Ecologismo y política

El problema empieza cuando algunas asociaciones se empiezan a hermanar y a politizar, y cuando algo se politiza, parece que ya es justificable esa sentencia maquiavélica del “fin justifica los medios”

Niños en una manifestación durante la Cumbre del Clima de Glasgow. EFE/EPA/ROBERT PERRY

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Tengo un amigo cuyo plato favorito era el cocido, y ahora ha dejado de comer carne porque tras haber hecho el cálculo del metano que emiten los animales que nos comemos, y sumarlo al resto de emisiones, ha decidido privarse de la proteína animal para dejarles un mundo mejor a sus hijos. Ya lleva así bastante tiempo, por lo que estoy seguro de que no pudo incluir en sus cálculos el volcán de la Palma; sin embargo, yo me quito el sombrero, porque así entiendo el ecologismo más puro y eficiente, desde la acción individual de cada uno, lejos de los intereses encubiertos, y desde una conciencia personal generosa. Come sano, hace deporte, y tiene buena actitud ante la vida.

La semana pasada veía en casa de una amiga como mezclaban churras con merinas en el mismo recipiente de desperdicios del hogar, uniéndose en armonía pedazos de la grasa del cordero con un envase de yogurt griego, o una espina de jurel dentro de una lata de fabada. Ella se ha mantenido impermeable a las misivas ecologistas, yo creo que más que nada es por su dejadez ante la vida, que probablemente sea fruto de su falta de descanso, ya que suele liarse por las noches aun sabiendo que ha de madrugar. Su novio fuma porros, y pasa unas cuatro horas de media jugando a la Playstation con el único aporte lumínico de la propia pantalla, y el hilillo que se cuela por las últimas ranuras de la persiana, que ya no pliegan como cuando eran nuevas.

Si yo cierro los ojos y pienso en un ecologista, a mí me viene a la cabeza una persona ya madura, con botas de montaña y piernas descubiertas

Si yo cierro los ojos y pienso en un ecologista, a mí me viene a la cabeza una persona ya madura, con botas de montaña y piernas descubiertas, sentada en las escaleras de la plaza de A Quintana. Se podría confundir perfectamente con un peregrino recién llegado a su destino, pero con la diferencia de que el segundo, aunque tenga sus pies llenos de ampollas, sufre una molestia perfectamente asumible gracias al subidón de conseguir la meta, y la primera no asume que la suela de sus botas son de caucho, se sienta sobre una losa de granito, y sus gafas de cristales redondos que le dan esa estética minimalista, son de montura de titanio y cristales de sílice fundido con óxidos metálicos, y que conseguir todo eso le puede generar alguna molestia a algunos, pero que el beneficio general, e incluso el suyo particular, es más que evidente. Este es para mí el perfil más peligroso, el que no atiende a maneras. Se suele caracterizar por disponer de mucho tiempo libre, y la vida prácticamente resuelta, o en su defecto, es el propio ecologismo, el que se convierte en fuente de ingresos, estando en nómina de instituciones subvencionadas.

Y con esto no digo que no mole ver al típico tío de Greenpeace de pie en la proa de una zodiac, ofreciendo su pecho velludo y descubierto a los arponeros japoneses de ballenas, pero el problema empieza cuando algunas de estas asociaciones se empiezan a hermanar y a politizar, y cuando algo se politiza, parece que ya es justificable esa sentencia maquiavélica del “fin justifica los medios”; y de este modo puedes usar de ese dinero de todos, para pagarte a un tío barbudo, con un currículum más que cuestionable pero repleto de títulos en universidades yanquis, para que diga lo que tú le digas, que cuando ya estás cerca de la jubilación, y das imagen de sabio, no te van a empalar por opinar.

Cuando trabajas en minería e intentas explicar a alguien lo que no quiere escuchar, es mejor bajar a la taberna

Esta red asociativa se extiende a la prensa del mismo sesgo, que dará cobertura de forma sensacionalista y catastrofista, a las palabras del supuesto experto, y consiguiendo así dejar con el culo al aire al político de turno del otro bando, que acababa de hablar maravillas hace dos días de tu proyecto. De esta manera hemos conseguido desviar fondos públicos que en un principio parecían dedicarse a un mundo más verde, en fondos para la más sucia de las guerras: la política.

Yo desde luego seguiré admirando a mi amigo, pero también seguiré parando en Arévalo a comerme el cochinillo, aunque él se pida berenjenas a la plancha, y voy a seguir visitando a mi amiga aunque mezcle los recortes del pollo con la prensa del domingo, aunque la vacilaré un poco a ver si consigo algún cambio de actitud ante la vida, o que al menos lo haga de novio. Pero sé que con el peregrino no voy a conseguir nada, porque creedme que lo he intentado, pero cuando trabajas en minería e intentas explicar a alguien lo que no quiere escuchar, e incluso si en raras ocasiones consigues entablar media palabra, y su respuesta cuando no puede argumentar, es que tu mientes, es mejor bajar a la taberna y tomarte un vino con Manolo.

Manolo es mi vecino, obrero del metal, tiene tres hijos, dos de ellos en la universidad, una hipoteca con euribor variable, y también una ranchera de gasoil de segunda mano que compró hace catorce años, para que le entraran todos los bártulos al irse de vacaciones cuando los chavales eran pequeños. Está contento con su vida, pero más le vale a ningún ecologista con la mala hostia que tiene, decirle que mejor que se cierren las minas…

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