Ayusers

Asistimos, estupefactos, a numerosas manifestaciones de la extensión imparable de la libertad individual sin límites, sostenida por la notoriedad que ofrecen las redes, remedando aquel anuncio que afirmaba “porque yo lo valgo”

La presidenta madrileña en una imagan de la campaña electoral de las autonómicas del 4 de mayo. EFE/ Mariscal

La presidenta madrileña en una imagan de la campaña electoral de las autonómicas del 4 de mayo. EFE/ Mariscal

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Ayusers. Sustantivo plural. Def: dícese de aquellos/as que profesan la religión del Ayuserismo, seguidores de una secta derivada del Aznarismo. La principal característica de esta escisión de la ortodoxia Casadiana (otra facción del Pensamiento Popular, ésta considerada la dominante), es su definición de libertad, concepción madrileña de la capacidad de maniobra que pudiera tener cualquier ciudadano (o ciudadana), basada en el libre albedrío propio de quien considera que la calle es suya (reminiscencia de las ondas raíces manolofragísticas del Pensamiento Popular). Por otro lado, religión muy extendida entre los lugares de diversión, tales como tabernas y discotecas.

Sartre ha muerto

El siglo XIX se cierra con la muerte de uno de los filósofos más influyentes del siglo posterior, el XX, un tal Friedrich Nietzsche, fallecido en concreto el 25 de agosto de 1900. Como todos los grandes pensadores, es una especie de navaja suiza que vale para todo (como nuestro Castelao, reivindicado el 25 de xullo por izquierdas y derechas, centro y mediopensionistas como padre espiritual de Galicia).

Inexplicablemente, se convirtió en uno de los intelectuales más influyentes sobre corrientes de todas las orientaciones posibles, desde los nazis hasta los anarquistas. Es famosa su vida, festejados sus amoríos e incluso quizás fuese posible que hasta hubiese quien se haya atrevido con la lectura de sus obras, torticeramente alteradas por su hermana para favorecer a un enfervorecido y también desequilibrado Adolf Hitler. Pero esa, esa es otra historia. Y es también recordado y denostado por haber acuñado el rotundo aserto Dios ha muerto (en alemán Got is tot), afirmación de gran trascendencia posterior. El colapso final como advertencia resulta ser muy aleccionador, como ya sucedió aquel 20 de noviembre de 1975 cuando un ojeroso y apenado Arias Navarro televisivamente, también rotundo “españoles, Franco ha muerto”, ya veréis lo que se os viene encima, parecía deducirse de su anuncio. Pues no se equivocó, no.

Y de filósofos va la cosa. Otro posterior, Jean Paul Sartre, consiguió, con otra frase a él atribuida, un poco más larga esta, adoctrinarnos sobre la libertad: mi libertad se termina dónde empieza la libertad de los demás”. Visto como están las cosas, Sartre también está más que sepultado.

Hasta hace nada, la propiedad sobre la libertad la poseía la izquierda, eso sí, en controversia con la igualdad. Pero va Ayuso y se la apropia

Libertad forzada

Hasta hace nada, la propiedad sobre la libertad la poseía la izquierda, eso sí, en controversia con la igualdad. Pero va Ayuso y se la apropia y, además, la utiliza como bandera, esa también roja y cuajadita de estrellas que es la de la Comunidad de Madrid a la que, rotundamente (ahora ya con diez quilos menos), presenta y representa. Y la legión ayuser corrobora el triunfo de su formato, con aglomeraciones continuadas que desafían el ya “casi” derrotado virus, salvo que Pedro Sánchez nos anuncie lo contrario. La frase, con muchos sentidos como todos los epigramas de Sartre, se ha enrevesado y ahora se enuncia como “la libertad de los demás empieza donde termina la mía”. Conmutativamente imposible tanto monta, monta tanto (perdón por citar a los actualmente perseguidos Reyes Católicos, otrora intocables), en este caso, a diferencia de la multiplicación, el orden de los factores SÍ altera el producto.

En el ejercicio de la libertad, además de consecuencias de nuestros actos, hay implicaciones, repercusiones y secuelas. Pero esto, como se dice ahora, no renta.

Asistimos, estupefactos, a numerosas manifestaciones de la extensión imparable de la libertad individual sin límites, sostenida por la notoriedad que ofrecen las redes, remedando aquel anuncio que afirmaba “porque yo lo valgo”. George Bernard Shaw, con su deje irónico, ya sentenció que la libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto. No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Ella es solo esto: responsabilidad”. Pero eso es pensamiento decimonónico, caduco formulismo de una época de lápiz y papel, nada que ver con la verdad aportada y aprobada desde las redes. Vale más una imagen modificada en internet que todos los argumentos posibles. Pero la libertad, trufada de la debida responsabilidad, exige al otro, en un “deber de especie” consustancial a nuestra condición de seres humanos. En el ejercicio de la libertad, además de consecuencias de nuestros actos, hay implicaciones, repercusiones y secuelas. Pero esto, como se dice ahora, no renta.

Desde finales del siglo XVIII tenemos claro, al menos en el occidente cultural, que poseemos derechos y que estos resultan ser un patrimonio inequívoco de todos, intocables. Pero no hemos sido capaces de enunciar una carta de deberes, que completaría, desde la perspectiva de la obligación, la otra cara de la libertad. No hay derechos sin deberes, no hay exigencias sin obligaciones. En definitiva, como especie, seguimos en construcción.

Esperemos que, en la siguiente reforma del sistema educativo español, que la habrá, seguro, se incluya en la asignatura de Biología un contenido sobre la producción de los contenedores que habitan en la vía pública. Es importante que ya desde pequeños, aquellos que los queman sepan que no hay contenedores macho y contenedores hembra y que, por lo tanto, estos no se reproducen sexualmente; hay que producirlos.

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