Por qué los dioses griegos están más vivos que nunca

En ‘Zeus y familia’ Fermín Bocos analiza los mitos del panteón clásico, y con un texto ágil y con cuotas de humor recuerda su influencia en las artes y la vida cotidiana

El panteón clásico influenció en el arte. Foto Pxhere

El que piense que los dioses griegos y romanos no están presentes en nuestras vidas está muy equivocado. Su influencia nos llega, miles de años después, en multitud de palabras (pánico, afrodisíaco, narcisista), en los días de la semana (martes), en multitud de obras de arte, en películas de Hollywood (algunas buenas, otras olvidables) y en unos cuantos templos de Grecia, Italia y Turquía que sobreviven al paso del tiempo. O sea, de Cronos.

El libro Zeus y familia (Editorial Ariel) de Fermín Bocos es una interesante y amena aproximación al Olimpo de divinidades, junto con su séquito de semi dioses, ninfas, héroes, titanes y algunas de las criaturas más espantosas que se les ocurrieron a los antiguos, como los Hecatónquiros, gigantes con 100 brazos y 50 caras.

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Dioses muy humanos

El autor quita el mármol a los dioses y sus súbditos y los presenta tal cual como los concibieron los griegos: como divinidades de comportamiento humano, “liberales y hasta promiscuos, que practicaban el sexo con alborozo y sin sentimiento de culpa”.

Los dioses eran “liberales y hasta promiscuos, que practicaban el sexo con alborozo y sin sentimiento de culpa”, dice Bocos

Eran traidores, concebían las peores torturas (como el águila que cada día devoraba el estómago de Prometeo porque se le ocurrió robarle el relámpago a Zeus), incestuosos, vengativos, y estaban más preocupados en pasarla bien que en proteger la humanidad.

Apolo, el dios del sol. Foto Pixabay

En realidad, puntualiza Bocos, dioses y personas vivían cada uno en su mundo. Excepto casos como el del piadoso Prometeo, que buscaba que los humanos no vivan en el frío y la oscuridad.

Pero el resto estaba más ocupado en perseguir ninfas como Pan, en mutar en toros y cisnes para poder acostarse con otras divinidades (pasatiempo favorito de Zeus) o en planear venganzas por los cuernos que le ponía su pareja (el pan de cada día de Hera).

Sin ejemplos de moralidad

Lo interesante, destaca el autor, es que los dioses no le decían a los griegos cómo tenían que comportarse. No eran ningún ejemplo de moralidad (solo faltaría), sino los responsables de que llueva, truene, que haya cosechas o que un volcán estalle con furia.

“Los dioses olímpicos nunca necesitaron de una clase sacerdotal que tuviera poder real diciéndoles qué tenían que entender y qué tenía que hacer. Eran dioses liberadores y liberados, que se cobijaban en el asombroso mundo de los mitos”, apunta Bocos.

“Los dioses olímpicos nunca necesitaron de una clase sacerdotal que tuviera poder real”.

Fermín Bocos

Sí eran muy importantes los consejos que podían dar en los oráculos como el de Delfos, donde sacerdotisas como la pitia transmitían los mensajes del Olimpo con tanta ambigüedad que sea lo que sea lo que diga, siempre tenían razón.

El Partenón, dedicado a la diosa Atenea, protectora de Atenas. Foto Sung Shin | Unsplash

Historia y humor

El autor va desplegando un bienvenido humor para comprender mejor las pasiones, furias y enredos de culebrón de Zeus y compañía, como cuando compara la roca que Prometeo cargaba en su tobillo con las pulseras telemáticas de los delincuentes.

O la analogía entre el poder económico de Delfos, donde muchos monarcas de las polis griegas guardaban parte de sus tesoros, con la influencia del Vaticano.

Descubrir a los dioses en museos y viajes

A lo largo del texto recuerda episodios mitológicos de la mano de pinturas y esculturas, con el dato de donde verla, como el rapto de Prosperina (Perséfone) de Bernini o el famoso nacimiento de Venus (Afrodita) de Boticelli.

El mito de Narciso fue profundamente analizado por la psicología.

También invita a los lectores a que viajen por Sicilia, el Peloponeso o la costa mediterránea de Turquía en búsqueda de antiguos templos y oráculos, como el de Dodona, al norte de Grecia, el que “se puede visitar a condición de estar dispuesto a caminar un buen rato y no arrugarse a la hora de subir y bajar escaleras y gradas”, señala.

La devoción a los dioses derivó en fiestas como el Carnaval, en obras de arte que se pueden contemplar en museos (como el friso de Pérgamo) y en historias que sirven de puente para teorías de la filosofía, el psicoanálisis o las ciencias políticas (desde la Guerra de Troya al mito de Narciso).

Por eso los dioses están bien vivos. Y nunca es tarde para conocerlos.

a.
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