Populismo y frivolidad: al compás de la ministra

Hay que pensar en términos económicos antes que en réditos políticos, y eso parece no coincidir con los actuales intereses de nuestra clase dirigente

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. – Alejandro Martínez Vélez – Europa Press

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Esta semana ha sido interesante para la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. En primer lugar, decidió incrementar el SMI en un 5%, sin contar con quien va a pagarlo. Evidentemente, es positivo en la medida en que beneficiará a un conjunto importante de personas trabajadoras. Pero habrá quien piense -o debería- en cómo va afectar a las PYMES. Por ejemplo, este incremento podría reducir la demanda de trabajo si las empresas no pueden trasladar estos costes adicionales a los precios, o compensarlos con aumentos en la productividad. Por ejemplo, también, podría estimularse la demanda agregada de la economía al aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores. Pero, lamentablemente, esto no es una regla automática que se activa con un interruptor, sino que depende entre otras cosas de la propensión marginal al consumo de los trabajadores beneficiados. Elasticidad, productividad, y propensión al consumo son algunas de las cuestiones que deberían valorarse antes de tomar decisiones. Pero para ello hay que pensar en términos económicos antes que en réditos políticos, y eso parece no coincidir con los actuales intereses de nuestra clase dirigente.

En segundo lugar, la ministra se ha instalado en un nuevo concepto de negociación, en el que dos partes acuerdan lo que va a pagar una tercera. Así es fácil lucir medallas de negociadora, pero no parece responder a la idea de diálogo social que tanto ha costado apuntalar en este país. Lo cierto es que no hubo lugar al debate, pues en una maniobra de comunicación propia de ilusionistas, el acuerdo -y la ausencia de diálogo- se vio rápidamente eclipsado por una cuestión polémica: la llamada a la reflexión sobre los elevados salarios de los directivos. Al margen de la indefinición del término “elevadísimo”, la propuesta -tan loable en aras del populismo- supone ignorar la importancia de la remuneración en la atracción y retención de talento directivo. Los sueldos no son caprichosos, sino que remuneran a profesionales cualificados cruciales para la competitividad empresarial. Implica, también, una amenaza velada de intervencionismo empresarial difícilmente compatible con una economía como la nuestra. En román paladino, meter el dedo en el ojo de la libertad de mercado y espantar a los cerebros que llevan las riendas de la innovación y la competitividad empresarial.

La ministra se ha instalado en un nuevo concepto de negociación, en el que dos partes acuerdan lo que va a pagar una tercera

Además, nuestra ministra de Trabajo quiere que suban los salarios en general, y que además se reduzcan las horas de trabajo sin reducir los salarios. Una de esas “cosas chulísimas” tan fácilmente aplaudibles. Pero la economía vuelve a imponerse a la política, para recordarnos que España ha experimentado un preocupante declive en la productividad del trabajo, del capital y, en particular, en la productividad total de los factores desde el año 2000, retrocediendo un 7,3%, en contraste con los avances de países como Estados Unidos y Alemania. Vamos, que lo de trabajar menos y cobrar más es una idea estupenda, pero ¿y si también apostamos por la innovación y eficiencia en el trabajo? Esta situación se agrava cuando consideramos que un incremento de salarios sin una mejora correspondiente en la productividad podría llevar a presiones inflacionarias, erosionando el poder adquisitivo real.

Vamos, que lo de trabajar menos y cobrar más es una idea estupenda, pero ¿y si también apostamos por la innovación y eficiencia en el trabajo?

En resumen, las medidas impulsadas por Díaz pueden parecer bien intencionadas, pero lo que no queda claro es, precisamente, la intención. Si la expectativa es el aplauso fácil, conseguido. Si se trata de una maniobra de distracción, aún mejor. Pero si realmente pretende convencernos de que esto va de “mejorar las vidas de las personas”, ignorando a quienes las emplean y sin pensar en las dinámicas subyacentes a las decisiones, mal vamos. Propuestas tan rápidas como frívolas, destinadas a captar ovaciones, pero sin una partitura sólida que las respalde. Tocata y fuga de un aplauso.

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