Golpe al sector eléctrico: esta marca de camiones no consigue escapar de la bancarrota
Un proyecto llamado a revolucionar el transporte pesado… que terminó sin gasolina financiera
Uno de los vehículos de la marta Bollinger Motors. Foto: Bollinger Motors
El mercado de los vehículos eléctricos vuelve a recibir un jarro de agua fría con la caída definitiva de Bollinger Motors, una compañía estadounidense que, pese a su ambición y al entusiasmo inicial de sus seguidores, no ha conseguido mantenerse a flote. La firma, que en sus inicios fue presentada como una alternativa robusta y radicalmente distinta dentro del segmento de los camiones eléctricos, ha anunciado su cierre tras años de dificultades financieras y proyectos que nunca llegaron a materializarse. Su desaparición supone un nuevo revés para un sector que sigue debatiéndose entre la innovación acelerada y la fragilidad empresarial.
Aunque en Estados Unidos la compañía llegó a generar cierta expectación, en Europa Bollinger Motors nunca pasó de ser una referencia de nicho. Su presencia comercial apenas se dejó notar y su nombre circulaba principalmente en foros especializados y publicaciones centradas en movilidad sostenible. Pese a llevar varios años en el mercado, la marca tenía todavía un largo camino por recorrer antes de consolidarse como un competidor real en la industria del transporte eléctrico.
Esa falta de reconocimiento global no fue su mayor problema. La empresa llevaba tiempo enfrentándose a tensiones económicas persistentes, con un historial marcado por ciclos de inversión, pausas en la producción y continuos intentos de reinvención. Y aunque estas inyecciones puntuales de capital le permitieron sobrevivir más tiempo de lo esperado, finalmente el 21 de noviembre llegó la noticia que la compañía trató de evitar durante años.
La fecha clave: 21 de noviembre, cierre oficial de Bollinger Motors
La declaración interna de bancarrota cayó como un mazazo entre los trabajadores y los últimos inversores que confiaban en un milagro corporativo. A primera hora de la mañana, empleados de distintas áreas recibieron una comunicación confirmando que, desde ese mismo día, la firma quedaba “oficialmente clausurada”. La noticia puso fin a un ciclo mucho más corto de lo que se había imaginado cuando la empresa anunció sus primeros prototipos.
Este cierre no tomó por sorpresa a quienes seguían la evolución de Bollinger Motors. Durante meses, los rumores habían señalado que la compañía se encontraba en una situación financiera muy delicada, con dificultades para cumplir obligaciones básicas como el pago de salarios. La confirmación llegó después de que el Departamento de Trabajo de Michigan recibiera decenas de reclamaciones por impagos, un indicio claro de que la estructura económica estaba entrando en colapso.
Lo cierto es que la historia de Bollinger Motors es la de una empresa que siempre caminó por el filo. Varias veces estuvo cerca del precipicio, y en todas ellas apareció un inversor dispuesto a darle otra oportunidad. La más sonada de estas intervenciones fue la de Mullen Automotive, que adquirió una parte significativa del capital y dejó la propiedad de Bollinger prácticamente en sus manos.
Aquella operación, que dio a Mullen cerca del 95% del control, se interpretó como un resurgir. De hecho, el nuevo accionariado prometía acelerar la llegada de los proyectos estrella de la firma: los todoterrenos eléctricos B1 y B2, y los camiones B4 y B5, estos últimos basados en un chasis modular pensado para flotas y servicios comerciales. Los planes eran ambiciosos, pero nunca pasaron del papel.

La promesa que no llegó a cumplirse: un catálogo que no vio la luz
En un mercado que mira con lupa cada lanzamiento eléctrico, Bollinger buscaba diferenciarse apostando por diseños cuadrados, robustos y orientados al ámbito profesional. Los B1 y B2 estaban pensados para conquistar a quienes buscaban un vehículo resistente y sin adornos, una especie de reinterpretación moderna de los todoterrenos clásicos, pero impulsados por un motor completamente eléctrico.
Los B4 y B5 representaban otra ambición: entrar en el mercado de los camiones ligeros, un segmento donde hoy conviven propuestas de Ford, Rivian, Tesla y fabricantes asiáticos. Su estructura modular los hacía atractivos para empresas de reparto, compañías de mantenimiento y flotas urbanas. Pero sin recursos económicos suficientes, sus prototipos quedaron estancados y la producción jamás llegó a iniciarse.
La confirmación del cierre llegó a través de correos internos enviados tanto por la dirección como por responsables de recursos humanos. En esos mensajes se reconocía la imposibilidad de seguir operando y se aseguraba que la empresa intentaría pagar los salarios pendientes en las próximas semanas. Una promesa que muchos empleados consideran difícil de cumplir, dado que la compañía se encuentra prácticamente sin activos ni liquidez.
Para algunos trabajadores, el final no fue una sorpresa. Los retrasos continuos en el pago de nóminas, la suspensión de proyectos y la falta de comunicación clara durante los últimos meses hacían presagiar un desenlace desfavorable. Aun así, el cierre abrupto dejó a decenas de profesionales en una situación complicada, sin opciones de recolocación inmediata dentro del mismo grupo empresarial.
Un sector lleno de oportunidades pero también de caídas
La bancarrota de Bollinger Motors no es un caso aislado. El sector de la movilidad eléctrica está experimentando una expansión sin precedentes, pero también destapa las dificultades de competir en un mercado donde los costes de desarrollo y producción son extremadamente elevados. En los últimos años, varias marcas emergentes han tenido que renunciar a sus proyectos o acogerse a procesos de reestructuración.
A pesar de ello, Bollinger Motors destacaba como una de las compañías con mayor potencial dentro del segmento de vehículos eléctricos para trabajo pesado. Su caída deja un hueco en un mercado que busca alternativas sostenibles y, aunque otros fabricantes continúan avanzando, la desaparición de la marca deja una sensación agridulce entre los defensores de la electromovilidad.
El cierre de Bollinger Motors funciona como recordatorio de que no basta con tener buenas ideas: se necesitan recursos, estabilidad financiera y un respaldo sólido para transformar prototipos en vehículos reales. Su quiebra representa un golpe simbólico dentro del sector eléctrico, especialmente para quienes confiaban en que la marca se convertiría en un referente en el ámbito industrial.
La batalla por electrificar el transporte pesado sigue adelante, pero lo hace con un competidor menos y con una lección evidente: el camino hacia la movilidad del futuro no está exento de obstáculos, y solo las empresas capaces de resistir los vaivenes económicos podrán mantenerse en pie.