Velódromo o los primeros 90 años de un bar histórico como pocos

El Velódromo se acerca a su centenario, y recuerda las nueve décadas de encuentros, comidas y bohemia con un menú especial que recorre su historia

Velódromo conserva su decoración de aires art decó. Foto Velódromo

Hay bares de Barcelona que no necesitan presentación. Cuando uno dice “nos vemos en el Zúrich” o “Quedamos en el Quimet” ya todo el mundo sabe de lo que habla. Como sucede con el Velódromo(Muntaner 213), local que celebra sus 90 años con un menú que homenajea su larga historia sin traicionar su espíritu.

Los orígenes de Velódromo

Fue en 1933 cuando el joven matrimonio de Manuel Pastor y Pilar Boné dejaron su pueblo de Teruel para apostarlo todo por una fonda de comidas que se llamó Casa Manolo en la esquina de Muntaner y Londres; donde se ofrecían preparaciones “sencillas, directas y honradas” describe el historiador Lluís Permanyer.

El Velódromo a mediados del siglo XX. Foto Velódromo

Por aquí ha pasado gran parte de la historia, ya no digamos de la ciudad, sino del país: en sus mesas los miembros del gobierno republicano debatían los planes de la Guerra Civil mientras huían del avance franquista, el local se salvó de la colectivización primero y de la confiscación después del conflicto, aquí se gestó una recordada huelga de tranvías que paralizó Barcelona y en los ’60 era el refugio favorito de intelectuales de la Gauche Divine.

Entre cervezas y tapas nació la revista L’Avenc y se cruzaron incontables debates políticos en la Transición, mientras que en los ’80 se convirtió en uno de los sitios de moda como escala previa o posterior a la marcha discotequera de la zona alta de Diagonal.

“El bar, con un abanico de clientes fieles pero que también se renovaban a pesar de los cambios generacionales, supo hacer frente a las modas, las nuevas competencias, los cambios de usos y costumbres y el paso inexorable de un tiempo siempre severo”, puntualiza Permanyer.

En sus mesas, entre tapas y cervezas se gestaron huelgas, se declararon amores y crearon conversaciones olvidables

El nuevo cartel mantiene la estética retro del local. Foto Velódromo

La entrada de Moritz

En el 2000 su dueño Manuel Pastor se jubiló, y la cervecera Moritz rescató el mítico local al que le dio un giro para mantener su esencia pero adaptado a los nuevos tiempos.

Esa sensación de traspasar un portal y entrar en un local detenido en el tiempo se percibe cuando se mira con detalle el mobiliario art decó, las lámparas de esferas blancas, la escalera de caoba que conduce a la planta superior, los espejos de la barra y el suave tapizado verde de las sillas y los sillones.

La barra permanece casi igual. Foto Velódromo

Este es uno de los locales más madrugadores de la ciudad y si cierra a la 1:30 (o las 3:00 el finde) es por imperativo legal, porque si fuera por ellos capaz que tendrían sus puertas abiertas las 24 horas.

Aquí es posible desayunar, ir de vermut, comer, tomar el té de la tarde, tapear, cenar o pasar las horas entre cócteles y conversaciones sobre cualquier tontería; con esa impronta bohemia que el tiempo no ha borrado.

Cada plato recuerda a una década del bar. Foto Velódromo

El menú de los 90 años

Para recordar su historia hasta el 31 de diciembre el director gastronómico del Velódromo, Jordi Vila (una estrella Michelin) ha creado un menú de tapas y raciones de nueve pases, cada uno asociado a una década de su historia.

Pero no se trata de un menú cerrado sino que se puede elegir uno, varios o todos los platillos. Si se viene con hambre, deriven a esa opción que no se arrepentirán.

Este viaje gastronómico e histórico se inicia con las ostras a la Ravigote, que recuerda a la Exposición Universal de 1929 y su impacto urbanístico en los años ’30; continuado con la pelota con salsa de hongos y picada, en recuerdo de la década de los ’40.

El potente ‘cap i pota’. Foto Velódromo

De los ’50 llega una llenadora lasaña Rossini, mientras que el homenaje a los ’60 se plasma con la crokini, una pequeña pero estupenda croqueta de bikini trufado que hace un guiño a la emblemática discoteca Bikini.

Un consejo que nos dieron por lo bajini en Velódromo: por un tema de escala de gustos, es mejor dar el salto a la brandada de bacalao a la plancha de los años ’90 y la resaca post olímpica, y luego retroceder a los ’70 con la cap i pota (garbanzos, patatas y tripa) y dar la estocada con el arroz Perellada de montaña, propio de los ’80.

En los postres, este recorrido por la historia culmina con la mona del 2000 (versión del pastel Sara) y el chocolate con aceite y sal que nos hacen llegar a la última década.

El arroz del señor Perellada. Foto Velódromo

Mejor con cervezas sin filtrar

Este desfile de platos es mejor acompañarlo con las cervezas sin filtrar de Moritz, más livianas que las usuales, donde se puede elegir entre la clásica, la potente 7, la Epidor, la Red IPA o la nueva Nadalenca (negra con un toque de vainilla). O esperar a febrero y descubrir la nueva cerveza temática en homenaje al histórico bar.

Por supuesto que al Velódromo se puede volver en cualquier momento, ya sea para probar su larga selección de tapas (ojo a las croquetas), de platos (que van desde la espalda de cordero a la sopa de cebolla gratinada o las galtas con cerveza Epidor) o de bocadillos que sirven para engañar al estómago entre las prisas cotidianas.

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