Cinco motivos para escapar a Montpellier

Su arquitectura moderna, las tiendas de su centro histórico, un novedoso polo gastronómico y sus propuestas culturales son motivos que justifican un paseo por esta ciudad francesa

Arte, estilo y elegancia en las calles de Montpellier. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Quizás sea por su orgulloso carácter occitano, pero en ocasiones cuando se camina por Montpellier, se tiene una percepción de que uno todavía sigue en España.

“Esta es la ciudad más andaluza de Francia”, bromea Rafael Fernández Vidal, un gaditano que hace años sentó sus reales en esta villa del sur de Francia y que forma parte de la Dirección de Turismo local.

Es posible que tenga mucho que ver la cantidad de horas de luz solar, el clima Mediterráneo (el mar está a solo 10 km), la pasión por los toros, sus buenos vinos y mejores aceites de oliva; o por ahí es por el carácter despreocupado de sus habitantes, que a pesar de residir en una de las ciudades más grandes del país ninguno parece tener demasiada prisa.

El Arco del Triunfo de Montpellier. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Por suerte para aquellos a los que nunca le alcanza el tiempo Montpellier está a solo 3:20 horas desde Barcelona en los trenes de alta velocidad de Renfe-SNCF En Cooperación, que con tres servicios diarios ofrecen la forma más rápida y sostenible de organizar una escapada.

Y esto es lo que nadie se puede perder en una visita a Montpellier.

Gastronomía en Halles du Lez

Si se toma un tren por la mañana lo más probable es que el estómago reclame la atención cerca del mediodía. Un punto importante es recordar que ni bien se cruza la frontera los horarios cambian: los franceses comen a eso de las 12:30 o 13:00 y cenan alrededor de las 20:00.

Si a alguien se le ocurre buscar una mesa a las 15:30 con suerte puede arañar un pastelillo en un café, por lo que lo mejor es ir prevenido.

Entrada a Halles du Lez. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

En los Halles du Lez se despliegan 25 pequeños restaurantes con cocinas occitana, francesa y de otros lugares del mundo

Las opciones más interesantes siempre están en los mercados como en el céntrico Halles Laissac, pero si se busca variedad con un toque desenfadado, el lugar es Halles du Lez.

Este polo gastronómico, ubicado a pocos minutos del centro de Montpellier, presenta 25 tipos de restaurantes en 1.500 metros cuadrados de terrazas y espacios internos (más un nuevo espacio de 750 m2 en la azotea del edificio principal).

No vengan con esa milonga que es street food porque se sirve en un contenedor o un bus adaptado como cocina: esta es cocina del mundo, desde la occitana como los cochinillos y pollos al ast de La Rotisserié hasta los patés de Vita al dente; pasando por la mexicana de Manitas (creado por los gemelos Pourcel, dueños de los lujosos Jardins de Sens -estrella Michelin- y Terminal 1), la sudamericana de Maria Bonita, las tarteletas de Frenchie o los quesos de Les Maries.

Interior del Halles du Lez. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Los sábados por la noche y domingos al mediodía las 700 plazas colapsan. Pero el resto de la semana el lugar está tranquilo, y se puede disfrutar de este abanico gastronómico y luego explorar los vecinos mercados de anticuarios o salir a caminar por el río Lez.

La nueva arquitectura

Si se sigue el curso de este río hacia el centro se pasará por el moderno barrio de Port Marianne, una de las dos apuestas urbanísticas de Montpellier de las últimas décadas, que sigue la estela de la expansión que se inició con el barrio de Antigone.

Nuevos edificios en Port Marianne. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

A mediados de los años ’80 Montpellier estaba en el puesto 24 entre las ciudades más pobladas de Francia y ahora está en el 7º lugar con 290.000 residentes. El responsable de este subidón tiene nombre y apellido: George Frêche, alcalde entre 1975 y 1983, quien encargó al arquitecto catalán Ricardo Bofill que diseñe un barrio de carácter social pero sin que sus ocupantes se sientan ciudadanos de segunda.

Así nació Antigone, 36 hectáreas de edificios de hormigón teñidos con el mismo color crema de las piedras del Ecusson, el barrio histórico; zonas de espacios amplios y peatonales lleno de guiños a la arquitectura y estética de la Grecia antigua, tanto en las molduras con forma de columnas dóricas como en las estatuas de figuras clásicas.

Al llegar al Lez a la derecha está Port Marianne, todo un catálogo de arquitectura moderna. Construido a partir del 2000 y con sectores aún en obras, se puede contemplar y fotografiar sorprendentes edificios como el gigantesco ayuntamiento diseñado por Jean Nouvel, el Arbre Blanc (Árbol blanco) de Sou Fujimoto, Nicolas Laisné y Manal Rachdi (con sus 17 pisos y 193 balcones) o el cromático Koh-i-Noor de Bernard Bühler.

El ‘Árbol blanco’ y uno de los edificios del barrio Antigone. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Estos edificios se suman a otras audaces creaciones de la arquitectura como La Nuage (La nube) de Philippe Starck, el Belaroia de Manuelle Gautrand, el lujoso bloque de Folie Divine de Farshid Mousavvi y el complejo polideportivo de Zaha Hadid. Y siguen las firmas.

