| Economía Natural

Balance natural del año

Las comidas y regalos deberían ser sobre todo celebraciones por cómo ha sido el ciclo vital del planeta

Templo del Sol en el Machu Pichu / Wikipedia

Templo del Sol en el Machu Pichu / Wikipedia

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En estos días finales del año, de buenos deseos para el próximo, comidas familiares y más copiosas de lo habitual, también vinculados en nuestra cultura occidental a la liturgia religiosa; solemos hacer unos balances sobre nuestra vida y sociedad, así como perspectivas para el siguiente año.

Sin embargo, tenemos muy olvidado que estas fechas suponían una señal de otro tipo de nacimiento, esperanza y felicidad, ya que el solsticio de invierno implica que empiezan a crecer las horas diurnas o solares, y eso suponía –y todavía supone– mucho en nuestra historia como especie. Ya que estas fechas eran prácticamente el indicador de que la vida iba a ser posible continuarla, sobre todo a partir de que inventamos la agricultura y nuestra actividad, subsistencia y economía estuvieron muy ligados a las cosechas. Y saber que se cumplían los plazos o estaciones y que se podían planificar la preparación de terrenos, siembras y demás aspectos relacionados con este fenómeno, ha supuesto para nosotros más que, por ejemplo, todas las religiones juntas.

Vestigios como los petroglifos, dólmenes y santuarios como Stonehenge, el Templo de Karnak el del Sol en Machu Picchu o mismo algunas de las líneas de Nazca en Perú así lo atestiguan. El día que la salida del sol coincidía con determinadas referencias bien delimitadas a lo largo de los años, eso suponía más que los índices bursátiles o que el IPC. Era y es la vida misma, la continuidad, comenzar de nuevo el ciclo, tras la etapa en que las horas nocturnas y por tanto más inoperativas suponían cierta espera, quietud, más uso de los espacios comunes o incluso angustia o agobio ante la falta de opciones para nuestra mente siempre inquieta.

Ello tampoco quiere decir que el otoño sean meses malos. Incluso hay tradiciones que estiman esta estación como el culmen del año, donde frutos como las uvas o las castañas llegan a su madurez. Algo así como el resultado de lo hecho por muchos ciclos vitales, que desprenden sus aportaciones, para alimentar así los nuevos ciclos. De ahí quizás y posiblemente lo del balance que solemos hacer al llegar a estas fechas; pero lo hemos ido cambiando de contenidos y significados, perdiendo su referencia natural y posiblemente su significado e importancia vitales.

Así que deberíamos referenciar más estas fechas a lo que desde siempre nos ha indicado la naturaleza y que nuestros antepasados supieron valorar y celebrar. Ya que la razón primigenia es que se trata del resultado de lo hecho en nuestras vidas a lo largo del año, de nuestros resultados y frutos, de lo que desprendemos, para que esto continúe, dependiendo precisamente de cómo lo hayamos aprovechado y vivido.

En cambio, como casi todo, es algo que hemos materializado en un «debe y haber» más de tipo económico y contable (incluyendo paga extra y sorteo de lotería); por lo que voy a intentar refrescar algo el tipo de balance y esperanza naturales que suponen estas fechas. Así y para empezar, solo teniendo en cuenta los seis principales incendios forestales habidos en nuestro planeta en 2022, estamos hablando de más de 3 millones de hectáreas ardidas (siguiendo la tendencia de la última década en que cada año se extingue una superficie arbórea equivalente a Panamá). Acompañados por siete olas de calor con récords históricos y absolutos. Más seis terremotos que han superado los 7 puntos en la escala Richter (de máximo 9); aunque los más mortíferos (Afganistán e Indonesia) no llegaron a la magnitud 6 pero han dejado casi 1.500 muertos. Mientras que, por lo que respecta a huracanes, hubo cinco de categoría 4 (siendo 5 el máximo); resultando más mortíferos este año los tifones y ciclones habidos en Madagascar y Filipinas. Así como también destacan otra vez las inundaciones, como las de Pakistán (que han afectado a 12 millones de personas y cerca de dos mil muertos) o Nigeria (1,3 millones de desplazados y 600 muertos); repitiendo aquí también Afganistán (200 muertos y 3 mil viviendas destruidas).

En definitiva, que además de nuestros conflictos internos, seguimos sumando (casi diría que multiplicando) los problemas relacionados con el medio natural; el cual parece que nos está indicando que «ya no llueve como llovía» y que la seguridad climática que hemos vivido estos diez mil años, correspondientes al periodo denominado Holoceno, está dando muestras evidentes de cambios; los cuales pueden hacer variar mucho tanto los recursos que necesitamos, como los ciclos y demás aspectos ligados a esa periodicidad, previsibilidad, seguridad y demás aspectos que nos han acompañado a lo largo de estos miles de años. Algo en lo que los especialistas basan precisamente nuestro desarrollo como especie y cultura.

Así que no estaría de más que volviésemos a valorar estas fechas como lo que son, suponen, han indicado e indican hasta ahora. Es decir, las comidas y regalos deberían ser sobre todo celebraciones por cómo ha sido el ciclo vital del planeta; algo que últimamente no parece que precisamente demos muchos motivos para festejarlo. Pero este es el verdadero indicador de nuestras vidas; ya que sin él no existimos y si varía también lo haremos nosotros. Por lo que a ver si las navidades vuelven a suponer un motivo de alegría porque el planeta sigue siendo el hogar que nos permite vivir y desarrollarnos como hasta ahora.

Feliz solsticio de invierno.

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