El invierno energético será largo, pero pasará

Un desarrollo normal de la transición energética, a medio y largo plazo, acabaría permitiendo a la UE alcanzar su objetivo (sustitución del consumo de recursos fósiles por energías renovables autóctonas) y a Rusia quedarse sin una de sus principales fuentes de ingresos

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

El conflicto bélico en Ucrania ha precipitado la necesaria no vuelta atrás de la Unión Europea (UE) hacia una transición energética que la lleve a ser una economía neutra en emisiones de carbono en 2050: caso en el que se emite la misma cantidad de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera que la que se capta por distintas vías, y posibilita una huella cero de carbono o un balance cero. Una nueva partida y quizás nuevo paradigma de juego geopolítico ha comenzado.

De pronto los escenarios energéticos diseñados para el largo plazo -a veinte o treinta años- se han visto adelantados y acelerados. La siempre “posible” pero poco “probable” rotura de suministro del mayor proveedor de recursos fósiles de la UE (Rusia) está evidenciándose. Los peores tests de estrés realizados por la Comisión Europea tras la anexión rusa de Crimea en 2014 se han hecho realidad. Las previsiones de la UE hablan de que para este próximo invierno, considerado “frío”, la UE se quedará sin acceso al 15% de su demanda de gas natural.

Se podría pensar en relación a la actuación rusa, ¿por qué sucede esto en 2022? Sin embargo, posiblemente la pregunta realizada fue: ¿por qué no ahora, después del shock de la pandemia del Covid-19, tras el que la UE había anunciado la apuesta decidida por la transición energética, y tras el turbulento último año caracterizado por la subida y la volatilidad de los precios de la electricidad y del gas natural (que se incrementó un 134% ente febrero y julio)?

La respuesta tiene que ver con la independencia energética europea. Y es que es precisamente el tiempo el que juega en contra de los intereses de Rusia. Un desarrollo normal de la transición energética, a medio-largo plazo, acabaría permitiendo a la UE alcanzar su objetivo (sustitución del consumo de recursos fósiles por energías renovables autóctonas) y a Rusia quedarse sin una de sus principales fuentes de ingresos. Así que en el corto plazo, una precipitación rusa de los acontecimientos podría dificultar la transición energética europea, además de agitar la contestación social en los Estados miembros por el encarecimiento de los precios, y debilitar, en parte, la confianza en las instituciones.

A Rusia no le interesa un futuro energético basado en el uso de renovables

De esta forma, en la medida en que sustituimos tecnología que necesita de la importación de recursos energéticos, que la UE en la práctica no posee, por otras tecnologías renovables que emplean flujos y recursos naturales autóctonos, se estará evitando la fuga de rentas europeas (más de 1.000 millones de euros diarios) hacia otras economías, que actúan bajo una estrategia geopolítica propia. Además, con la apuesta por energías renovables la actividad económica estaría menos expuesta a los riesgos económico-financieros derivados de la compra de combustibles fósiles, y por tanto se podría hablar de cierta independencia político-económica positiva de la UE.

Precisamente, es esa estrategia geopolítico-energética de un país exportador de recursos fósiles como Rusia, la que desencadenó la coyuntura ante la que nos encontramos. Y es que a Rusia no le interesa un futuro energético basado en el uso de renovables, en el que tanto la generación de electricidad como el transporte se liberen del uso de recursos fósiles: si no son necesarios, no se destinarán recursos a su compra, y por lo tanto dejará de ser una fuente de ingresos.

Posiblemente la estrategia rusa pivotaba además sobre una serie de supuestos que consideraba que podrían impedir la toma conjunta de decisiones y una oposición clara al comportamiento belicista ruso: la competencia interna europea (real) entre Estados miembros, la existencia de una red de infraestructuras (gaseoductos) consideradas “clave” hasta antes de ayer y que permitía el suministro seguro y a un precio muy competitivo de gas natural hacia una de las principales economías europeas (Alemania), la exagerada dependencia del gas natural ruso en Alemania, pero también en Italia, Francia o Polonia, la importancia de Rusia como principal proveedor conjunto de recursos fósiles (superior al 40%), o el escaso peso del euro como divisa de referencia en la negociación de los contratos de suministro energético. A ello se suma además la preocupación de los gobiernos de los Estados miembros por proteger la vida de sus ciudadanos y sus economías.

