…Y que no haiga nadie

Para un país y una comunidad en las que el turismo supone un porcentaje de la riqueza común de crucial importancia, convertir la comodidad y el antojo con morros en estandarte reivindicativo no parece un buen negocio

Imagen de la localidad turística de Sanxenxo el pasado verano. Foto de archivo: EFE

Imagen de la localidad turística de Sanxenxo. Foto de archivo: EFE

Si es que estamos rodeados de ceñudos filósofos y reconcentrados pensadores, y no somos conscientes de ello. En una reciente intervención viralizada, el hoy ilustre Laureano Oubiña, da su opinión fundada sobre el turismo. Cual influencer de pro y en un short de Instagram, después de un afectuoso e inquietante “hola familia”, no sabemos bien a cuál se refiere, manifiesta ontológicamente que a él no le gusta el turismo masivo, contraviniendo así las mínimas reglas de la lógica argumentativa, como si hubiese alguien a quien, “argumento a contrariis”, sí le gustase. Que a él lo que le gusta es la playa, pero, a poder ser, de noche, “y que no haiga nadie”. Sobre todo, suponemos, ni la guardia civil ni la policía nacional. Media sonrisa final, disparada desde una ironía innecesaria y rayana en lo insultante; y con 50.000 seguidores.


Tener un haiga

Hay comportamientos que, si se reiteran, se convierten en hábitos. Lo mismo ocurre con las palabras. De usarlas de una manera tergiversada, acaban teniendo un sentido del que, en su origen, carecían. Tal es el caso de esa expresión tan actual de “es lo mítico”, utilizada en vez de “es lo típico”. En definitiva, se trata de hablar mal.

Si se rebusca en el diccionario, un “haiga” tiene el significado de un “automóvil muy grande y ostentoso, normalmente de origen norteamericano”. Dicen los que de esto saben, que la denominación proviene de aquellos emigrantes o indianos que venían de hacer las américas y querían demostrar que las habían hecho, pero bien, y cuando iban a comprar un coche, solicitaban que fuese lo más aparente o aparatoso posible, en línea con su nueva condición. Y a preguntas del vendedor sobre cuál era su preferencia sobre el tipo de vehículo, contestaban “pues el mejor que haiga”. Pues un haiga para el caballero…

Haiga turismo

Resulta llamativo el sentido que cobra el patrimonialismo territorial. El problema de sentirse de un sitio, es que resulta muy difícil determinar los límites de tal sitio. Uno puede manifestar arraigo por su aldea, o hacia su comarca, a su autonomía, o su país, sentirse de una entidad supranacional o incluso ciudadano del mundo. Pero ante la intromisión ajena de lo inmediato, sobre todo si la consideramos agresiva, todo el mundo reacciona reivindicando la posesión, lo mío. Ahora a eso le llaman “turismofobia”; y lo siente hasta Oubiña. Y, si no les gusta, pues que no vengan.

Y en Galicia, tierra, hasta hace bien poco, emisora de posibles haigas y, en consecuencia, sabedora de la importancia de la acogida, se opta por los neologismos y hasta nos hemos inventado una palabra para quienes vienen a perturbar la playa desierta con alevosía, e, incluso, nocturnidad: fodechinchos. Para un país y una comunidad en las que el turismo supone un porcentaje de la riqueza común de crucial importancia, convertir la comodidad y el antojo con morros en estandarte reivindicativo pues no parece un buen negocio, la verdad.

En términos de cantidad, el turismo está ya convertido en el principal “motor económico del país”, suponiendo en 2024 una aportación por encima del 13% al PIB nacional; en el caso de Galicia, aunque con un menor porcentaje, su aportación en los últimos años crece de manera sostenida. Pues como para ponerse exquisitos, antiguo narco (o eso esperamos) incluido.

Tiempos son los actuales escorados hacia la individualidad, e, incluso al berrinche personal o la ocurrencia sin fundamento, olvidando, en ocasiones, el interés común, incluso, lo colectivo. Que la masificación provoca problemas eso resulta indudable, pero no parece la solución un rechazo frontal injustificable. Y si vienen, será porque haya motivos para la venida. Quizás lo más inteligente sea buscar alternativas a la concentración y no el negar la evidencia: viajar, moverse, desplazarse y permanecer en otro lugar es ya un derecho legítimo que se encuentra en el fundamento de un sector providencial como es el turismo, favorecedor también del descanso y del ocio; no es solo una mera actividad económica, que no es poco.

Negar la posibilidad de sostener a través de ese derecho la llegada de viajeros no parece un comportamiento propio de quienes no consideren que lo foráneo resulte algo ajeno, innecesario a incluso pernicioso; nunca resta, siempre suma, aunque haya, eso sí, que enfocarlo y ordenarlo. Como bien decía la canción de cabecera de la serie basada en el libro “Fariña” de Nacho Carretero compuesta e interpretada por Iván Ferreiro, a modo de encomienda, pensemos conjuntamente, en Galicia, en el turismo sobre “o que temos que facer pra no ter que ir ó mar”.

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