A veces veo empresas que van a fracasar

En ocasiones veo empresas andando hacia su final sin saberlo; es un sentimiento que me acompaña, una sombra que se cierne cuando observo a empresarios cometiendo errores que yo mismo perpetré en el pasado

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¡Ey Tecnófilos! En el silencio de mi estudio, rodeado de pantallas y con la luz parpadeante de las notificaciones, a veces me asalta una visión, un déjà vu empresarial que me hiela la sangre. «A veces veo empresas que van a fracasar», y esta revelación me llega con la misma claridad inquietante con la que el pequeño Cole revelaba su secreto en aquella famosa película, «A veces veo muertos». Yo, en cambio, veo empresas muertas, andando hacia su final sin saberlo.

Es un sentimiento que me acompaña, una sombra que se cierne cuando observo a empresarios cometiendo errores que yo mismo perpetré en el pasado. Errores que, como fantasmas del ayer, vuelven para recordarme que el camino del emprendimiento está sembrado de buenas intenciones y malas decisiones. Y entonces, como Hamlet con su calavera en mano, me debato en la dicotomía: ¿Debo advertirles o guardar silencio?

No me considero un cobarde, aunque mi certificado de «la blanca» tras la mili diga que el valor se me supone. Pero en estos casos, a menos que exista una relación cercana que me permita hablar con franqueza, opto por «pasar de todo». No por miedo a decir la verdad, sino por la comprensión de que a veces, el consejo no solicitado es el menos bienvenido, y puede incluso granjearme un nuevo no-fan.

He aquí el dilema del veterano empresario: sabes lo que se avecina, ves las señales de peligro, pero también entiendes que cada empresario debe recorrer su propio camino, con sus propios tropiezos y aprendizajes. ¿Es entonces nuestra responsabilidad intervenir? ¿O es más sabio permitir que la experiencia sea el maestro, como lo fue para nosotros?

La brecha digital, por ejemplo, es un abismo que muchos no ven hasta que están a punto de caer en él

En mi larga carrera, he aprendido que el fracaso es un maestro más elocuente que el éxito. Las lecciones que se graban en el alma empresarial tras un fracaso son las que forjan los cimientos de futuros imperios. Pero también sé que un consejo oportuno, dado con tacto y en el momento adecuado, puede ser un faro de esperanza en un mar tormentoso.

La tecnología, esa gran democratizadora del éxito empresarial, no es inmune a este fenómeno. La brecha digital, por ejemplo, es un abismo que muchos no ven hasta que están a punto de caer en él. «La tecnología es la herramienta más efectiva para hacer las empresas más competitivas», pero solo si se utiliza con sabiduría. Aquí, la frase «Tecnologizarse o morir» cobra un significado literal, y es que la inversión en tecnología debe ser estratégica, no un acto reflejo de seguir al rebaño.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Advertir o no advertir? La respuesta no es sencilla. Cada empresario debe sopesar el impacto de sus palabras, el valor de su experiencia y la receptividad de su audiencia. En ocasiones, compartir una perspectiva puede ser el acto más valiente y generoso. Otras veces, el silencio puede ser el mayor regalo, permitiendo que el otro descubra su camino.

En el fondo, tal vez la verdadera valentía resida en la disposición a estar ahí, disponible y abierto, para cuando se solicite nuestra guía. Hasta entonces, observamos, aprendemos y, sobre todo, seguimos adelante con la esperanza de que nuestras empresas, y las de aquellos a quienes podríamos haber advertido, encuentren su camino hacia el éxito.

¡Se me tecnologizan!

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