Descubriendo los colores del norte de Fuerteventura

El extremo norte de la isla canaria de Fuerteventura presenta el azul del océano en contraste con el amarillo de las gigantescas dunas del Corralejo, a los que se suman el blanco de los pueblos de pescadores y el beige claro de sus playas

Los coloridos paisajes del norte de Fuerteventura. Foto Maik-T. Šebenik – CC

Es un tópico describir los paisajes de las Islas Canarias como de otro planeta. Sin tener una noción acertada de las planicies extraterrestres, lo más justo sería decir que presentan imágenes que parecen extraídas en otras partes de la Tierra.

Eso se ve en Corralejo, en el extremo norte de la isla de Fuerteventura, con sus kilómetros de playas blancas o de un amarillo suave que se contraponen al turquesa del Atlántico que las baña; un paisaje que remite al Sahara o al desierto de Atacama.

La franja norte también tiene el marrón claro del Parque Natural de las Dunas de Corralejo, así como el tono negro de las rocas que recuerdan el pasado volcánico de Fuerteventura y el balance cromático que le dan las paredes blancas de los pueblos.

En este “país de las dunas”, como lo califica el libro La vuelta a España en 80 viajes (Anaya Touring), se puede realizar una ruta de 120 kilómetros para descubrir los paisajes del norte majorero.

Iglesia de Puerto del Rosario. Foto Wikipedia

Desde Puerto del Rosario a Tefía

El punto de partida es su capital Puerto del Rosario, dueña de un bonito paseo marítimo con atractivos como la iglesia de Nuestra Señora del Rosario y la casa donde Miguel de Unamuno vivió confinado por la dictadura de Primo de Rivera en 1924.

Camino hacia el oeste se divisa el Temerejeque, un monte cuya cima de basalto compacto le da la apariencia de un cuchillo gigante.

En Tefía se puede conocer cómo eran las viviendas rurales de Fuerteventura, y allí está la sórdida historia de la Colonia Agrícola Penitenciaria

En la visita a Tefía, en un pequeño desvío hacia el sur, en su Ecomuseo La Alcogida se conoce cómo eran las viviendas tradicionales de los campesinos, con sus paredes terrosas de remates blancos y los tejados bereberes de cañas.

En el actual albergue juvenil se puede descubrir la terrible historia de la Colonia Agrícola Penitenciaria, un campo de concentración creado por el franquismo para recluir a homosexuales y otras personas acusadas de delitos bajo la Ley de vagos y maleantes.

Molino de viento en Tefía. Foto Mel B – CC

Huellas del pasado rural

De vuelta hacia el norte, por un paisaje desértico se ve otro homenaje a Unamuno en un monumento creado en su memoria, al pie de la montaña Quemada que da al barranco de Las Pilas.

En las cumbres que rodean a Tindaya se encuentran petroglifos y numerosos restos arqueológicos de los nativos de la zona.

Entre molinos de viento, palmeras, tarajales y rebaños de cabras se llega a La Oliva, donde la Casa de los Coroneles es un buen ejemplo de arquitectura colonial del s.XVIII, transformado en centro cultural y de exposiciones.

También hay que ver la curiosa iglesia parroquial, de estructura robusta con su torre del campanario que parece un castillo fortificado.

En el pueblo de Lajares todavía se usan camellos para transportar carga y ayudar en las labores rurales

Encuentro en Tindaya. Foto Salvar Tindaya – CC

Otra postal surrealista la dan los camellos que se usan para labores agrícolas en Lajares, pueblo que es un imán para artistas y con una importante tradición de calados, bordados y cestería.

La belleza natural de El Cotillo

Por la FV 10 se arriba a El Cotillo, un pueblo de pescadores de paredes encaladas apreciado por el turismo gracias a las playas al norte, con sus aguas transparentes que cuando baja la marea se transforma en una piscina natural.

Si se quiere probar la cocina marinera de la zona, hay que conocer las propuestas de pescados y mariscos de los chiringuitos, que los acompañan de queso y gofio escaldado.

Allí se encuentra el faro de Tostón, del s.XVII, en un paraje digno de retratar con cámaras y móviles.

Ermita de San Antonio de Padua en Lajares. Foto S. Rae – CC

Para llegar a Corralejo se puede hacer senderismo durante unos 20 km por el extremo norte de Fuerteventura, donde se pasa por las playas Blanca, de Majanicho y del Bajo de la Burra.

Pero la manera más cómoda es volver al coche y enfilar por la FV 10 hacia este pueblo, en un trayecto flanqueado por los volcanes de Bayuyo y el Calderón Hondo.

Corralejo y sus dunas gigantescas

La presión urbanística del turismo en Corralejo resiste con las exigencias de que las nuevas construcciones respeten la tradición canaria.

Faro del Tostón. Foto Wolfgang – CC

Desde este pueblo de pescadores zarpan excursiones en pequeñas barcas a la vecina Isla de los Lobos, donde el desembarco está restringido a 400 personas para evitar arruinar su frágil ecosistema.

Al sur de esa villa se extiende el parque natural de las Dunas de Corralejo, con formaciones arenosas móviles de gran extensión que parece inhóspito, pero que alberga un rico ecosistema de matorrales y saladares; mientras que del otro lado de la carretera FV 1 desfilan las calas donde el océano cada tanto rompe con furia que alternan con playas como la de Alzada, del Médano, Bajo Negro y Los Matos.

Costas de Corralejo. Foto Dicau58 – CC

A mitad de camino hacia Puerto del Rosario se divisa la montaña Roja, considerado el punto final del parque de dunas, y su estampa solitaria le da un toque diferente a los colores del norte de Fuerteventura.

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