Cómo mirar un cuadro: un viaje a la historia del arte desde la emoción
Más allá de escuelas, técnicas y estilos, ‘Cómo mirar un cuadro’ de Françcoise Barbe-Gall nos invita a dejarnos llevar por las impresiones que sentimos frente al lienzo para sumergirnos en una exploración apasionante

Dos personas contemplan ‘La joven de la Perla’, de Johannes Vermeer. Foto: Robin Van Lonkhuijsen | EFE.
Comprobar el autor y el título, encuadrarlo en un estilo y una época, captar la temática, observar objetos, símbolos, colores y textura, detenerse en el tamaño y la forma, con la técnica y la composición… Son algunas de las claves que empleamos para acercarnos a un cuadro y tratar de comprenderlo, unos mínimos para alejar la subjetividad y quedarnos con un simple me gusta (o no). Pero, ¿y si hubiera otra forma de mirar un cuadro que pasara precisamente por dejarse llevar por las impresiones para tomar conciencia del sentido de las obras?
Françoise Barbe-Gall toma precisamente como punto de partida las sensaciones que nos invaden frente al lienzo para descifrarlo.
La historiadora del arte y profesora en la Universidad de Censier, la Universidad de Nueva York en París y la École du Louvre publica Cómo mirar un cuadro (Lunwerg) donde pone en práctica, a través de 42 obras de arte de Giotto, Rafael, Picasso, Rembrandt, Boticelli, Vermeer, Goya, Cézanne, Kandinsky, Bacon, Hopper o Rothko, un discurso que da la espalda a la enseñanza tradicional del arte y nos sumerge en una nueva y emocionante exploración.
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Creer en lo que vemos
“Aprender a mirar un cuadro supone, ante todo, querer creer en lo que vemos” afirma la autora, que reconoce sin embargo que la pintura “intimida”. Célebre o no, un cuadro posee “un aura que todo el mundo percibe.
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Por supuesto, y esto lo harán mejor los historiadores y entendidos, una obra nunca es huérfana, sino el resultado de percepciones y reminiscencias complejas. Pero sin entrar en genealogías estéticas, categorías, estilos, teorías y un vocabulario especializado que no hacen sino incrementar la dificultad, hasta el espectador menos entendido puede captar la atmósfera de un cuadro. Y lo que percibe, apunta, Barbe-Gall, “no debe subestimarse”.
Al contrario, por simple que parezca, esta reacción es una respuesta válida a lo que sugiere la obra. De hecho, este libro está organizado en función de esta relación directa con las imágenes y tiene como punto de partida el efecto que produce un cuadro.
Hasta el espectador menos entendido puede captar la atmósfera de un cuadro, una impresión que se utiliza como punto de partida en esta original fórmula para acercarse al arte
Por supuesto, se puede objetar que las reacciones varían en función de cada persona pero, según su experiencia, se pueden extraer algunas constantes que son las que aquí se emplean como hipótesis de trabajo.
Pese a la aparente simplicidad, que invita a acercarse a las obras y explicaciones, no se descuidan nociones de historia y de estilo, de iconografía o de composición, pero nunca se imponen como preámbulo sino que se añaden después del descubrimiento del cuadro, como precisiones o pistas para la reflexión.
Lo que importa aquí es abordar cada obra y facilitar el acercamiento a la pintura invitándonos a cada uno a apreciar el poder de nuestra propia mirada
De la realidad al engaño de las apariencias
El libro se divide en seis capítulos, cada uno de los cuales incluye 7 cuadros analizados paso a paso con infinidad de detalles puestos en relieve para observar y entender, así como anexos con contexto histórico y cultura y cuadros complementarios que ayudan a profundizar.
Las obras no están ordenadas cronológicamente ni tampoco por estilos; en cada sección desfilan algunos en apariencia inconexos pero que sirven a la autora para construir su particular relato de la historia del arte.
Así, empezamos con ‘Una simple realidad’ en el que aparentes obras figurativas multiplican los accesos a la realidad. Y es que según Barbe-Gall “un pintor siempre persigue el mismo objetivo: inducir al espectador a ver de otra manera lo que este creía conocer”.
El retrato de Baltasar Castsiglione de Rafael, la Muerte de la virgen de Caravaggio, una naturaleza muerta de Bettera, el Noctámbulos de Hopper o Siete sillas de Tàpies son algunos de los cuadros escogidos para ilustrar ideas que nos conducen a descubrir la esencia de un carácter, detectar la autenticidad de las emociones, adivinar lo que no se dice, darnos la impresión de estar e el cine o reconocer la sustancia del mundo.
Lo que importa aquí es abordar cada obra y facilitar el acercamiento a la pintura invitándonos a cada uno a apreciar el poder de nuestra propia mirada.
La impresión de la primera mirada
Las siguientes seis obras, de Van der Weyden, Botticelli, Vermeer, Velázquez, Renoir, Van Goghy Soulages ahondan en la idea de mundos sublimados, de obras que transmiten más ideas y sensaciones de las que es posible concebir y aprehender, sea una muchacha con turbante que se vuelve a nosotros apenas un segundo o la más exquisita representación del nacimiento de la primavera.
También hay obras que contradicen la experiencia inmediata y presentan un mundo que prescinde de las leyes de la naturaleza, que no respetan proporciones, lógica o reglas sino que deforman el mundo visible y que nos provocan como espectadores y otras que nos adentran en terrenos resbaladizos donde las apariencias engañan y que parecen sembrar deliberadamente la confusión. Basta pensar en La persistencia de la memoria de Dalí entre los primeros y Camino del Calvario de Brueghel el Viejo entre los segundos.
Hay cuadros que nos violentan, que nos provocan o disgustan, capaces incluso de establecer una relación de fuerza con nosotros como espectadores y de amenazar nuestras ideas preconcebidas como Las viejas de Goya, La visión tras el sermón de Gauguin o El grito de Munch. Y hay otros que tienen el poder de reconfortar, sea cual sea su temática, de envolvernos en dulzura y abrirnos la puerta a un espacio protegido, como Santa Ana, la Virgen y el Niño de Da Vinci, los Nenúfares de Monet o incluso El Ocre de Rothko.