Uzbekistán: de la URSS al turismo tranquilo

El país se presenta como una gran oportunidad para la inversión extranjera, pero se enfrenta también a una serie de desafíos que pueden dificultar la entrada de capital

Samarcanda, en Uzbekistán, es una de las joyas de la Ruta de la Seda. Foto: Sultonbek Ikromov | Unsplash.

Cuando la URSS se desintegró en 1991, Uzbekistán —como otras repúblicas centroasiáticas— se encontró con importantes retos: convertir una economía principalmente agrícola e industrializada desde la óptica soviética, acomodarse a la independencia, aceptar un turismo emergente y estabilizar su sistema político y social. Durante décadas, la influencia soviética implicó una fuerte secularización de la vida pública, con el islam relegado en muchas ocasiones a la esfera privada y un plan de desarrollo que giraba en torno al Estado central.

El islam está presente como fe mayoritaria, pero su manifestación en la calle es moderada, nada agresiva, lo que hace que, para muchos visitantes, la sensación general no sea la de un país “religioso” en el sentido del activismo visible, sino más bien de convivencia tranquila. Por paradójico que parezca, Marruecos, que está a 14 kilómetros de distancia de España, resulta un país mucho más distante que Uzbekistán, del que nos separan más de 6.000 kilómetros. En muchas ciudades uzbekas se observa que el velo o pañuelo en las mujeres es minoritario, lo que contrasta con la imagen que ofrecen, por ejemplo, los países del Magreb.

Gente amable y hospitalaria

Otra de las cuestiones importantes del creciente interés turístico por Uzbekistán es la sensación de calma y amabilidad que transmiten sus ciudades. La capital, Tashkent; Samarcanda o Bujará ofrecen un entorno urbano donde se puede pasear sin esa sensación de presión turística o de hostilidad hacia el visitante. La población es frecuentemente amable, dispuesta a ayudar, y la vida en la calle no tiene la agresividad ni la impaciencia que se sienten en otros destinos turísticos.

Uzbekistán. Fotografía propia

El hecho de que, tras décadas de dominio soviético, la manifestación exterior de la religión no sea agresiva contribuye al ambiente relajado. El islam existe, es parte de la identidad, pero la presencia de mezquitas, la presión social por la vestimenta o la vigilancia moral es mucho más débil de lo que muchos viajeros imaginarían.

Turismo e inversiones

El gobierno de Uzbekistán está impulsando el turismo como sector clave de desarrollo. Según la agencia nacional de inversiones, en 2023 hubo unas 5,2 millones de visitas de turistas extranjeros al país, generando alrededor de 2.000 millones de dólares, lo que representa aproximadamente un 3,5 % del PIB, dato que ha ido creciendo en los últimos ejercicios.

Uzbekistán. Fotografía propia. Talgo

En paralelo, Uzbekistán trata de posicionarse como destino de inversión en sectores como la tecnología, las infraestructuras turísticas, las energías o la logística. La compañía española Talgo ha vendido en este país trenes de alta velocidad y varios del modelo Talgo 250 por un valor superior a los 300 millones de euros. No deja de llamar la atención al turista español viajar en estos trenes de Tashkent a Samarcanda en unas dos horas, a una media de 250 km por hora, o cubrir el llamado “Corredor de la Seda” y el valle de Fergana, con una eficacia y puntualidad envidiables, y a un coste muy inferior al que pagamos en España.

En cualquier caso, la alta velocidad llega solo al 2 % del territorio (Uzbekistán tiene 450.000 km²). No cubre zonas occidentales como Urgench o Khiva, ni al sur o norte remotos, donde predominan trenes convencionales o solo se puede viajar por carretera.

El país se presenta como una gran oportunidad para la inversión extranjera, pero se enfrenta también a una serie de desafíos que pueden dificultar la entrada de capital: la corrupción, la burocracia excesiva, la poca transparencia en los procesos de licitación y la falta de protección de los derechos de propiedad no son el mejor reclamo.

Aunque, a decir de los observadores, Uzbekistán camina hacia una mayor eficiencia institucional, no hay que olvidar que se trata de una república presidencialista, con una gran concentración de poder en torno al jefe del Estado y una oposición sin apenas presencia, a pesar de celebrarse elecciones. Desde 2016, Shavkat Mirziyóyev ejerce la presidencia, impulsando una etapa de reformas económicas, cierta apertura política y modernización del Estado tras décadas de gobierno autoritario bajo Islam Karimov.

Herencia histórica

Sin duda, el gran atractivo de Uzbekistán es su herencia histórica como parte de la célebre Ruta de la Seda, que durante siglos conectó Asia y Europa, generando un rico cruce de culturas, razas y tradiciones. En ciudades como Samarcanda, Bujará o Khiva se pueden ver espléndidos monumentos islámicos, a la vez que se aprecia una mezcla de razas y visitantes de diversos orígenes. Esa diversidad racial y cultural es fruto del paso de caravanas, del intercambio entre oriente y occidente y de los imperios que dejaron su huella en Asia Central.

Desde caucásicos y rusos europeos hasta orientales originarios de Mongolia, todos los rasgos faciales imaginables se mezclan en las calles de las ciudades uzbekas. Especialmente en Tashkent, una ciudad que sufrió un terremoto devastador en 1966 y que fue reconstruida con el modelo arquitectónico soviético de la época: edificios ministeriales y grandes avenidas de varios carriles para que coches de alta gama chinos se muevan velozmente, y en muchos casos silenciosos, gracias al combustible que más abunda en el país: el gas.

La barrera idiomática

Los idiomas mayoritarios son el uzbeko y el ruso, y aunque en las grandes ciudades cada vez más personas hablan inglés (especialmente en el sector turístico: hoteles, guías), no se puede dar por supuesto que el inglés esté ampliamente extendido fuera de los núcleos turísticos. Esto puede suponer cierta barrera para el viajero, pero no es algo insalvable. La hospitalidad y el hecho de que la población sea generalmente abierta ayudan a la comunicación básica, especialmente a la hora de manejarnos con la moneda local.

Hay que tener en cuenta que un euro equivale aproximadamente a 14.000 sum (moneda uzbeka), así que manejaremos billetes de 100.000 sum con total normalidad, sin saber muy bien cuánto nos está costando una comida, un café o una cerveza. Al final descubriremos que es un país barato para nosotros, ya que podemos comer en un restaurante medio por menos de 10 euros. Según datos oficiales, el salario mensual medio en Uzbekistán es de unos 6 millones de sum, es decir, poco más de 420 euros.

Contaminación

En la calle, en el restaurante, paseando por la ciudad, es fácil sentirse cómodo. Esa “tranquilidad” es una de las razones por las que muchos viajeros valoran positivamente este país. Pero, porque siempre hay un pero, o varios, existen inconvenientes a tener muy en cuenta. La mejor época para viajar es la primavera o el comienzo del otoño. Fuera de esos momentos podemos sufrir los rigores de un verano o un invierno realmente duros. Es un país de interior, sin mar, sin costa que suavice las temperaturas ni la posibilidad de tumbarse en ninguna playa.

Salvo en las montañas próximas a Tashkent o en la región de Fergana, el resto del país es terreno mayoritariamente árido, con tormentas de arena frecuentes y una persistente calima de polvo en suspensión que hace que, muchas veces, la calidad del aire no sea la mejor. Este es uno de los problemas, no menor, que deberá resolver un país decidido a abrirse al mundo.

Comenta el artículo

Deja una respuesta

a.
Ahora en portada