Dos propuestas para viajar entre romanos y cartagineses

Una guía de viaje escrita por un supuesto aristócrata romano y un recorrido por las huellas cartaginesas en España invitan a trasladarse miles de años de una forma didáctica

La Via Appia, una de las calzadas que comunicaban con la antigua Roma. Foto Stijn Nieuwendijk – Flickr

Las ruinas, los yacimientos arqueológicos y las exposiciones en los museos son ventanas abiertas a un pasado que sigue vivo miles de años después.

Estas semanas han coincidido la publicación de dos libros que invitan a conocer la historia de una forma más amena, donde sin eludir la faceta académica se pueda tener una comprensión cabal de cómo era la vida en los pueblos y regiones del Mare Nostrum: Guía de viaje por el Imperio Romano (Crítica) y Tras las huellas de Aníbal (Almuzara).

Un romano sale a conocer el mundo

El turismo es un invento moderno. Hasta que a los aristócratas ingleses se les ocurrió dar vueltas por Europa gastando la fortuna familiar a mediados del s.XIX los viajes se limitaban a misiones comerciales, conquistas militares, inmigraciones o asuntos burocráticos.

¿Qué pasaría si un noble romano saliera a recorrer los confines del antiguo imperio? Esa es la idea de ‘Guía de viaje por el Imperio Romano’

Reconstrucción digital de la antigua Roma

No había casi medios de transporte, ni seguridad, ni dinero ni ganas de salir a lo desconocido sin saber si se podría regresar. Era mejor quedarse en la tranquilidad del pueblo o la ciudad.

¿Pero que habría pasado si a un noble romano, caído en desgracia ante el emperador, se le ocurre hacer un Grand Tour por el imperio y sus crónicas llegan a nuestras manos?

Esa es la idea de Marco Sidonio Falco, quien convoca al historiador británico Jerry Tonner a que traduzca al lenguaje moderno sus experiencias en Guía de viaje por el Imperio Romano.

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En búsqueda de las maravillas romanas

Por supuesto que uno y otro es el mismo personaje, pero hay que seguirle el juego a Falco / Tonner y asumir que sus vivencias por los caminos, pueblos, puertos y paisajes de hace 2.000 años fueron reales.

Aunque no se precisan fechas es fácil suponer que Falco ha viajado en el Alto Imperio, hacia el 100 d.C., cuando alcanzó su máxima expansión: desde el Atlántico hacia la Mesopotamia, y desde los bosques del norte de Inglaterra a la unión del Nilo Blanco y el Azul.

Pompeya bajo la mirada del monte Vesubio. Foto: Andy Holmes | Unsplash.

Crítico de las siete maravillas antiguas “que reflejan el estrecho horizonte de los griegos” Falco sale de Roma por la Vía Appia y empieza un largo viaje que lo lleva a las elegantes villas aristocráticas del golfo de Nápoles, para luego cruzar a las tierras helenas para admirar sus templos y sorprenderse por su pasión deportiva.

El autor queda deslumbrado por el fuerte sentimiento religioso de los egipcios y por lo cosmopolita que es Alejandría

Los reflejos del esplendor griego brillan en el camino de Éfeso a Antioquía, donde la animada vida de Troya y Pérgamo contrasta con la etapa por Judea, donde las continuas rebeliones de los judíos le complican el viaje.

Por los pueblos del Mare Nostrum

El protagonista queda deslumbrado con lo cosmopolita que es Alejandría y reconoce que el sentimiento religioso de los egipcios no tiene comparación, donde su pasado glorioso sigue de pie siglos después: “ni siquiera las arenas pueden borrar las inmensas pirámides”, apunta Tonner como fiel escriba.

Ruinas de la biblioteca de Celso, en Éfeso. Foto: Go Turkey

Bordeando el litoral sur del Mediterráneo, aplaude el renacimiento de la odiada Cartago y cruza las columnas de Hércules hasta Hispania, donde se divierte con las bailarinas de Gades (Cádiz), admira la cría de caballos en la provincia Bética y descansa cómodamente en Tarraco (Tarragona), cuna de Trajano; precisamente el emperador que llevó a Roma a su máxima expansión.

El orgullo del romano

El viaje no es un repaso de lo que podría haber visto un antiguo viajero: también describe las incomodidades por semanas de traqueteo en carruajes y caballos, las ampollas de los dedos, la incomodidad de las chinches, la obligatoria necesidad de contar con agua o la inseguridad en los caminos.

El anfiteatro romano de Tarragona. Foto: Wikimedia Commons.

Pero también es una alabanza a la magnífica red vial, la estructura burocrática del imperio y la estabilidad de la Pax Romana; asuntos con lo que cualquier aristócrata estaría más que orgulloso.

En cada capítulo Tonner se quita las sandalias, se calza el traje de académico y aporta comentarios históricos para ampliar la experiencia de este viaje por el antiguo Imperio Romano.

¿Dónde estás, Aníbal?

Dicen que la historia la escriben los vencedores. Quizás por eso los testimonios sobre el cartaginés Aníbal, su padre Amílcar y su cuñado Asdrúbal sean tan escasos en comparación con la importancia de sus figuras.

El cartaginés Aníbal, su cuñado Asdrúbal y su padre Amílcar tuvieron en jaque a Roma durante 40 años

O sea, estamos hablando de tres personalidades que estuvieron a un palmo de cambiar la historia, que tuvieron a Roma en jaque durante 40 años y que llevaron adelante una serie de audaces estrategias y conquistas que se siguen estudiando en las academias militares.

Busto del general cartaginés en la exposición Fragor Hannibalis. Aníbal en Hispania. Foto Fernando Villar – EFE

El empresario y apasionado por la historia Arturo Gonzalo Aizpiri es un apasionado por la vida de Aníbal, a quien le ha dedicado tres novelas que han ganado varios premios.

Su última obra, Tras las huellas de Aníbal, parte de una pregunta clave: ¿por qué si Aníbal y sus tropas estuvieron 20 años en la antigua Hispania hay tan pocos testimonios de su presencia?

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Siguiendo los pasos del gran cartaginés

La duda le surge tras una visita al Museo Arqueológico Nacional, y lo lleva a explorar los testimonios que ha dejado aquel talentoso general en el territorio español, donde critica “la amnesia que profesamos hacia lo púnico”, como si fuera un desdén deliberado como esa absurda indiferencia a la profunda huella que dejaron los árabes siglos más tarde.

El autor acompaña a Aníbal desde su desembarco en Gadir (Cádiz), en el 237 a.C., y recorre aquellos pueblos y ciudades de la antigüedad que forjaron su larga marcha a Roma, donde aún se pueden ver sus influencias.

Así pasa por Carmona, Cartagena (fundada como Qart Hadasht, luego Cartago Nova tras la conquista romana), Baeza, Linares (cercana a las ruinas de Cástulo), Béjar, Salamanca, Solosancho (donde está el castro de Ulaca), Sagunto (cuya audaz toma llevó el pánico a Roma) y Banyoles, entre otros sitios.

Moneda cartaginesa acuñada en la antigua Hispania. Foto Museo Arqueológico Nacional

Allí camina entre ruinas, visita museos, acaricia murallas, y se imagina las legiones avanzando en ese tablero de ajedrez que era Hispania, con los cartagineses de un lado y los romanos del otro, en un pulso que se extendería más allá de los Pirineos y el arco Mediterráneo hasta las puertas de la ciudad eterna.

Aníbal no llegó a tomar Roma y la historia derivó en el milenario Imperio que todos conocemos. Pero nunca es tarde recordar sus geniales dotes militares y la influencia de la cultura cartaginesa en la futura España.

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