Parón español a las políticas de I D
El modelo de economía basada en el conocimiento como motor de competitividad se desmorona en apenas 3 años
Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) son ciertamente demoledores: más de seis millones de desempleados con un índice de desocupación del 44% entre los menores de 30 años. A la lógica, aunque a menudo demasiado cosmética alarma de Bruselas, se suma la imperativa de Madrid. Hay que salir del agujero y hay que hacerlo rápido. La pregunta, ahora que hay coincidencia en que la austeridad a ultranza no aporta valor al crecimiento, es cómo.
La respuesta, o una de ellas, señalan economistas de diverso signo, pasa por ganar competitividad, algo que solo se puede lograr, aseguran, devaluando el coste del mercado laboral. O, como señalan otros, mediante la inyección de valor añadido. La combinación, es decir, ser más baratos que nuestro entorno y aportar consumo diferencial con valor tecnológico o de conocimiento, tal vez lograra el equilibrio deseado. De lo primero, hay muestras más que suficientes. De lo segundo, tan solo palabras y recortes: el sistema español de I D, digan lo que digan, se cae.
Las cifras hablan por si mismas. En estos últimos tres años, según cálculos de la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE), los presupuestos destinados a I D se han visto reducidos en un 31%, lo que ha significado pasar de 4.174 millones de euros en 2009 a 2.860 millones en 2012. Para 2013, el recorte estimado ascenderá a otro 13,9% que deberá sumarse a los previos.
Sistema desarticulado
Las cifras de 2009, sin ser buenas, estaban permitiendo un cierto despegue del sistema español que se estaba viendo traducido en una mayor y más estable presencia internacional. En publicaciones científicas, el primer gran indicador de calidad, España había escalado al noveno puesto mundial, hecho que se acompañaba de una posición equivalente en cuanto a impacto (número de citas).
Se estaban recogiendo, por otra parte, frutos positivos de una política científica que, aunque ciertamente deslavazada, daba claros síntomas de mejora. Durante la primera legislatura de José Luís Rodríguez Zapatero se impulsaron reformas que rompían con el estancamiento del sistema vivido durante las dos legislaturas de José María Aznar, especialmente sangrante la segunda, y se incrementaron de forma notable los presupuestos a razón de un 25%. En la segunda de Zapatero, el sistema aminoró su crecimiento hasta llegar a la congelación en los últimos años.
La entrada del PP supuso un cúmulo de buenas intenciones, refrendadas con una nueva Ley de la Ciencia suscrita con un consenso parlamentario inusual: todos los grandes partidos votaron a favor. Pero fue un espejismo: la Ley apenas se ha desplegado y a la congelación presupuestaria le han seguido los recortes. El sistema, lejos de organizarse en busca de la modernidad, se está viendo poco a poco desarticulado.
Inversiones anticíclicas
El modelo de economía basada en el conocimiento no admite medias tintas, o lo es o no lo es, aunque no es incompatible con otros modelos productivos, más bien es complementario. Esta es la idea que subyace en Alemania, por ejemplo, donde la generación de conocimiento, perfectamente estructurada, tiene una cadena de transmisión clarísima desde la idea, la que se genera en los laboratorios públicos de excelencia, hasta el sistema productivo en forma de bienes de consumo con altas dosis de tecnología e innovación. Automoción, química, alimentación o ingeniería en sus distintas vertientes dan fe de ello.
Suiza o Reino Unido, además de Francia, siguen sendas similares con la biomedicina o la biotecnología como estandartes. Corea del Sur, Singapur, Finlandia, además de las emergentes India y Brasil, son otros modelos a seguir. De lado quedan gigantes como Estados Unidos, donde la contratación de talento es la norma, y China, en la que crecen auténticas ciudades científicas y tecnológicas casi al viejo estilo de la extinta URSS.
Más allá de diferencias estructurales, hay una constante en todos estos modelos: la investigación y las políticas de I D, así como la educación universitaria (aunque también en sus niveles inferiores) se rigen por presupuestos en mayor o menor medida anticíclicos. Mientras Alemania encaraba sus reformas una década atrás con grandes recortes, aumentaba sus inversiones en I D; Corea del Sur inyectó cuantiosas sumas para construir su sistema 20 años atrás; y Finlandia empezó a levantar su emporio con una ambiciosa reforma educativa.
Caída libre
El sistema español no ha entrado en barrena pero sí se aproxima a la caída libre. La principal institución científica del país, el CSIC, tiene graves problemas de financiación; la financiación de proyectos de investigación se ha visto muy mermada y las convocatorias se retrasan; la participación en programas multinacionales, como el CERN, presenta a España como morosa; apenas se contrata a nuevos científicos…
Hoy por hoy solo aguantan los grandes centros de investigación, muchos de ellos competitivos internacionalmente, que han logrado salirse del sello de la administración funcionarial. Pero son un puñado, un islote cunado en realidad debían ser la punta de lanza. Los responsables de estos centros entienden que va a perderse una generación de investigadores y que lo logrado en los años precedentes se está cayendo como un castillo de naipes. La fórmula complementaria para ganar competitividad, aseguran, está dejando de ser viable. “Volveremos a ser un país de camareros y peones”, ejemplifica uno de ellos.