Joyas históricas

La silueta que le han dado las murallas al barrio histórico le otorgó el nombre de L’Ecusson (El escudo), un interesante dédalo de calles estrechas, cada tanto atravesado por alguna avenida de inspiración haussmanniana.

Aquí la mezcla de estilos es total. Y está muy bien que así sea. Entre los edificios señoriales que más impactan está la catedral gótica de Saint-Pierre, cuya estructura se une a la Facultad de Medicina, que con 800 años de historia es la más antigua del mundo occidental.

La catedral de Saint-Pierre. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

El esplendor neoclásico de fines del siglo XIX brilla en la plaza de la Comédie (apodada ‘El huevo’ por los locales), mientras que la tranquila plaza de la Canourgue con sus jardines de flores cambia de espíritu al atardecer con las terrazas siempre llenas.

En Montpellier hay unos 100 palacetes, recuerdos de los años de bonanza de la burguesía y la nobleza local

En las calles estrechas, llenas de cuestas y escalinatas, hay casi 100 palacetes que recuerdan la bonanza de la nobleza y burguesía occitana.

La Rue du Bras du Fer, la más fotografiada de la ciudad. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

No cualquiera puede visitarlos: solo se puede entrar de la mano de un guía autorizado. En los tours que organiza la Dirección de Turismo se pueden descubrir joyas escondidas como el mikvé, un baño ritual judío del siglo XIV oculto en el sótano de un edificio; o poder subir al Arco del Triunfo que funciona como puerta de entrada al centro histórico; y desde donde se pueden tener una de las mejores vistas de Montpellier rodeado de las sierras y el mar.

Y si se trata de presumir en Instagram, todo el mundo hace la foto de rigor en la escalinata de la Rue du Bras du Fer, con sus peldaños de colores. No la pierdan de vista.

Tiendas y arte urbano

No hace falta caminar rápido por las calles de Montpellier. De hecho, ir despacio es la mejor forma de conocer la abundante cantidad de tiendas, muchas decoradas con un cariñoso cuidado, donde en pocos metros cuadrados conviven propuestas gastronómicas, diseño de ropa, anticuarios, galerías de arte y locales de oficios.

Preparación en Infuse. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Por ejemplo, bajando por la calle Saint Guilhem se puede probar los pequeños bizcochos y dulces de la Biscuiterie St Guilhem (además de sus mermeladas exóticas inspiradas en Madagascar y la isla de Reunión), los pasteles de La Nuage Patissier y Lily, las creaciones del cacao del Atelier du Chocolate y Le Diamant Noir y los quesos de La Cloche a Fromage, entre otros.

Con dar un par de vueltas se puede probar el pan de Des Rêves & Du Pain (elegida como la mejor panadería de Francia), buscar los chocolates de Thierry Papereux o desconectar unos cuantos minutos en Infuse, donde Geraldine Martínez y Natalie Furnol aplican sus conocimientos de haber estudiado farmacia para crear relajantes o potentes infusiones, elaboradas de un catálogo de 150 variedades de hierbas silvestres o cultivadas bajo parámetros bio.

La plaza Canourgue. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Mientras se camina de aquí para allá se pueden ver divertidas creaciones de arte urbano, como las bicicletas incrustadas en las paredes de BMX, los mosaicos que grafican en pixeles los nombres de las calles -idea de MifaMosa-, los bolardos decorados como setas o caras de cómic, o los grandes y coloridos murales que decoran la calle de Verdason, a la vuelta del museo Fabre.

Y si se quiere algo más clásico, atención a los trampantojos (trompe l’oeil) como el de la plaza Saint-Roch.

Museos de Montpellier

Montpellier será la capital europea de la cultura en 2028, y para ponerse a tono, cuenta con una variada oferta de museos para descubrir diferentes facetas del arte.

Uno es el Fabre, que requiere un poco más de dos horas para recorrer sus más de 3.000 m2 con piezas que arrancan en el gótico italiano y finaliza con muestras contemporáneas como la colección Soulages, y donde se pueden ver obras de Rubens, Monet, Brueghel, Fabre (creador del museo) e importantes artistas de la región.

Sala del Museo Fabré. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

El arte contemporáneo también tiene su lugar en el MoCo (Montpellier Contemporain), con ocho salas de exposición, un restaurante y una librería que se integra a Escuela Superior de Bellas Artes La Panacée.

Montpellier cuenta con varios centros para sentir el arte urbano, como el Museo Fabre, el MoCo o el espacio Nef

Este último centro es un ecosistema de creación continua entre alumnos y artistas invitados, que además de sus salas se expande en un espacio pedagógico, un patio con obras y un auditorio.

Otro espacio para vivir el arte es el Pavillon Populaire, donde en su Espacio de arte fotográfico suele acoger exposiciones de artistas franceses y de otras partes del mundo.

Entrada al museo MoCo. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Y sin olvidar la larga lista de galerías de arte y los colectivos como el de la Nef (sobre la Rue de la Université) con su espacio de 300 m2 para que expongan ceramistas, pintores, estilistas y escultores del vidrio o del hierro.

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