Robotización: el reto del mercado de trabajo es el futuro

La historia nos demuestra que no hay institución que pueda emprender una guerra contra el futuro y sobrevivir. La tendencia es clara

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Uno de los fantasmas que más asustan del futuro que ya ha comenzado es la aparente amenaza que la robotización y el desarrollo de las nuevas tecnologías nos van a traer. No se le escapan a nadie los efectos que la sustitución del hombre por la máquina puede tener. Y en la actual revolución de la inteligencia artificial, estos efectos están siendo presentados casi como el fin de los tiempos.

El apocalipsis robótico no es nuevo ni en los relatos de ciencia ficción ni en la historia del ser humano. En el siglo XIX, los luditas británicos clamaban contra la automatización de la fábrica textil, y después contra el ferrocarril, la industrialización y la vida moderna. El mismo Henry David Thoreau se retiraba a Walden y publicaba un libro con el mismo nombre que, entre otras cosas, constituía una seria reflexión acerca de la institución del trabajo como adocenamiento y un canto a la vida silvestre y natural.

Sin embargo, el reto que tenemos ante nosotros no es exactamente igual, por diversas razones. Y esa diferencia marca el tipo de respuesta que se requiere para no dejarse avasallar ante un futuro que ya ha sobrevenido y que, sin duda, no se puede frenar.

Aunque el hombre se amolde para ser complementario a la máquina, que haya más trabajadores ofreciendo el servicio llevará a disminuir los salarios

En primer lugar, hay que considerar que no estamos hablando de un desafío que afecte a un solo sector de la economía, sino que es un tema global. Afecta al periodismo, a la industria, a la gestión burocrática, a la oferta de servicios de muchas categorías y, especialmente, a la educación. Todos los mercados, de bienes, de servicios, financieros, se están viendo o se van a ver envueltos en un cambio radical e irreversible. No se trata exclusivamente de los puestos de trabajo que serán sustituidos por una máquina, hablamos de la digitalización, y eso tiene muchos componentes.

Desde el punto de vista de la teoría, en la medida en que el trabajo de la máquina sea complementario al del ser humano, un aumento de la robotización no será tan perjudicial. El problema se agrava cuando las tareas compiten y son excluyentes, de manera que hay que elegir entre el humano, limitado y perecedero, o la máquina, más duradera, exacta y eficiente.

También hay que tener en cuenta otros factores, como apunta David H. Autor en su conocido artículo “Why are there still so many jobs? The history and future of workplace automation”, publicado en el Journal of Economic Perspectives. Por ejemplo, incluso en el caso en el que el trabajo del hombre se amolde para ser complementario al de la máquina, la elasticidad de la oferta de esos trabajos, es decir, la sensibilidad de respuesta a que haya más trabajadores ofreciendo ese servicio, llevará a una disminución en el salario.

Otro aspecto relevante es la disminución en la demanda de determinados bienes a medida que aumenta nuestra renta, en este caso, en las economías florecientes, la proporción de renta dedicada a comprar bienes y servicios intensivos en trabajo humano será cada vez menor, pongamos por caso los servicios de salud digitalizados, más eficientes. Sin embargo, las economías menos desarrolladas seguirán contando con servicios intensivos en mano de obra humana, menos eficiente y más cara.

Además de quejarnos, podemos pensar en el reto de la robotización como una oportunidad y no como una amenaza

¿Qué va a ser de nuestros trabajos? ¿Cómo vamos a seguir manteniendo a nuestras familias? ¿Qué respuesta vamos a ofrecer a esta situación que ya es un hecho? Podemos pedir que el Estado se haga cargo. Pero la historia nos demuestra que no hay institución que pueda emprender una guerra contra el futuro y sobrevivir. La Mesta, los gremios, el diezmo, la servidumbre, son todas instituciones que, afortunadamente, fueron superadas por la fuerza de los hechos y por un futuro que ha logrado una mayor permeabilidad social y una mayor meritocracia. Queda mucho por hacer, pero la tendencia es clara.

Pero además de quejarnos porque nos ha tocado un momento de cambio histórico, podemos pensar en el reto no como una amenaza sino como una oportunidad. Y eso pasa por aprender a ser flexibles. Nuestro modo de vida va a cambiar como cambió la vida de los conductores de caravanas o de las tejedoras.

Probablemente no tendremos un único puesto de trabajo sino varios. Probablemente no nos especializaremos en una sola cosa sino que seremos multitask, a la fuerza, y encontraremos la manera de rentabilizar aficiones y hobbies. Porque en el mundo que nos espera, lo normal es que se multipliquen los servicios dedicados a la mejora de uno mismo y al ocio: el mindfulness ya es un negocio. Los nuevos milenials han redescubierto las cosas más tradicionales, tejer lana, que ahora se llama knitting, la jardinería y los huertos caseros están en alza, las cervezas artesanas, el pan casero, montar en bici y colorear para calmar la mente.

No hay dios que pueda salvarnos del futuro. Solo podemos asumirlo o llegar tarde

Pero no hay que entrar en pánico, las nuevas tecnologías traen la solución a este extraño. A día de hoy, uno puede aprender casi cualquier cosa en internet. Las mejores universidades ofrecen cursos, muchas veces gratuitos, sobre cuestiones de todo tipo: desde teoría del caos hasta contabilidad, pasando por filosofía, electrónica o astronomía. Y eso me lleva al origen de todo: ¿qué va a pasar con la educación cuando las empresas no tengan tanto en cuenta los títulos universitarios tradicionales como las habilidades de los candidatos independientemente de dónde o cómo los han logrado? Y mucho más en aquellos trabajos donde no sea necesaria la presencialidad y las empresas puedan externalizar online, de manera que el mercado de trabajo sea el mundo.

Hay dos opciones cuando se siente ese vértigo que anticipa lo mejor o lo peor. La responsabilidad de cada uno de nosotros es elegir la suya: bloquearse y dejarse tragar por la ola, o ser conscientes, estar preparados y cabalgarla. No hay instancia superior, dios, o hada madrina que pueda salvarnos del futuro. Solamente podemos asumirlo o llegar tarde.

*Artículo publicado en mEDium, anuario editado por Economía Digital

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