| Economía Natural

Punto existencial de no retorno (y III)

En este cambio climático tienen mucho que ver las emisiones de CO2 que, por la actividad industrial y los combustibles fósiles, hemos elevado a límites catastróficos y totalmente insostenibles

Dos científicos caminan en la isla del Rey Jorge, en la Antártida. Foto: Agencia EFE/Felipe Trueba

Dos científicos caminan en la isla del Rey Jorge, en la Antártida. Foto: Agencia EFE/Felipe Trueba

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Continuando con los hechos y consecuencias de nuestro comportamiento en esta nave espacial que conocemos como Tierra, y por si no fuera suficiente con lo ya descrito, el tercer indicador planetario que está próximo al punto de no retorno es el del cambio climático que, de facto, parece imparable. Por ejemplo, es un hecho que el deshielo de Groenlandia y de algunas zonas de los casquetes polares, especialmente en la Antártida, ya no se pueden impedir, pues el hielo tiene un manto superficial que refleja los rayos del Sol, evitando así derretirse y, de paso, el mayor calentamiento del planeta. Pero al igual que la capa impermeable de una prenda se desgasta o deteriora y, entonces, en vez de resguardar del agua se empapa; con los casquetes de hielo ocurre lo mismo y, al perder su manto protector al elevarse las temperaturas, empiezan a absorber el calor y ya no es posible revertir ni parar este proceso.

En este cambio climático tienen mucho que ver las emisiones de CO2 que, por la actividad industrial y los combustibles fósiles, hemos elevado a límites catastróficos

Según el doctor Jason Box, autor de varios informes para el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) y considerado el mayor experto en la glaciología groenlandesa, cada segundo se están perdiendo allí 10.000 metros cúbicos de hielo (unos 600 millones de litros de agua por minuto, ¡menudo grifo!) y su deshielo total es inevitable. Todo ello puede hacer subir siete metros el nivel del mar; a la vez que el deshielo de las zonas de la Antártida incrementarán otros cinco metros, correspondiente a la parte oeste, y hasta ¡cincuenta!, por este efecto en la parte este. Aunque sea en varios siglos al ritmo actual, la cuestión es que esto ya no se puede parar.

Estaríamos hablando de unos 3.000 millones de personas, en torno a la mitad de la población mundial, en muy serio peligro existencial.

Como también se sabe, en este cambio climático tienen mucho que ver las emisiones de CO2 que, por la actividad industrial y los combustibles fósiles, hemos elevado a límites catastróficos y totalmente insostenibles. Según el Centro Mundial de Datos sobre Gases de Efecto Invernadero (CMDGEI), la última vez que en la Tierra se superaron las 400 partículas de dióxido de carbono por millón (ppm) ¡había árboles en el Polo Sur! De esto hace entre tres y cinco millones de años. Pero es que en 2019 se alcanzaron niveles sin precedentes en la historia humana: 415 ppm, cerca del triple que antes de la revolución industrial, en 1750, cuando eran unas 166 ppm, estando el punto de no retorno en las 450 ppm.

Como ya he referenciado en el artículo “Barreras humanas”, con las previsiones científicas para las próximas décadas que han publicado recientemente las revistas Nature Communications, sobre el riesgo para quienes viven al lado del mar, y National Geographic, para los que tendrán que hacerlo en desiertos; simplemente con estos dos fenómenos (ya evidentes) correspondientes a este límite planetario, estaríamos hablando de unos 3.000 millones de personas, en torno a la mitad de la población mundial, en muy serio peligro existencial.

De hecho, actualmente más de 20 millones de humanos ya huyen cada año por motivos climáticos y se habla no solo de “calentamiento” sino de “abrasamiento global” y de “megasequía”, ya que hay más olas de calor que en ningún momento de la historia del que se tenga constancia. En términos catastróficos o apocalípticos, solo esto sobrepasaría con creces a las dos Guerras Mundiales o a cualquiera de nuestras disputas.

Incluso a la importancia que damos a creencias, valores, ideologías, empresas, mercados, posesiones, PIB’s, Nasdaq’s, Juegos Olímpicos y demás asuntos en que actualmente centramos nuestra existencia y que resultan nimiedades, bagatelas, vanidades o tonterías en comparación a lo que se avecina, debido a lo que estamos haciendo. Si “solo” con la pandemia del Covid-19, causada también por nuestra culpa, se han llegado a colapsar los sistemas sanitarios y vamos por la quinta ola, tenemos más pruebas evidentes de lo que nos puede esperar.