Es pues, en este contexto de transición e independencia energéticas europeas en el que hay que enmarcar parte de la actuación rusa. De hecho, en palabras de la presidenta de la UE, Úrsula Von der Leyen, se ha avanzado más a nivel de cooperación energética en la UE en los últimos meses que en los últimos 30 años.

Es necesario, urgente y humano actuar con unidad y solidaridad ante las dificultades actuales y futuras

Y es que lo que podría ser un camino lento pero sin pausa, con inversiones programadas y tiempos de actuación a priori alcanzables y razonables gracias a la planificación propuesta en el “Pacto Verde Europeo” han sido dinamitados por la urgencia de resolver el problema energético al que se enfrentará la UE este invierno: la ausencia del suministro del gas natural ruso, necesario para mantener las economías y las vidas de los hogares del centro y este de la UE, ha activado la toma de decisiones de los gestores políticos, apoyados en reflexiones y soluciones propuestas desde la academia.

Se vive una tensa espera ante el invierno que viene. Pero también los efectos reales del cambio climático los estamos viviendo en tiempo real. Los escenarios que se manejan desde la UE hablan de un invierno frío, de hogares que no podrán activar ninguna cocina o calefacción con temperaturas exteriores bajo cero si no se administran correctamente los recursos de los que se dispone. Es necesario, urgente y humano actuar con unidad y solidaridad ante las dificultades actuales y futuras. Como ciudadanos debemos comprometernos a ser eficientes con nuestros actos y las decisiones que tomamos en cada instante de nuestro día a día. Y es que, si lo pensamos, continuamente estamos consumiendo energía: bien conectando un dispositivo, o cargándolo, duchándonos con agua más o menos caliente, usando el microondas o la cocina, encendiendo la luz, activando el ventilador o el aire acondicionado, o decidiendo movernos en coche particular o en transporte público, o andando, decidiendo si compro producto de proximidad y en el comercio local o no, por ejemplo. En definitiva, cada acto vital (casi) tiene su recurso energético vinculado. Por ello, animar a hacer un buen uso de los recursos, motivar el ahorro (de todo tipo), tiene su contrapartida directa positiva: una menor factura que la que podría ser, y con ello una mayor renta disponible.

Pero si se amplía el foco, podemos ver que los efectos positivos se multiplican: menores recursos energéticos empleados, una mayor independencia energética, quizás menor necesidad de afectación de nuevos terrenos para la construcción de instalaciones energéticas, menores emisiones contaminantes, posibilidad de compartir los excedentes con otras personas que los necesiten, o reducir nuestra huella energética individual, entre otros.

Sin duda nada volverá a ser igual. Hay que aceptarlo. El paradigma de consumo energético ha cambiado obligado por nuestra (excesiva) dependencia energética de Rusia y de los combustibles fósiles. Los mercados globales nos darán sobresaltos. La economía del día a día será austera. Por todo ello, el ahorro energético debe ser lo primero, e incluso debe ir más allá del 7% propuesto en el RD Ley 14/2022, ya que está “prácticamente” en la mano de cada individuo y empresa (que deben de contar con el apoyo de las administraciones).

Como sociedad debemos de actuar con responsabilidad: energética, climática, económica y humana. Adicionalmente, las distintas administraciones e instituciones deben colaborar en la transición hacia la independencia energética para que ésta sea justa, y ayudar a aquellos colectivos que lo necesiten con medidas efectivas y eficientes. Debemos de estar unidos. El invierno será largo, pero pasará.

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp