Madeira, viaje al edén atlántico

Playas festoneadas de exuberante vegetación y miradores vertiginosos, levadas y surf, viñedos y ponchas, flamencos y artesanía conviven en el jardín más bello del Atlántico

Madeira entre el azul y el verde. Foto: ©Ricardo Faria Paulino | VisitMadeira.

Hasta 1998 solo se podía acceder por mar. Un ascensor de vértigo, hoy sustituido por un teleférico, se instaló para salvar un acantilado de casi 350 metros de altura -uno de los más altos de Europa- y conectar este pequeño terreno, apenas una playa de guijarros y una estrecha lengua de tierra, con el resto de Madeira. Agreste y salvaje, rodeado de paredes verticales y mar fue, sin embargo, el lugar escogido por una pequeña comunidad de jesuitas en el siglo XVIII para instalarse en la isla. Su nombre, Fajã dos Padres, recuerda a los primeros pobladores de un pequeño paraíso que, en apenas unos metros, resume algunos de los tesoros que nos reserva Madeira.

Llegar en barco ofrece la mejor perspectiva: nos deslizamos entre el azul del Atlántico, el imponente acantilado de Cabo Girão y el verde intensísimo de la vegetación que casi roza la playa. Un pequeño muelle es suficiente para atar el cabo y aventurarse a descubrir el lugar. Se trata, en realidad, de una fajana, un llano junto al mar surgido de una antigua colada volcánica, lo que explica la fecundidad de esta tierra, que se acompaña además de un microclima propio.

En la tierra volcánica de la Faja dos Padres crecen frutas exóticas que no sabías que existían. Foto: Mar Nuevo.

El antiguo complejo de los jesuitas quienes, por cierto, introdujeron la uva malvasía en Madeira, que sigue siendo una de las grandes referencias vinícolas, junto a la sercial, verdelho, bual y,en menor medida, la tinta negra, es hoy un complejo agroturístico donde los cultivos de mangos, aguacates, plátanos, papayas, maracuyás, piñas así como de las exóticas pitangas (cereza de Surinam), tabaibos (higos chumbos) o araças (guayabas) conviven con un pequeño alojamiento.

Además, un restaurante con una terraza ideal para dejar volar el tiempo mirando al mar que, además, sirve helados de los mismos sabores que las frutas que cultivan -por nada dejes de probar el de pitanga- mientras entramos y salimos del agua que sorprende con una temperatura más agradable que en otros puntos de la isla (unos 24ºC en verano).

Si no nos alojamos aquí, hay que salir antes de las 18,30, la hora del último teleférico que nos saca de este rincón idílico y nos devuelve a la ‘civilización’ en un alucinante trayecto de apenas cuatro minutos y vistas increíbles a la fajã y su playa, el acantilado y la costa sur de Madeira.

El escarpado teleférico que permite entrar y salir de Faja dos Padres. Foto: ©Henrique Seruca | VisitMadeira.

El destino que enamoró a Sissi

Para descubrir por qué la isla de Madeira ha seducido a lo largo de la historia a personajes que van de la emperatriz Sissi a Winston Churchill pasando por Gregory Peck, Roger Moore, Estefanía de Mónaco o Margaret Thatcher nos situamos en su capital, Funchal.

Desde el rooftop del hotel Barceló Funchal Oldtown, ya sea cenando en su terraza o refrescándose en la piscina, se obtiene una buena perspectiva de la ciudad, que forma un anfiteatro de colinas por las que se derraman las edificaciones, siempre entre el verde intenso de la vegetación y las pinceladas de color de sus flores tropicales, con vistas directas al mar.

La piscina en la azotea de Barceló Funchal Oldtown. Foto: Manolo Yllera.

En el casco histórico, junto a la Catedral y el paseo marítimo Avenida do Mar, entre callejuelas con el típico empedrado portugués y fachadas que dejan ver el patrimonio arquitectónico de la isla, el propio hotel conjuga muchos de los elementos de la historia y la tradición local.

Un ambicioso proyecto de rehabilitación permitió adaptar los seis edificios del siglo XVII que conforman su infraestructura, entre ellos el que fuera la sede de la fábrica Oliveira Bordados Maderienses. Otro perteneció a la familia Blandy’s, pionera del comercio del vino de Madeira y una de las mayores productoras en la actualidad.

Bordados y vino, dos de las señas de identidad de Madeira, pero también otras artesanías tradicionales, como la cestería de mimbre forman parte de la decoración del establecimiento, que combina fachadas y forjados originales con modernos interiores, materiales naturales como la piedra y la madera y un sofisticado mobiliario, pero que integra además elementos encontrados durante las obras del hotel, como cerámicas de época colonial, restos de una calzada del siglo XVI o monedas del XVIII.

Guiños a la artesanía y la tradición local en Barceló Funchal Oldtown. Foto: Manolo Yllera.

De cinco estrellas e inaugurado en 2023, el hotel es el perfecto punto de partida para una inmersión en la Madeira más auténtica, con todo tipo de guiños en clave local que van desde la gastronomía en su restaurante Noz a las colaboraciones que realiza con artistas y artesanos como Bailha, del madeirense David Oliveira, de la que surge una colección cápsula de delicadas servilletas bordadas inspiradas en el Atlántico.

Vino, poncha y bordados

Además del frente marítimo, con el puerto donde fondean exclusivos cruceros y el museo y hotel de Cristiano Ronaldo, quizás hoy el hijo más ilustre de la ciudad, hay que perderse por las callecitas para descubrir fortalezas usadas antiguamente para la defensa como la del Pico o S. Tiago, iglesias como la de San Juan Evangelista, conventos como el de Santa Clara, palacios como el de S. Lourenço o instituciones culturales como el Teatro Municipal Baltazar Días.

Fuerte de S. Tiago y calas para el baño en Funchal. Foto: ©Francisco Correia | VisitMadeira.

También hay que recorrer el Mercado dos Lavradores que ocupa un edificio de 1940 diseñado por Edmundo Tavares y decorado con hermosos azulejos de la fábrica Faiança Battistini de María de Portugal y maravillarse por la explosión de colores, sabores y texturas de sus productos locales, especialmente pescados, frutas, verduras y flores. Ya puestos a la inmersión en la cultura local, tomarse una magdalena de arroz o unos pastéis de nata en Pan de Canela (R. Latino Coelho, 10) y una poncha (aguardiente de caña, miel, azúcar y jugo de limón o naranja) en A Mercadora (R. Hospital Velho, 13).

Muy interesante, la Rua de Santa Maria, en la Zona Velha, donde acogedores restaurantes con terraza y comercios tradicionales como la Fábrica de Chapéus (fábrica de sombreros) y la Fábrica de Botas de Vilão (fábrica de botas madeirenses) conviven con el arte urbano gracias al proyecto Puertas pintadas, que apostó por la intervención de más de 200 puertas para luchar contra la degradación que sufría el barrio.

Casco viejo de Funchal. Foto: ©Francisco Correia | VisitMadeira.

Entre los imprescindibles que hay que conocer en Funchal, Bordal (Rua Dr. Fernão de Ornelas, 77), antes uno de los principales fabricantes y exportadores del bordado de Madeira y, actualmente, uno de los poquísimos que quedan. Con cerca de 60.000 diseños propios una plantilla de 200 bordadoras, Bordal abre sus puertas para mostrar en vivo el proceso de elaboración de sus modelos de hogar, moda y bebé y entraña uno de los últimos bastiones de esta singular artesanía que ha conquistado a firmas de alta costura como Chanel.

Las últimas bordadeiras en Bordal. Foto: Mar Nuevo.

De refugio aristocrático a paraíso senderista

Pero la actual capital de Madeira no fue el primer lugar que pisaron los descubridores portugueses. En 1418 y liderados por el navegante João Gonçalves Zarco, tras muchos días a la deriva avistaron una pequeña isla que llamaron, desde luego no por casualidad, Porto Santo, que atesora, entre otros, la mejor y más extensa playa de arena dorada de las islas. No sería hasta 1421 cuando llegaron a Madeira y fundaron una ciudad que bautizaron en a la abundancia de funcho (hinojo en portugués).

Mirador de Cabo Girão. Foto: ©Ricardo Faria Paulino | VisitMadeira.

Pronto su ubicación estratégica en el Atlántico hizo de Funchal un importante puerto. Mientras, el clima templado y el terreno volcánico, perfecto para el cultivo, atrajeron a la isla a productores de azúcar de caña, frutas y, desde el siglo XVII, vino, una industria que impulsó el desarrollo económico y que marcó para siempre el destino de la isla.

