No es que no haya alternativa, es que no quieren que la haya
Si España “no tiene alternativa”, no es por falta de candidatos, es porque el sistema está diseñado para que cualquier intento de alternativa legítima sea criminalizado, caricaturizado o ninguneado

Alberto Núñez Feijóo. Rafael Bastante / Europa Press
¡Ey Tecnófilos!, ¿qué está pasando por ahí? El artículo firmado por Nieves Lagares Díez, titulado “España sin alternativa”, encierra varias lecturas dignas de disección quirúrgica. Vamos por partes, sin anestesia.
La tesis central de la autora parece ser que Feijóo ha fracasado como líder de la oposición y que el PP no es una alternativa creíble al actual gobierno de Sánchez. Y lo hace subrayando la soledad parlamentaria del PP, su cercanía (explícita o implícita) a Vox, y la dificultad de construir una mayoría alternativa sin cruzar líneas rojas como Puigdemont. Hasta aquí, nada que no haya sido ya repetido por los tertulianos más convencionales del establishment mediático.
Pero conviene tirar del hilo: ¿de verdad no hay alternativa… o es que no interesa que la haya?
La ‘soledad’ del PP como argumento circular
El artículo se agarra a que la intervención de Feijóo en el Congreso “unió al Gobierno y evidenció la soledad del PP”. Pero eso no es una novedad; es, de hecho, una foto fija del Congreso desde el principio de legislatura. Lo curioso es que se convierta esa situación en argumento de peso contra la alternativa, cuando lo realmente grave es que el Gobierno necesita apoyarse en Bildu y en los herederos del procés para seguir respirando. ¿Y eso sí es “normalidad democrática”? ¿Estamos de broma?
El peligro de mezclar frustración con falta de alternativa
La autora admite que el discurso de Feijóo está cargado de “cabreo, frustración y medias verdades”, una mezcla que, según ella, solo sirve para “alimentar a Vox”. Pero eso es una simplificación interesada. El cabreo viene de una ciudadanía harta, no solo de la corrupción socialista —que parece que solo “afecta al votante de centro”— sino también del uso sistemático del poder para blindarse legalmente (ley de amnistía, control del CGPJ, manipulación de medios). El problema no es el tono del discurso opositor, sino el hedor del oficialismo.
Vox, el comodín del miedo
Es llamativo cómo el artículo dibuja a Vox como el espectro que impide cualquier alternativa real. Según este relato, cualquier intento de construir mayorías alternativas acaba desembocando inevitablemente en la “geometría variable de la ultraderecha”, y por tanto es ilegítimo. Pero no se aplica el mismo rasero cuando el PSOE pacta con los más antiespañoles del arco parlamentario. ¿Doble vara? Más bien sí. Se acepta que Bildu y Junts sean “instrumentos de estabilidad”, pero Vox es anatema. Es un argumento débil y peligrosamente sectario.
Ayuso como disonancia
Lagares apunta que Isabel Díaz Ayuso impone su estrategia en Madrid y que eso arrastra al PP fuera del centro. Pero ¿de verdad alguien cree que España necesita más “centrismo tibio”? Lo que falta es una oposición con coraje, no con sonajero. Ayuso no es el problema; de hecho, representa una línea política clara que saca resultados contundentes. ¿Será eso lo que molesta?
El falso dilema: Feijóo o nada
El texto concluye que “no hay alternativa en España” porque Feijóo se ha convertido en fuegos artificiales. Pero esa visión niega el verdadero drama: no es que no haya alternativa, es que no se le quiere permitir crecer. Se pone el foco en sus limitaciones, en sus errores tácticos, pero no se reconoce el muro mediático y político al que se enfrenta cualquier opción que pretenda poner fin al sanchismo y sus socios Frankenstein.
En definitiva, el artículo, con ropaje de análisis, actúa como un bálsamo para justificar lo injustificable: la permanencia de un gobierno que ha cruzado demasiadas líneas rojas. Si España “no tiene alternativa”, no es por falta de candidatos, es porque el sistema está diseñado para que cualquier intento de alternativa legítima sea criminalizado, caricaturizado o ninguneado.
Lo que nos queda entonces no es resignación, sino valentía. Porque cuando dicen que “no hay alternativa”, lo que quieren decir es que no quieren que la haya.
¡Se me tecnologizan!