La coalición Sánchez-Iglesias queda en manos de Junqueras

Sánchez solo conseguirá la mayoría necesaria para la investidura si ERC vuelve a abstenerse, como ya hizo en julio

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El preacuerdo anunciado este martes por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es por ahora una declaración de intenciones. Para que ese primer gobierno de coalición de la democracia española (desde la II República) cobre forma PSOE y Podemos tienen aún muchos escollos que superar, porque la endiablada aritmética parlamentaria que arrojaron las urnas el domingo es un sudoku cuya resolución parece estar en manos de Oriol Junqueras.

Al binomio Sánchez-Iglesias tienen que salirle las cuentas para conseguir al menos una mayoría simple que permita al presidente del Gobierno en funciones ser investido en segunda vuelta y quedarse en la Moncloa. Pero esa suma implicaría apoyos en apariencia incompatibles. Veamos

PSOE y Podemos suman 155 escaños (siete menos que tras las elecciones del 28 de abril), a 21 de distancia de la mayoría absoluta en la cámara baja, fijada en 176 escaños. El plan de Sánchez pasa ahora por buscar en primera instancia apoyos que ya obtuvo cuando planteó la moción de censura a Mariano Rajoy, pero de esos, los clave son los de los independentistas.

Pongamos que los negociadores socialistas dejan esa patata caliente para el final. De entrada, no se antoja difícil que pudieran contar ni con los tres diputados de Más País, cuyo líder, Íñigo Errejón, celebró el preacuerdo de los socialistas y sus antiguos correligionarios; ni con los tres que suman, a razón de uno por cabeza, el Partido Regionalista de Cantabria -aliado habitual del PSOE-, el Bloque Nacionalista Galego (BNG) o Teruel Existe. Si además consiguiera contar con los de Coalición Canaria, Sánchez ya tendría 163 votos.

Exprimidos los apoyos de las izquierdas y los regionalistas, habría que seguir sumando. Por ejemplo, a los nacionalistas vascos del PNV, que consiguieron siete diputados. Estaríamos en 170.

Sánchez, en manos de los independentistas

Llegados a ese punto, quedan los independentistas. Por un lado, los cinco diputados vascos de EH Bildu, que, en todo caso, también serían insuficientes. Por otro, los 23 de  las formaciones separatistas catalanas, de los que los únicos con los que Sánchez puede contar a estas alturas son, en el mejor de los casos, los 13 de ERC, que en la investidura fallida de julio ya se abstuvieron, como también hicieron los abertzales.

JxCat, que el domingo obtuvo 8 escaños, y la CUP, que consiguió dos, ni se plantean facilitarle las cosas a Sánchez. La relación entre los socialistas y los primeros hace muchos meses que es ya solo a cara de perro. Y los antisistema ya han dejado claro que su intención no es ayudar a desbloquear nada, sino, al contrario, contribuir tanto como puedan al cuanto peor, mejor.

Depender de la abstención de ERC resultaría incomodísimo para el PSOE, y más después de que Sánchez lleve meses escenificando que no piensa ceder ni un milímetro con el independendentismo. Pero es que ni siquiera está nada claro que los de Oriol Junqueras, ya con una condena firme a 13 años de cárcel, estén por la labor de volver a facilitar la gobernabilidad.

Fuentes republicanas ironizaron con el eslogan que el PSOE empleó en los años 80 para oponerse a la entrada en la OTAN: «De entrada, no». Aquel eslogan, como es sabido, acabó siento un fraude puesto que España ingresó en la Alianza Atlántica.

Algo parecido podría ocurrir ahora, puesto que ERC se alineó este martes con el no. Pero lo cierto es que siempre ha expresado su preferencia por un gobierno de izquierdas en lugar de uno de derechas dependiente de Vox, como en Madrid o Andalucía.

Pero con su líder ya condenado en firme a 13 años de cárcel, y con el escenario eternamente preelectoral en el que está atrapada la política catalana, y que convierte el día a día en un pulso continuo entre ERC y sus socios mal avenidos de Junts per Catalunya (JxCat), está por ver que los republicanos estén dispuestos a arriesgar un aval a Sánchez.

Sobre todo, después de perder 150.000 votos en las elecciones del domingo, en las que los de Junqueras se convirtieron en los principales damnificados por la irrupción en la arena electoral de la CUP (que obtuvo 250.000 sufragios) y acreditaron ser la formación que peor ha capitalizado la sentencia del procés (JxCat ganó 26.000 votos respecto del 28-A).

De  entrada, y para ir abriendo boca, la portavoz de ERC, Marta Vilalta, ya cargó este martes contra el abrazo de Sánchez e Iglesias y avanzó su no a la investidura salvo que haya «diálogo político» en Cataluña.

La única alternativa, Cs

Si Sánchez contara con esos 170 votos de la izquierda, los regionalistas y el PNV desgranados más arriba, la única alternativa que tendría  al aval de ERC sería contar con el apoyo de Cs. Pero, a menos que el líder socialista rascara algún apoyo más, ni siquiera le valdría con la abstención de los 10 diputados del partido naranja, porque solo con ella lo que habría sería un empate a 170, insuficiente para que el presidente en funciones renovara su estancia en la Moncloa.

Y además, mucho tendría que virar Cs para estar dispuesto a avalar un gobierno de coalición con Podemos y apoyado por el PNV. De hecho, este martes, Inés Arrimadas ya cerró esa puerta e instó a Sánchez a rectificar y explorar un pacto «moderado y constitucionalista» entre PSOE, PP y Cs. Sánchez no parece por la labor, aunque con esa entente sí le saldrían las cuentas. La otra, el que parece preferir, es lo dicho, un sudoku. Y de los que se atragantan.

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