Incluso hoy, cuando el turismo ha desplazado a la agricultura como principal fuente de ingresos, las antiguas conducciones de riego -levadas- siguen siendo fundamentales, ahora como rutas de senderismo que, de diferentes tipologías y niveles de dificultad (hay decenas de rutas que suman cientos de kilómetros), están entre los principales atractivos de Madeira y permiten conocer de cerca un paraíso de bosques de laurisilva (reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), viñedos, bananeras, cascadas y miradores entre las montañas y el océano.

Nuestra Señora de Fátima. Foto: ©Henrique Seruca | VisitMadeira.
Levada de Caldeirao Verde. Foto: ©Francisco Correia | VisitMadeira.

Una buena forma de recorrer la isla es un tour de 4×4 que, como los de Brave Landers se diseñan a medida. Saliendo de Funchal y de sur a norte, las paradas incluyen lugares tan impactantes como el mirador de Cabo Girão, a 580 metros de altura y con vertiginoso suelo de cristal, la Capilla de Nossa Senhora de Fátima, en el municipio de São Vicente, ubicada en lo alto de una colina con un increíble contraste de vistas entre la montaña y el mar, o los viñedos de Quinta do Barbusano, en la costa norte de la isla.

Las antiguas conducciones de agua para el riego, denominadas levadas, se han convertido hoy en rutas de senderismo ideales para descubrir la naturaleza salvaje de la isla

Por caminos embarrados atravesados por cauces de agua y siempre rodeados de intensa vegetación, llegamos a la playa de Porto de Abrigo do Seixal, de auténtica postal, con su arena negra bañada por aguas cristalinas en contraste con las montañas verdes que se encuentran con el mar.

Hogar del Puerto de Abrigo y el Club Naval de Seixal, esta playa es una de las favoritas de los locales para practicar deportes como el surf, el kayak, el bodyboard o el stand up paddle y cuenta con varios negocios de alquiler de material y un bar donde hacer un descanso frente a una copa de Coral, la cerveza local.

Playa de Seixal. Foto: ©Francisco Correia | VisitMadeira.

Otra recomendable parada está en Adega do Pomar, en el pueblo de Camacha, no solo por su restaurante donde elaboran las clásicas espetadas a la brasa (que en Madeira no son de sardinas, sino de carne de ternera o pollo) sino para degustar una de las mejores sidras de Portugal y del mundo.

No en vano se cultivan hasta 100 variedades de manzana diferentes en la isla, con las que se elaboran sidras naturales, espumosas o fortificadas. Las de este local, que se ubica en la Quinta da Moscardinha, una finca centenaria, se elaboran de forma artesanal, con manzanas del huerto que da nombre al restaurante, y se envejecen en barricas de roble una calidad que les ha valido multitud de premios como el oro en la pasada edición de los Cider World, celebrada en Frankfurt.

Las sidras de Adega do Pomar. Foto: Mar Nuevo

La cara más tradicional de la isla la encontramos quizás en Santana, también al norte de la isla, con sus casitas triangulares de madera con techo de paja especialmente inclinado para permitir el drenaje del agua de lluvia y sus decoraciones en vivos colores azul, rojo y blanco.

Bodegas y jardines tropicales

De fama mundial, los vinos de Madeira pueden encontrarse casi en cualquier rincón del mundo. Para descubrir su historia, merece la pena reservar una tarde a descubrir Bodega Blandy’s.

En un edificio histórico protegido, en el centro de Funchal, encontramos el corazón del negocio vinícola de la familia Blandy, que durante 211 años y 7 generaciones, ha facturado algunos de los mejores vinos de Madeira según el método tradicional.

Bodega Blandy’s. Foto: Ricado Faria Paulino | VisitMadeira.

Hoy convertido en un museo, es posible realizar visitas guiadas que descubren su historia y métodos de elaboración, incluidas las grandes barricas selladas donde reposan los vinos para los coupages o la colección de obras de arte empleadas en su cartelería, algunas firmadas por el pintor Max Römer. Por supuesto, se hacen también catas de sus afamadas referencias, incluidos vinos que datan de principios del siglo XX, como el Bual 1920 de Blandy’s.

