Olga Domingo, la última ‘trementinaire’

Cambio de vida, de hábitos, de trabajo, de oficio… El confinamiento del año 2020 llevó a muchas personas a replantearse su día a día. Olga Domingo es una de ellas: de directora de un hotel rural a sanadora 'trementinaire'

Olga Domingo. Foto: Anna Alós.

Hasta hace dos años, en 2020, Olga estaba al frente del negocio familiar, un hotel rural de siete habitaciones y restaurante en la comarca de la Cerdanya (Girona). Su madre era, y sigue siendo, la responsable de la cocina, deliciosa cocina más que conocida en la Cerdanya, la de Els Torrens, en Santa Eugènia.

“Trabajar y vivir en familia no es muy aconsejable”, comenta “y yo estaba en constante tensión, siempre discutiendo”. Una mañana despertó y su mente estaba en blanco, sin saber qué pasos debía seguir. Después de un primer susto y de un recorrido por consultas médicas, obtuvo un diagnóstico bastante generalizado: estrés máximo.

“Yo estaba acostumbrada a llegar a todo, a un no parar, y de pronto no era capaz de gestionar la tensión ni de organizar el trabajo”, cuenta. Tras el diagnóstico, dio un giro radical a su vida. Pensó en lo que más le gustaba y dio en el clavo. Se fue a vivir a otra casa, muy cerca de la familiar, y se convirtió en trementinaire, en sanadora, como su bisabuela y su tatarabuela. La tradición familiar estaba a salvo y ella, por fin, haría lo que siempre había deseado.

Qué son las ‘trementinaires’

La historia de las trementinaires tiene mucho de dureza, hambre, penurias y también, por qué no, de cierto romanticismo por lo que implica de aventura.

Con las flores de tanacetum se elabora un aceite indicado para el dolor. Foto: Anna Alós.

Cuentan que hiciera un sol abrasador, lloviera, nevara o se las llevara el viento, ellas bajaban de las montañas del Alt Urgell (Lleida) para curar a la gente.

Pocos médicos había en las zonas rurales a finales del siglo XIX y eran esas mujeres las que ejercían de sanadoras, yendo de casa en casa cargadas con sacos de hierbas del bosque, aceites, pomadas y ungüentos, y una ristra de setas secas colgando del cuello, a modo de collar, para vender.

En enero de 2018 murió Cándida Majoral i Majoral. Tenía casi 101 años y se la conoce como la última ‘trementinaire’, un oficio que renace con Olga Domingo

Olga recupera, pues, esa tradición de sus antepasadas y entra de lleno en el universo holístico del que se nutren gran parte de los fármacos convencionales.

Crema facial hidratante: aceite macerado de milhojas, cera de abeja y decocción de pétalos de rosa. Foto: Anna Alós.

Su nombre proviene de la trementina, la resina que se extrae del pino mediterráneo y que una vez destilada es la base para diversos productos (su esencia se utiliza como antiespasmódico, diurético, astringente y también como estimulante). Cada una tenía su fórmula, de modo que cada sustancia era diferente de color y de textura. La usaban como emplaste sobre picadas de víbora o sobre zonas infectadas, y como calmante para los golpes.

El oficio se envolvía en cierto secretismo, siempre había fórmulas especiales que nunca eran desveladas

Sanar como modo de vida

“Las familias tenían siete, ocho, diez hijos, y en lo alto de la montaña todo era muy duro. Hacía falta aportar un jornal a la familia y ellas lo hacían”, explica. Tenía lógica, los trabajos que requerían fuerza física estaban relegados al hombre, por eso el de sanadora era un oficio femenino en el siglo XIX.

Olga también realiza talleres donde enseña las propiedades de plantas y flores. Foto: Anna Alós.

El ciclo de la vida mandaba entonces: en primavera y verano recogían plantas, flores y aceites, y en otoño y en invierno recorrían la comarca. Duro era, y no poco. Las temperaturas eran entonces mucho más bajas que las actuales y la ropa de invierno tampoco era la de hoy. Pasaban días lejos de casa y pernoctaban en los hogares que las acogían, que ya sabían en qué fechas pasarían y les tenían preparada la habitación.

