El hechizo de los callejones de Sevilla
En los barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé se despliega un laberinto de callejuelas, recuerdo de la antigua judería, que presentan uno de los rincones más encantadores de Sevilla

El estrecho callejón de la Inquisición, en el barrio de Triana. Foto Turismo de Sevilla
Que Sevilla es una ciudad mágica nadie lo discute. Pero puestos a elegir los rincones de más encanto ¿con cuál quedarse? ¿Con los palacios barrocos? ¿Con los bares de toda la vida? ¿Con los tablaos?
Si es por sugerir, permítanme la sugerencia de optar por los callejones. Pequeñas cicatrices urbanas que heredaron el trazado de laberinto que tenía la antigua judería sevillana, cuyas trazas permanecen en los barrios de Santa María la Blanca, San Bartolomé y Santa Cruz.
Porque su magia no solo reside en la belleza estética de sus paredes blancas y sus flores en los balcones, sino también en sus poéticos nombres, que en algunos casos esconden interesantes leyendas.
El callejón del Agua
Uno de los más visitados, y tiene razones para ello, es el callejón del Agua. En la quebrada trama del barrio de Santa Cruz, junto a la muralla, por aquí circulaba el agua que llegaba desde los caños de Carmona hasta el Real Alcázar.
A pocos pasos de distancia se puede pasear por el callejón de la Judería, uno de los más bonitos del barrio.
El callejón del Agua y el de la Judería son algunos de los callejones más buscados por quienes visitan Sevilla
Esta pequeña arteria une la calle Vida con el patio de Banderas, que se puede considerar como la puerta de salida del Alcázar, que cuenta con una extensión de más de 1.400 m2.
En este lugar había un arco y un postigo que formaban parte de la puerta que comunicaba ese palacio construido por Abderramán III en el siglo X.
Callejones de un ancho mínimo
Entre otros rincones a tener en cuenta está el de la calle Verde, con su solería de ladrillos, o el que conecta la plaza Virgen de los Reyes con la plazoleta de Santa Marta, uno de los sitios más bonitos para desconectar unos minutos en el corazón más auténtico de Sevilla.
Hay varias calles de la ciudad que son tan angostas que apenas pueden cruzarse dos personas al mismo tiempo.
La más estrecha es la del Mariscal, entre la plaza de Refinadores y la calle Doncellas, que en un tramo mide apenas un metro.
No mucho más la ancha como calle de los Besos, oficialmente calle Reinoso, donde se decía que uno podía cruzar labios y mejillas con el vecino de enfrente de balcón a balcón ya que mide 1,06 metros.
La calle Reinoso se la conoce como de los Besos porque se decía que uno podía saludar a un vecino de balcón a balcón sin necesidad de salir de casa
Y si alguien quiere comprobarlo con un medidor, que se anime a transitar por la calle Lope de Rueda -de solo 1,02 metros- o la Cruces -de 1,19 metros-, precisan en Turismo de Sevilla.
Calle de la Vida y la Muerte
La calle de los Besos no es la única con nombre poético. Si se ve el dibujo de vías peatonales en la antigua aljama sevillana se detectará que la calle de la Vida y la de la Muerte se cruzan. Menuda metáfora.
Quizás el detalle escape a simple vista, porque esta última ahora se conoce como callejón Susona, pero las lenguas populares le dieron ese funesto nombre por la leyenda de que una chica judía delató a su padre por amor a su caballero cristiano. Un par de azulejos a la altura del número 10 recuerda este mito.
Y la calle de la Vida tiene este nombre porque esta arteria, que desembocaba en una de las puertas de la judería, fue la vía de escape de varias familias judías que en el siglo XIV huyeron de los ataques y persecuciones.