Sin conductores, sin país
La reducción de jornada, aceptada por el 80% de los españoles según el CIS, no es un logro, es un síntoma, el síntoma de un país que quiere trabajar menos y cobrar más

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control al Gobierno en el Senado, a 10 de junio de 2025, en Madrid (España). A. Pérez Meca / Europa Press
¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? España necesita 30.000 conductores y se calcula un déficit de 116.000 para 2028. Y mientras el sector del transporte se asfixia, el Gobierno decide que lo mejor es reducir la jornada laboral. A esto lo llaman progreso. Un conductor internacional haría 8.000 kilómetros menos al año. Una empresa con 100 camiones perdería más de un millón de euros de facturación anual. Pero claro, eso en Excel no sale mal hasta que el cliente alemán o francés se lleva la mercancía con un transportista portugués que no ha jugado a ser sindicalista. Así funciona la competitividad en el mundo real.
La plantilla actual envejece. La edad media de un conductor de camión de larga distancia es de 52 años. No hay relevo generacional. El trabajo ya no interesa. Vivimos en un país donde la mitad de los jóvenes no quiere hacer trabajos “duros”, aunque tenemos el doble de paro juvenil que la media de la OCDE. Aquí nadie quiere ser conductor, camarero o agricultor. Y no porque no haya trabajo. Es porque nos hemos cargado el valor del esfuerzo. Y porque se ha normalizado vivir de ayudas, subsidios y paguitas.
El transporte por carretera mueve dos tercios de nuestras exportaciones. Sin transporte, no hay confianza en la entrega, no hay ventas, no hay clientes. Si se rompe la cadena logística, no es que suban los precios, es que directamente se cae el sistema productivo. Pero oye, eso sí, trabajando media hora menos al día. Esta reducción de jornada, aceptada por el 80% de los españoles según el CIS, no es un logro. Es un síntoma. El síntoma de un país que quiere trabajar menos y cobrar más. Y eso no es una política laboral. Es un suicidio económico.
El sector sobrevive gracias a la inmigración. Solo uno de cada cinco conductores es español. Rumanía, Bulgaria, Turquía, Marruecos, Colombia o Ucrania sostienen nuestras flotas. Incluso se está planteando formar a distancia a personas en Latinoamérica para que lleguen aquí ya entrenadas. ¿Hasta cuándo se puede estirar este parche? Porque eso es lo que es: un parche. Robar mano de obra a otros países no es una estrategia de futuro.
Y para colmo, formarse como conductor no es inmediato. Hace falta carnet, curso CAP de al menos 140 horas y renovación obligatoria cada cinco años. No es trabajo para cualquiera. Es una profesión. Pero hemos dejado de tratarla como tal. Los jóvenes quieren teletrabajo, tiempo libre, estabilidad. Nadie quiere pasar días fuera de casa en una cabina de camión recorriendo Europa.
Estamos jugando con fuego. Reducir jornada en este contexto es un error estratégico de primer orden. Afecta a la productividad, a la logística, a la economía nacional. Y lo peor: hace que muchos clientes dejen de confiar en nosotros. El transporte no es un gasto, es la columna vertebral de cualquier economía. Y sin columna, no hay país que se mantenga en pie.
¡Se me tecnologizan!