La metáfora de “Los surfistas nazis deben morir”
Al movimiento ecologista no nos molesta “el postureo verde”, pero mal empezamos si toda inversión sostenible y ambiental tiene que ser ante todo rentable
El surf es algo más que un mero deporte; es un nuevo estilo de vida donde el sol, el mar, la arena y el viento se transforman en la postmodernidad estética de una tabla, un traje de neopreno y un ansia infinita de vivir permanente en una playa con la tranquilidad filosófica de las olas rompiendo en el horizonte. Sin embargo, esta realidad estética necesita sus propios principios éticos, su ideología vital, que se enmarca, como no podía de ser de otra manera, en lo verde y en lo ecológico mirando la defensa del ecosistema marino, en claro peligro de extinción.
Pero surfear virtualmente la realidad es una cosa y observar lo que acontece diariamente es otra muy distinta. Los surfistas nazis deben morir, una película profética de los años 80 muy reiterada en un canal temático de televisión dedicado al surf, nos lleva a la auténtica realidad mediante la intromisión en el espacio idílico del surfero de las tribus urbanas más despiadadas, racistas y cutres; un nuevo kitsch al más duro estilo Almodóvar.
El arte y la estética es una respuesta directa e imaginativa a los traumas del sufrimiento cotidiano que, según el mítico filosofo Byung-Chul Han, hoy en día en pleno siglo XXI no existen porque la sociedad de consumo las ha desterrado e ignorado, al igual que la muerte del ser humano; en definitiva, negar una imagen del mundo que se nos presenta como un destino catastrófico y sin salida.
El 60% de las enfermedades son ya zoonóticas; es decir; pasan del mundo animal a los seres humanos
Los geólogos de la Universidad de Harvard han propuesto rebautizar nuestra era como la del Antropoceno, por los efectos genocidas que la acción humana produce en la naturaleza, que la va conduciendo al Apocalipsis. La acción del consumo y la industrialización del planeta ha modificado el 75% de los ecosistemas terrestres y el 66% de los marinos. Y, lo más grave, que no nos puede extrañar en estos momentos, es que el 60% de las enfermedades son ya zoonóticas; es decir; pasan del mundo animal a los seres humanos.
El 60% de la población mundial vivirá en las ciudades en el 2030, los núcleos urbanos ocupan el 3% de la superficie terrestre y son responsables del 70% de las emisiones de CO2
Los científicos advierten de que nos encontramos ante una extinción masiva de la naturaleza, con un declive en la vida salvaje que no se producía desde hace más de 10.000 años. El planeta ha perdido el 58% de su biodiversidad en 40 años y un millón de animales y plantas están en peligro de extinción. La generación de energía es responsable de dos terceras partes de las emisiones de CO2, y la capacidad de producción de renovables como la fotovoltaica y la eólica solo genera el 18% de la energía consumida en el mundo. El 60% de la población mundial vivirá en las ciudades en el 2030, los núcleos urbanos ocupan el 3% de la superficie terrestre y son responsables del 70% de las emisiones de CO2. Toda esta contaminación produce la muerte prematura de nueve millones de personas en las referidas ciudades, realidad que nunca tenemos en cuenta.
Como muy bien decían en los años sesenta del siglo pasado, “la sociedad de consumo y destrucción debe perecer de muerte violenta”; nos jugamos nuestra propia existencia
Al movimiento ecologista no nos molesta “el postureo verde” pero sí que, como han manifestado últimamente el establishment financiero-económico-empresarial, toda inversión sostenible y ambiental tiene que ser ante todo rentable. Mal empezamos. Como muy bien decían en los años sesenta del siglo pasado, “la sociedad de consumo y destrucción debe perecer de muerte violenta”; nos estamos jugando la naturaleza, el medio ambiente, la biodiversidad y nuestra propia existencia como seres humanos. Para recordar, como epílogo, que en el mítico 1968 apareció la serie televisiva Hawaii 5.0, y con ella todo lo que significó hasta nuestros días desde el surf, los Beach Boys, Loquillo…