Viaje por los mejores festivales del mundo (y de la historia)
Desde Woodstock a Glastonbury, y desde el de Love Parade al Sónar de Barcelona, viajamos por el mundo descubriendo los festivales de música más increíbles

Burning Man, donde el espectáculo está en las personas. Foto Bob Wick / BLM / Alamy
Concurrir a un festival es como un rito de iniciación, como el paso de la niñez a la adultez en el mundo musical. Porque no se trata de ir a ver a un grupo, cantar, aplaudir y vuelta a casa: son uno, dos o tres días de canciones, incomodidades por doquier, postureo, reencuentros, alcohol, tabaco, comida chatarra, lluvias torrenciales, calores sofocantes y una larga lista donde cada uno recordará sus momentos dulces y amargos.
“Los grandes festivales son experiencias que te cambian la vida” dice el periodista británico Oliver Keens, que algo entiende de estos encuentros multitudinarios tras toda una vida recorriendo los principales carteles musicales del mundo.
Keens es el autor del libro titulado (lógicamente) Festivales (Anaya Touring), en el que radiografía las 50 citas musicales más importantes del mundo, ya sea la pionera y caótica concentración de Woodstock a la etérea Oasis de Marrakech.
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Razones para ir (o huir) de un festival
En cada uno de ellos precisa sus orígenes, estrellas destacadas, busca sus almas gemelas, y con una dosis de ironía revela por qué tal o cual festival ha dejado huella o merece la pena ir.
En Woodstock, recuerda Keenes, “todo lo que podía salir mal salió mal”, en una increíble colección de errores y chapuzas
Por ejemplo, del Lollapalloza recuerda que “era la forma más guay de cabrear a tus padres en los ’90”, y del alemán Rock am Ring (que se realiza en el circuito de Nürburgring) apunta que es famoso “por apoderarse de una pista de automovilismo y hacer que sea más aún más ruidosa”.
La evolución de los festivales
Keenes puntualiza una y otra vez que los festivales han cambiado tanto como ha evolucionado (o involucionado) el negocio de la música moderna, donde se pasó de la libra que costaba la entrada a Glastonbury en 1970 a las 248 (casi 300 euros) actuales, o de las barritas de granola que había que resignarse a comer en Woodstock (donde no había puestos de comida en kilómetros a la redonda) a los menús elaborados por estrellas Michelin en el Tomorrowland de Bélgica.
El autor apunta que el Festival de Jazz de Montreux ahora tiene figuras del pop y rock como ZZ Top o Alanis Morrissette, que Bob Dylan tuvo una de sus mejores actuaciones en su larga carrera en el Festival de la Isla de Wight, y que el de Reading es el que desde 1971 sigue siendo el que mejor canaliza las frustraciones de los jóvenes británicos.
De Woodstock al Burning Man
Del mítico Woodstock afirma “todo lo que podía salir mal salió mal”, en un increíble raconto de chapuzas pero que fueron asumidas con despreocupación por los 400.000 asistentes.
Coincide en calificar a Rock in Rio como un cruce entre festival, parque temático y celebración religiosa; y analiza cómo el mejor espectáculo del Burning Man son los 70.000 espectadores y sus estrafalarias indumentarias y puestas en escena, en un entorno desértico donde no hay dinero “como un desafío a la ortodoxia del capitalismo”.
Al no usar dinero, el festival de Burning Man es “un desafío a la ortodoxia del capitalismo”, dice Keenes
Este periodista recuerda cómo el Love Parade consolidó a Berlín como la capital del tecno en los 90 y de qué triste manera terminó tras la avalancha de 2010 que costó la vida a 21 personas.
También toma festivales que parecen desfiles de moda alternativos como el Electric Daisy Festival o el KaZantip de CrimeaM y de qué manera los organizadores del Fuji Rock, en Niigata (Japón) saben que siempre caerá un diluvio, sea cual sea la fecha que elijan para realizarlo.
Los festivales destacados de España
Por supuesto que España y su abundante agenda de festivales no se iba a quedar atrás. Al margen de menciones esporádicas como el de Benicàssim, el Nowhere de Monegros (Aragón) o el citado Rock in Rio, se centra en tres de los grandes: Primavera Sound, Sónar y Mad Cool.
Al primero lo presenta como “una declaración de amor a la música alternativa” y con carteles que son la envidia de muchos otros festivales; mientras que al segundo lo considera como una eficaz marca de exportación, tal “como la Coca-Cola Light de los festivales”.
Y en cuando al Mad Cool, calificado como “el festival urbano perfecto”, considera que es la joya de la corona de la escena festivalera de la Península Ibérica en los últimos cinco años.
Este libro puede ser tanto una guía de amantes de estas maratones de música, moda y vivencias como para aquellos aficionados a la música que huyen de estas masificaciones, pero que tienen una secreta envidia por poder experimentarlas al menos una vez en la vida.