Jerusalén: 3.000 años de historia en la palma de la mano
Sea o no creyente, Jerusalén conmueve los sentidos. La ciudad más importante de Israel es un libro abierto de historia, donde se viven toda clase de experiencias a cada paso

Vista panorámica de Jerusalén. Foto Noam Chen – Turismo de Israel
Recuerdo los antiguos mosaicos bizantinos y los códices medievales que situaban a Jerusalén en el centro del mundo conocido. Y ahora, mirando ese laberinto de callejuelas, minaretes, cruces y perfiles de sinagogas desde las murallas de la Torre de David, cuesta creer que gran parte de la historia se condense en un par de barrios al alcance de la mano.
Da igual que uno sea o no creyente: a cada paso de la Ciudad Vieja se encuentra un fragmento de la historia, no local, sino mundial; donde las sucesivas oleadas de conquistadores y reinos locales han dejado huellas en cada rincón, donde es imposible que no se ponga la piel de gallina al ver la devoción del Muro de las Lamentaciones, en el Santo Sepulcro o en la Explanada de las Mezquitas.
Ciudad de David
Como en cualquier libro de historia, lo ideal es empezar por el principio. O por la génesis de la ciudad, si se me permite la analogía bíblica.
Ese lugar no está en la Ciudad Vieja sino fuera de las murallas, en la llamada Ciudad de David.
Se trata de los restos arqueológicos descubiertos en la segunda mitad del s.XIX, que confirmó las leyendas de aquel rey que hace 3.000 años conquistó la ciudad de los jebusitas y construyó un gran palacio, rodeado de edificios administrativos y de viviendas de la élite gobernante, obreros y artesanos.
Hay tanta historia condensada que lo mejor es empezar por el audiovisual en 3D y seguir alguno de los circuitos que llevan a los miradores, al Monte de los Olivos o, más interesante aún, al Pozo de Warren, un acueducto que protagonizó gran parte de la historia antigua de Jerusalén.
Torre de David
Aunque el famoso rey David no gobernó desde aquí, igualmente la antigua ciudadela militar lleva su nombre.
Al lado de la puerta de Yafo, que comunica la Ciudad Vieja con la Nueva, esta fortaleza es como una cebolla donde a cada capa se descubren huellas de diversas civilizaciones que la fueron habitando y reforzando por más de 20 siglos.
La ciudadela de la Torre de David es como una cebolla donde cada capa guarda la historia de 20 siglos
Construido por Herodes en tiempos del Imperio Romano, los bizantinos, cruzados, mamelucos, otomanos y hasta los británicos hace poco más de un siglo han dejado sus testimonios en murallas, puertas, cisternas, cárceles y torres.
Su interesante museo ahora está cerrado por obras, pero igualmente una serie de maquetas permiten conocer cómo Jerusalén fue creciendo a lo largo de los siglos.
Cada noche aquí se presentan dos espectáculos de luz y sonido, donde los restos de las murallas son el lienzo en que se proyecta una apretada síntesis de la milenaria y muchas veces trágica historia de la ciudad.
Las murallas
Desde la Torre de David pareciera que la ciudad está igual desde los tiempos de los cruzados, de no ser por las antenas parabólicas que tapizan los techos.
Caminando por las murallas otomanas que rodean la parte histórica se puede tener otra inmersión del mosaico de culturas, religiones y lenguas que es esta ciudad israelí.
De un lado está la Ciudad Nueva con sus barrios modernos, sus avenidas que sortean las cuestas y su tráfico siempre colapsado. Del otro, el dédalo de iglesias, comercios, escuelas, conventos, sinagogas y mezquitas.
Al bajar por la puerta de Damasco uno ya está en la vorágine del mercado del barrio musulmán, donde cada comerciante anuncia a los gritos su mercadería como si no hubiera un mañana. Y basta un par de pasos que uno se mete en un hospicio para peregrinos construido por el Imperio Austrohúngaro, donde en su silencioso jardín se puede tomar un café vienes con goulash.
Estas cosas solo pasan en Jerusalén, donde al volver a la calle el estridente llamado del muecín convocando al rezo en la mezquita puede ser aislado al entrar en una iglesia armenia, ortodoxa o católica levantada siglos atrás.
El barrio cristiano
Hay que recurrir a la imaginación para pensar cómo era la Jerusalén hace 2.000 años, cuando por el trazado de la Vía Dolorosa Jesucristo caminó cargando la cruz hacia el Monte del Calvario.
Caminar por las murallas da una idea de la vorágine de idiomas, culturas y religiones que se condensan en pocos kilómetros cuadrados de Jerusalén
Lo que en aquel entonces era un descampado fuera de las murallas hoy es un laberinto de tiendas de recuerdos para turistas, templos y restaurantes de kebab. Pero una serie de placas, más o menos a la vista, permiten reconstruir las estaciones del Vía Crucis que culminan en la Iglesia del Santo Sepulcro.
Diferentes iglesias se repartieron la custodia de cada uno de los sitios sagrados del cristianismo, por lo que el lugar es un mosaico de estilos que van desde el Bizantino al Benacentista, pasando por toques contemporáneos sazonados por el aroma de los inciensos y de miles de velas que los devotos encienden en cada rincón.
Las miradas sobre la piedra donde se supone que estuvo colocada la cruz, las manos que acarician la roca donde Jesús fue colocado tras la crucifixión y las expresiones de congoja cuando los visitantes salen del pequeño templete que resguarda su tumba son algunas de las imágenes más conmovedoras de la visita.
El Muro de las Lamentaciones
Ese sentimiento lo volví a experimentar en el Muro de las Lamentaciones, un pequeño fragmento de la pared occidental que resguardaba al Segundo Templo, el lugar más sagrado para la religión judía.
Solo son 70 metros de aquella gigantesca muralla donde hombres de un lado y mujeres del otro, llegados de todas partes del mundo, rezan en un suave canto monocorde que se puede presenciar con el debido respeto.
Quienes estén más interesados en la historia de esta reliquia pueden realizar una visita por los túneles del Muro Occidental, que recorre las entrañas de la Ciudad Vieja fuera del fragor urbano.
La Explanada de las Mezquitas
Donde estaba aquel templo destruido en el año 70 por los romanos ahora se encuentra la hermosa Cúpula de la Roca.
En su interior hay una roca que el islam consideran sagrada porque creen que desde allí Mahoma ascendió a los cielos. Y es en el mismo lugar donde según la tradición judía el patriarca Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac.
Los que no son musulmanes solo pueden entrar por una explanada de madera, y al llegar a la explanada se contempla la belleza del domo dorado y del edificio recubierto de exquisitos mosaicos; en un predio donde también se encuentran las mezquitas de Al-Aqsa, la Cúpula de la Ascensión y la Cúpula de la Cadena.
De vuelta en la Ciudad Vieja, regresamos a ese hormiguero humano de judíos ortodoxos corriendo donde quieran que vayan antes de que comience el Sabbath, de comerciantes musulmanes ofreciendo desde joyas a imanes para la nevera, de turistas que se hacen selfies a cada paso, de monjes ortodoxos o franciscanos concentrados en sus asuntos. Cada uno vive en su mundo, pero todos forman parte de Jerusalén.