Dos rincones para atrapar la magia de la Costa Azul
Villas medievales en el mar y la montaña, senderos que inspiraron a Nietszche, un mar siempre presente. Cerca de Niza espera esta recomendada ruta desde Èze a Villafranche-sur-Mer

Las estatuas de Richard decoran el jardín exótico de Èze. Foto JP Chuet-Missé
Desde las alturas de una cima rocosa, rodeado de cactus y estatuas de mujeres, el Mediterráneo se despliega como un lienzo de un color tan intenso que parece retocado digitalmente. Si alguien busca una razón de porqué se llama Costa Azul a esta región del sur de Francia, tiene que subir a Èze.
Este pueblo medieval, a casi 20 km al norte de Niza y bien comunicado por el autobús 82, es uno de los enclaves más encantadores cuando se realizan escapadas desde la capital de la Riviera Francesa.
El laberinto medieval de Èze
Sin duda este es uno de los pueblos más bonitos de la región, un laberinto de aires medievales de casas de piedra y callejuelas que esquivan las rocas naturales, que perteneció durante siglos a la Casa de Saboya, y que fue bombardeado y conquistado por sarracenos y franceses.
Èze es buscado por artistas que buscan inspiración frente al lienzo luminoso de la Costa Azul
Sin embargo Èze ha logrado sobrevivir para desplegar un rincón buscado por turistas, sí, pero también por artistas y por quienes quieren desconectar ante una de las mejores vistas que se pueden obtener en kilómetros a la redonda.
Aquí se encuentran antiguas casas señoriales como la de Riquier, el fastuoso hotel del Chateau de la Chèvre d’Or, la capilla medieval de Sainte Croix de la orden de los Penitentes Blancos y la austera iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.
Pero la joya de la corona se encuentra en la cumbre donde estaba el antiguo castillo que protegía la comarca, ubicado a 429 metros de altura.
El Jardín Exótico de Èze
Allí está el Jardín Exótico creado en 1949 por el ingeniero agrónomo Jean Gastaud. Se trata de un paseo de subidas y bajadas, de rincones y cascadas, donde cientos de cáctus y plantas suculentas de rincones tan distantes como África o México elevan sus púas al cielo.
Entre cáctus y plantas suculentas se encuentran las etéreas esculturas de mujeres de Jean-Philippe Richard, un bonito diálogo entre cultura y naturaleza
La zona del Jardín Mediterráneo cuenta con ejemplares no solo del sur de Europa sino también árboles y arbustos de China, Nueva Zelanda o Sudáfrica; mientras que medio de sorpresa aparece un Jardín Subtropical con un pequeño curso de agua y unas tumbonas de teka que son la mejor forma de desconectar tras la caminata.
Constantemente se descubren elegantes estatuas de mujeres, algunas parecen adolescentes, otras jóvenes embarazadas, realizadas en terracota y bronce por el artista Jean-Philippe Richard; que dialogan con la naturaleza y el paisaje en silencio.
El Camino de Nietzsche
Desde la entrada a la villa medieval de Èze parte un recomendado sendero llamado el Camino de Nietzsche.
Se trata de un trazado que desciende hasta Èze-sur-Mer, en la costa mediterránea, donde el desnivel de 400 metros se sortea en un descenso continuo de 2.100 metros por un bonito bosque mediterráneo.
Cuesta abajo, se hace en 45 minutos (sin contar los obligados tiempos para selfies y fotos al paisaje). En sentido ascendente, no menos de una hora y media.
El nombre proviene porque Friedrich Nietzsche lo descubrió cuando residió en Niza en 1884, aquejado de dolores físicos y atormentado por la depresión. Pero una intensa caminata desde el mar hasta Èze remontando el sendero le dio energía y la inspiración que le faltaba para terminar la tercera parte de su obra cumbre Así habló Zaratustra.
Leer más: Niza, una ciudad para vivir a puro arte
El pueblo de Èze-sur-Mer tiene varias villas de descanso de grandes fortunas y artistas que buscan un rincón de discreción.
Aquí uno puede desconectar en las playas de guijarros o seguir descubriendo más atractivos de la Costa Azul. Como Villefranche-sur-Mer.
A Villefranche-sur-Mer
El viaje en autobuses semi urbanos como el 100 o el 83 es un placer para la vista, con el mar azul que aparece tras una y otra curva.
La parte histórica de Villefranche-sur-Merrecuerda su importancia estratégica desde tiempos medievales.
Uno de los rincones más bonitos de Villefrance-sur-Mer es la pequeña iglesia de St.Pierre decorada por Jean Cocteau
Es un denso conjunto de callejuelas y bloques de viviendas de colores naranja y amarillo pálido, que contrarrestan el reflejo luminoso del Mediterráneo.
A un lado está la Ciudadela, la fortaleza construida en 1557 por la Casa de Saboya que desde la década de los ’80 se convirtió en un complejo artístico, con las esculturas de bronces femeninos del Museo Volti, las de arte contemporáneo de la colección Goetz-Boumeester y las originales estatuillas de la colección Roux.
Por las callejuelas del centro histórico
En el casco antiguo es fácil perderse pero eso es parte de su encanto. Uno de sus rincones más buscados es la Calle Oscura, una arteria de 130 metros donde el cielo desapareció tapado por las viviendas; y aunque hay algunas partes descuidadas o sin luces, sumergirse es como viajar a la Edad Media. No en vano allí se suelen filmar películas históricas.
Bajando al puerto, tras tomar un café en las terrazas, se ve la pequeña capilla de St. Pierre, decorada por Jean Cocteau en 1957.
Aunque no se permiten fotos, no se puede dejar de visitar la hermosa obra de este artista (además de diseñador, dramaturgo, director de cine) que reinterpretó la vida de San Pedro con escenas costumbristas de la Costa Azul, antes de que se convierta en la meca turística de la actualidad.
Desde esta antigua villa marinera uno puede regresar a Niza en alguno de los autobuses (40 minutos de viaje) o emprender una caminata de poco más de una hora a lo largo del Boulevard Princesse Grâce de Monaco. Si no hay demasiado cansancio tras el día de senderismo, vale la pena realizarlo para retratar la Costa Azul desde todos los ángulos posibles.