Tampoco hay que irse de Madeira sin visitar alguno de sus jardines botánicos, como La Quinta do Arco de São Jorge, en Santana, en la costa norte, un extraordinario jardín de rosas con más de 1700 especies diferentes de rosas, el Jardín Núcleo de Dragoeiros, en Funchal, con sus dragos centenarios, o el Jardín Botánico de Madeira, también en la capital, con ocho hectáreas y más de 2.000 especies exóticas de todos los continentes.

Flamencos y peces koi en el jardín botánico Monte Palace. Foto: Mar Nuevo.

Si solo se puede escoger uno, nos decantamos por el Jardín Monte Palace Madeira. En lo alto de una colina desde la que domina la bahía de Funchal, es un extravagante edén con 100.000 especies de plantas y más de 200 años de historia que incluye una residencia palaciega (en tiempos un hotel), templetes de estilo japonés, esculturas de Buda, dragones de mármol y azulejos típicos portugueses, pero también un lago y fuentes que son hogar de una colonia de flamencos, pavos reales y peces koi de brillantes colores. Un teleférico lo conecta directamente con la capital de Madeira salvando un desnivel de 560 metros y regalando magníficas panorámicas del mar y la ciudad.

Jardín Botánico Monte Palace. Foto: Mar Nuevo.

De espetadas a cocina progresiva: dónde comer en Madeira

Además de a los ya mencionados vinos fortificados, ponchas y pastéis de nata, la gastronomía madeirense gira en torno a los productos de su rica tierra volcánica, como las extraordinarias frutas y verduras que tiñen de color sus platos.

Lo podemos ver en Quinta Funchal Gardens, que próximamente se sumará a la propuesta de más lujo de la isla bajo el paraguas de la marca Royal Hideaway. En sus 16.000 metros de jardines centenarios aloja también un huerto que cuida con mimo la chef Liliana Felisberto y de la que obtiene no solo frutas y verduras, sino también hierbas y flores que enriquecen sus delicados platos.

Finura y delicadeza en los platos de Liliana Felisberto. Foto: Mar Nuevo.

Su restaurante A Vistas, con una preciosa terraza que es también uno de los mejores balcones a Funchal, se rige estrictamente por el concepto ‘gardens to the table’ y factura delicias que actualizan la tradición local como los ravioli de lapa (uno de los moluscos más comunes en el recetario de la isla), los risottos de camarones o cogomelos (setas) y la lasaña de cerdo confitada a baja temperatura.

Para disfrutar de una auténtica espetada madeirense recomendamos Viola, en Câmara de Lobos, la hermosa localidad pesquera que Winston Churchill escogió para pintar un cuadro con su caballete instalado en el mirador de Espírito Santo, en enero de 1950.

La espetada es uno de los iconos gastro de Madeira. Foto: ©Holger Leue | VisitMadeira.

Una gigantesca parrilla es el corazón de este sencillo restaurante, que sin embargo sirve excelentes cortes de black angus, ternera limusina, t-bone o costeleta de vaca. Servido con abundantes guarniciones (generalmente batata dulce, patatas fritas, mijo frito rebozado, champiñones) y el típico bolo de caco (pan de torta) con mantequilla y ajo, llega a la mesa la carne insertada en palo de laurel en forma de enormes y suculentas brochetas. No hace falta más que un vino local para completar la experiencia gastronómica.

Y de la tradición a la cocina más creativa, ponemos rumbo a Audax (Rua Imperatriz Doña Amélia, 104). En una de las calles más animadas de Funchal, rodeada de cervecerías, restaurantes y pubs, el chef César Vieira comanda esta propuesta de ‘cocina progresiva de Madeira’ que recomienda la Guía Michelin. A la carta o a través de sus menús degustación (80 y 105 euros), los platos y sabores clásicos de la región sirven de inspiración para nuevas creaciones como la poncha de gambas costeras, que reinventa en clave gastronómica la clásica bebida isleña con una base aromática de poncha desalcoholizada, camarones, encurtidos de algas, chile dulce y cacahuetes caramelizados, o el típico pescado de costa, que aquí se sirve con kimchi de judías e hinojo.

Poncha convertida en plato en Audax. Foto: Mar Nuevo.

Siempre interesantes DC Atelier, el restaurante del Centro de Diseño de Nini Andrade Silva, en el puerto de Funchal, Casal da Penha, con una excelente relación calidad-precio, y Vila do Peixe, una oda a la cocina marinera en el casco viejo de Câmara de Lobos.

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