«Fast life»

Tanto en la sociedad como en las aulas lo que se está transmitiendo es más bien información, montones de información, pero poco muy poco conocimiento

Una persona utilizando un smartphone

Una persona utilizando un smartphone

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

La semana pasada participé en un taller de divulgación científica, en el que salieron a colación varios temas. Sobre el asunto central de esta actividad prefiero no entrar en detalles, ya que es un ámbito específico y porque, sobre todo, tanto la difusión entre la propia comunidad científica como la divulgación en general del conocimiento dejan mucho que desear.

Para lo primero, la difusión, solo hace falta referirse a la denostada Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, más conocida por sus siglas ANECA, para comprobar (de nuevo o de otra forma) el contubernio que preside y dirige el mundo académico, como ocurre en el resto de instituciones, tal y como he puesto de manifiesto en esta misma sección. Simplemente lo resumo en una conclusión: en lugar de responder a la producción y divulgación científica, como correspondería a su imagen de «templo del conocimiento», parece que también sucumbe al dinero, como el fútbol o cualquiera de nuestras actividades.

Prueba de ello es que resulta casi imposible que se puntúe ni valore nada que no tenga un índice de impacto «ad hoc», llamado en el lenguaje académico JCR («Journal Citation Reports»), cuyos medios publican –cada vez más– mediante el correspondiente pago (en algunos casos, dependiendo de la especialidad, puede llegar a decenas de miles de euros). Mientras, en sus comités editoriales o, incluso, en las propias creaciones de estos medios están las propias figuras académicas, que así controlan desde cátedras a quienes pueden acceder a las áreas de docencia y a las publicaciones.

En otras palabras, una organización (por llamarle de un modo bien sonante) que, por desgracia, poco tiene que ver con el fin y objetivos que debería llevar a cabo, como ya denunció el propio Defensor del Pueblo (2004) sobre su «transparencia y objetividad». Simplemente, y por no extenderme ni mencionar casos concretos, me remito al artículo que hace años publicó un medio nacional y que decía que el Premio Nobel de aquel año (no me acuerdo si de Física o de Química) no hubiese obtenido la acreditación de esta agencia (que se parece más a la TIA, de Mortadelo y Filemón).

Algo similar o parecido a lo que ocurre con la divulgación pasa con las editoriales centradas en lo que pueden vender y no precisamente en el conocimiento. En programas de divulgación nos queda el reducto u oasis de La 2, con sus documentales, espacios como Órbita Laika o ahora uno muy bueno como es Culturas 2, por fin semanal. También, y curiosamente, en el cine se empieza a ver que la ficción va dejando algún hueco a este tipo de contenidos, pues ya van un par de premios importantes concedidos en certámenes internacionales a películas de tipo documental.

«Tanto en la sociedad como en las aulas lo que se está transmitiendo es más bien información»

Volviendo al taller, se habló de cómo el conocimiento se construye con la información. Pero está claro que el sistema educativo sigue proveyendo de contenidos y memorización, en lugar de experiencias y aplicaciones prácticas. Solo hace falta fijarse en las materias que se siguen impartiendo y las que siguen faltando, como la educación emocional, la sexual, la nutricional, de hábitos saludables, etcétera. Algo que ya viene de antiguo, desde la escolástica en la Edad Media y después tras la Revolución industrial; siendo que todavía seguimos así.

Por mi parte, intervine para exponer que tanto en la sociedad como en las aulas lo que se está transmitiendo es más bien información, montones de información, pero poco muy poco conocimiento. Por eso cada vez más el alumnado ve inútiles las asignaturas, porque lo que se les enseña lo tienen fácilmente accesible en unos cuantos clics. Solo tenemos que observar a las nuevas generaciones, devorando contenidos en aplicaciones rápidas como TikTok («si Platón levantase la cabeza» comprobaría que incluso estamos aún más ensimismados mirando las sombras, en lugar de las figuras).

Lo mismo que se puede aplicar a los medios de comunicación, con los llamados precisamente «informativos» enfocados a captar y distraer, más que a dar a conocer. Unido al fenómeno de las «fake news», que pienso también representa a esta depredación de la información, sea la que sea, en detrimento del conocimiento.

Y si nos fijamos en otros ámbitos sociales vemos que anda todo igual. Desde el parlamentario, convertido en una «tasca» (antes pensaba que en «barra de bar», pero está claro que todavía puede degenerar más) o incluso caverna (pobres trogloditas, las que les cae y a lo mejor eran menos ruines que muchas personas con actas de diputados/as o de cualquier otro cargo político).

De hecho, es tal el desbarajuste entre información y conocimiento que acciones que pretenden un fin u objetivo consiguen lo contrario, incluso la cárcel. Como por ejemplo las protagonizadas por Rebelión Científica en contra del cambio climático, embadurnando obras de arte; o las hechas por el colectivo satírico surgido del 15-M, Homo Velamine, sobre el tratamiento mediático del caso de la manada en la violación en los San Fermines, diciendo falsamente que habían creado un tour gratuito para enseñar la ruta y sitios del hecho.

Es decir, desde lo considerado más granado, como puede ocurrir con el ámbito académico o el político, hasta los movimientos sociales, la masa estudiantil o la que se pone delante de alguna pantalla; la cuestión es que estamos ebrios de información y que la resaca no nos deja pensar. Nos duele la cabeza solo de planteárnoslo o si algo nos incita a ello, como cuando algunos alumnos exclaman ¡puf! en mis clases cuando tienen que analizar, acostumbrados como están a «chapar».

Incluso se puede resumir esta situación con un «leitmotiv» que es el de pasar por esta vida sin «comerse el tarro», lo cual se traduce en algo así como un «encefalograma plano» entre el consciente colectivo; parece que solamente interesado en disfrutar lo máximo posible, sobre todo a través del consumo, que es el medio popular para ello. Algo que también se está comprobando en las relaciones sexuales, con los expertos llamando la atención sobre cómo la gente se centra en el acto en sí, sin importar o considerar nada más.

El sociólogo Zygmunt Bauman ya lo denominó como sociedad y vida líquidas, pero también podría llamarse –ya que ahora todo se nombra en inglés– «fast life», en sincronía con la «fast food», también conocida como «comida basura». Y, por extensión o extrapolación, quizás sea lo mismo que estamos haciendo con nuestras vidas o, cuando menos, con lo que nutrimos nuestro conocimiento.

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp