseñada por Rudy Riccioti, donde en su terraza a media sombra se contempla la entrada al puerto y el palacio neoclásico del Pharo, con una barranca verde donde a los marselleses les gusta contemplar el atardecer.

A un lado de este sofisticado edificio está la Villa Mediterránea, otro moderno centro de exposiciones y conferencias diseñado por Stefano Boeri.

La nueva arquitectura de Marsella

Si se soporta caminar unos minutos bajo el sol sin un árbol a la vista hacia la catedral uno se topa con el centro comercial de Las Bóvedas, que comparte espacios con el museo Regards de Provence (con una colección de arte regional desde el s.XVIII a la actualidad).

Chocolates de L’Esperit de Marseille. Foto JP Chuet-Missé

Entre sus comercios, cabe tomarse un minuto para conocer la tienda L’Esperantine de Marseille, que elaboran un delicioso chocolate con aceite de oliva que lo llevó a ganar el premio Cordon Bleu como la mejor pieza de repostería de Francia.

Se puede seguir por el litoral marítimo y ver otros edificios modernos como la Torre Marseillaise (de 135 mts, diseñada por Jean Nouvel), el rascacielos CMA-CGM (de Zaha Hadid, de 147 mts), el auditorio Le Silo o el sofisticado polo cultural Frac-Paca (autoría de Kengo Kuma).

Por las callejuelas de Le Panier

O también se puede explorar Le Panier, el kilómetro cero de la historia marsellesa, un barrio de escaleras y calles estrechas llenas de arte urbano, donde en una esquina uno se puede encontrar un puesto que regala libros, a pocos pasos galerías de arte, más allá bares de diseño que sirven pastís con aperitivos marinos junto con tiendas de toda la vida.

El espíritu bohemio de Le Panier. Foto JP Chuet-Missé

Le Panier, el barrio histórico, tiene muestras de arte urbano en cada rincón de su pequeño trazado

Sus calles empedradas son tranquilas, muchas de ellas llenas de plantas cuidadas por los vecinos, como un silencioso oasis frente al tránsito más cercano al nerviosismo italiano que a la urbanidad francesa.

Cena provenzal al caer el sol

Ya al atardecer, se puede regresar por la Rue de la République, una avenida de aires imperiales que nunca terminó de gustar a los marselleses a pesar de la gran cantidad de edificios de fachada neoclásica.

Sin embargo en las últimas décadas está resurgiendo, fogoneado por inversiones inmobiliarias y la llegada de tiendas de grandes marcas de ropa y tecnología.

Espectáculos callejeros e la plaza Thiars. Foto JP Chuet-Missé

Ya es momento de cenar y la vida social se descubre del otro lado del Puerto Viejo, en plazas como Thiars o Aux Huiles.

Aquí hay un pub o restaurante al lado del otro, con una oferta ecléctica de cocina provenzal y propuestas internacionales.

Atardece en Marsella. Foto JP Chuet-Missé

Nosotros llegamos a Paule & Kopa, donde a pesar de la nula simpatía de su maître hay que reconocer que preparan unas berenjenas rellenas y unos pieds paquets (patas de oveja y tripas rellenas guisadas) estupendos.

Claro que hay mucha más Marsella para conocer: la de los edificios históricos al sur del Puerto Viejo, los barrios costeros, las islas de If y Frioul, las extensas zonas verdes hacia Les Goudes y la belleza mediterránea del Parque Nacional de Les Calanques.

Pero ya habrá más oportunidades de descubrirlos.

a.
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