“Los meses que pasaban fuera de casa, los hombres y las “padrinas” (las abuelas) eran los que se ocupaban de la casa y de los niños. De feminismo no sabían nada, no se planteaban quién hacía qué porque todo fluía. Los trabajos más duros y que requerían más fuerza eran para los hombres, por eso el oficio de sanadora estaba relegado a la mujer. Era todo una cuestión de supervivencia, pero cuando ellas estaban por esos mundos de Dios, como decían, ellos eran los que trabajaban en casa”, comenta Olga.

Cada año emprendían una nueva aventura, porque en aquellos días viajar en solitario no era muy aconsejable para las mujeres. Por eso se trasladaban siempre de dos en dos, para hacer frente a las posibles adversidades. Una era la maestra, la que sabía del oficio, la otra, más joven, era la aprendiz. De este modo la sapiencia pasó a través de la mirada y de boca a oído, porque aquellas mujeres eran analfabetas y no sabían escribir. Por eso apenas hay libros o tratados al respecto.

Aceite de trementina. Foto: Anna Alós.

Medicina natural (y secreta)

Lo suyo era medicina natural, muy limitada, sin duda, pero medicina al fin. El aceite de abeto, por ejemplo, lo usaban para las afecciones del riñón y los pulmones, la hierba que llamaban corona de rey, infusionada servía como abortivo, y el serpildó paliaba la tosferina. De este modo prevenían dolencias a veces, y ayudaban otras veces a sanar.

También llevaban remedios para los males de los animales porque veterinarios tampoco había.

El oficio se envolvía en cierto secretismo, siempre había fórmulas especiales que nunca eran desveladas. “En realidad era medicina preventiva más que curativa, y es que en esto de las plantas hay que tener constancia y paciencia porque el proceso es lento. Tenemos siempre tanta prisa que no nos detenemos a mirar la naturaleza, la maestra, y lo que se puede extraer de ella, y esa es una forma de cultura que no se puede perder, ese es el conocimiento interior en el que estoy trabajando. Hemos perdido poco a poco ese instinto que antes llevaba a la gente a reconocer qué hierbas iban bien para una dolencia. Un perro sabe de qué hierba comer, ese es el instinto. Tenemos demasiada prisa, y eso nos va a matar”.

Tanarida, una planta con propiedades antibióticas, antisépticas y antioxidantes. Foto: Anna Alós.

Manda la inmediatez, cierto, y frente a un dolor se busca una solución rápida, sin atajar el origen del problema porque esa prisa es la que manda. “Nos estamos convirtiendo en una sociedad deprimida y estresada, y tenemos tanta información encima que acabamos sabiendo nada y sin valorar lo que hay”, añade, “y el efecto de las plantas, insisto, requiere tiempo porque la Naturaleza es más lenta que nosotros y pide constancia”.

En su nueva forma de vida, Olga organiza talleres y sale con grupos al bosque para enseñar a reconocer las hierbas y cómo manejarlas. Aprenden a fabricar ungüentos, aceites, jabones, infusiones, cremas, pasta de dientes, jarabes, tinturas…

“Tengo menos ingresos ahora, pero mucha más ilusión y, sobre todo, estoy en paz. Estoy aún en proceso de adaptación, pero diría que se me da bien porque la gente que viene un día, repite”.

Salí de su casa con un bote lleno de hierbas secas mezcladas con pétalos de flor. “Infusiónalo unos cinco o seis minutos, es energético, o sea que has de tomarlas por la mañana, por la noche ni se te ocurra”. Y sí, funciona.

Olga Domingo con la cesta en la que recoge las plantas. Foto: Anna Alós.

En Tuixent (Lleida), la zona de la que proceden las trementinaires de la familia de Olga, hay un museo dedicado al oficio y a estas mujeres.

En enero de 2018 murió Cándida Majoral i Majoral. Tenía casi 101 años y se la conoce como la última trementinaire. Con Olga Domingo el oficio renace.

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