También está el “efecto dominó”, pues todo está interconectado y estas catástrofes implican otras, como la alteración de las corrientes marinas, el calentamiento del permafrost

Además de estos puntos de no retorno a escala planetaria, están los otros límites en los que todavía hay margen de maniobra, pero que asimismo suponen serios peligros, como estuvo a punto de ocurrir con la capa de ozono o ahora con la amenaza de los microplásticos. Y también está el “efecto dominó”, pues todo está interconectado y estas catástrofes implican otras, como la alteración de las corrientes marinas, el calentamiento del permafrost (que puede liberar virus hasta ahora desconocidos y grandes cantidades de carbono y de metano, un gas que produce tres veces más “efecto invernadero” que el CO2), la necesaria polinización de las plantas debido a la escasez de insectos o la “sabanización” de la selva Amazónica ya en marcha (20%).

Y todo esto en una sola generación, es decir, en un lapso de tiempo mínimo, solo comparable a la extinción masiva probablemente provocada por el impacto de un meteorito hace unos 66 millones de años. Algo más que destacable, y no precisamente para bien o mérito, en nuestro currículum como especie de este planeta e, incluso, más allá del mismo. También resulta muy importante tener en cuenta en este viaje existencial y en las circunstancias descritas el “crono”, ya que -tal y como estoy intentado describir- estamos en el preciso momento de continuar por los derroteros actuales o tratar de evitarlos.

Si, como todo parece indicar, es mejor que corrijamos nuestro alterador “modus operandi”, entonces en cuanto a temporalidad hay que hablar de “ya”, de “ahora”, de que “no tenemos ni un minuto que perder”, de que “vamos con retraso”, pues la situación requiere respuestas tan grandes e importantes como todo lo que está pasando. Tampoco caben ni los “para mañana”, que “ya lo harán otros”, que “no me afecta” o que “no lo verán mis ojos”. O lo hacemos quienes habitamos actualmente en este planeta, o no habrá más trayectoria humana como hasta ahora.

Para ello, en el siguiente artículo hablaré de las posibles soluciones que podemos adoptar a este respecto, tanto a nivel individual como colectivamente; no para devolver Groenlandia a su estado, pues ya es imposible, pero al menos para que podamos seguir contándolo. Ahora insisto en concienciarnos de que vamos “embalados” (tanto de bala o proyectil como de envueltos en paquetes culturales inválidos ante lo que se avecina) hacia el “siniestro total” que supone vivir con estos sistemas del planeta sobrepasados o a punto de hacerlo.

Con ello también quiero transmitir lo cerca que estamos del colapso planetario por nuestra causa. Es decir, que estamos ante una alarma general, un grito real de socorro a escala global. Algo que hemos provocado los humanos y que también nos corresponde solucionar, si es que reaccionamos mayoritaria y maduramente de una vez.

Todo apunta a que estamos muy cerca de hacerla colapsar, con nosotros a bordo y demás “daños colaterales”

Más o menos y volviendo a emplear el símil de los vuelos, se podría decir que, existencialmente hablando, nos hallamos prácticamente en el momento de tomar la decisión de “despegar o no”; en el “punto de no retorno” entre la estabilidad planetaria del Holoceno y la incógnita del Antropoceno. Y todo apunta a que es mejor que no lo hagamos tal y como vamos y están las cosas, ya que aquí el vuelo equivale a poder vivir sin estos sostenes del planeta (biodiversidad, clima fiable, ciclos vitales, etcétera), algo que, a todas luces y como señala la colapsología, parece imposible.

Ya hemos hecho que esta nave llamada Tierra sobrepase unos puntos de no retorno fundamentales. Todo apunta a que estamos muy cerca de hacerla colapsar, con nosotros a bordo y demás “daños colaterales”, como decimos eufemísticamente a lo que indirectamente nos vamos cargando en nuestro devenir, caracterizado por muchos logros (solo para nosotros), pero también y desgraciadamente por un, hasta ahora, incorregido e irrefrenado carácter violento, depredador y destructivo sin igual.

Y así vamos.

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