¿Y si la IA no fuera tan lista cómo te crees?
Nos estamos volviendo vagos, cada vez más dependientes de asistentes que hacen lo que antes resolvíamos con cabeza, lápiz o conversación; si no sabemos cuándo no usar tecnología, acabaremos sustituyéndonos sin querer

¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? La BBC ha publicado hace unas semanas un artículo interesante –y hasta cierto punto valiente– titulado “IA: 4 preguntas que debemos hacernos antes de usar cualquier herramienta de inteligencia artificial”. Firmado por Rebecca Thorn y con el testimonio de Sasha Luccioni (científica en Hugging Face), nos plantea cuatro preguntas fundamentales que todo usuario debería hacerse antes de entregarle su vida –y su criterio– a una IA.
Porque, aunque se vendan como oráculos digitales, estas herramientas ni piensan, ni sienten, ni tienen conciencia de lo que hacen. Lo que tienen es potencia de cálculo, toneladas de datos y una apariencia muy convincente. Pero de ahí a dejarles decisiones vitales, va un abismo.
Luccioni lanza cuatro cuestiones que nosotros podríamos haber firmado palabra por palabra:
- ¿Cuál es la mejor IA para tu necesidad?
¿De verdad necesitas una navaja suiza cuando solo vas a pelar una manzana? Cada herramienta tiene su propósito, y muchas veces lo más popular no es lo más útil.
- ¿Te puedes fiar de lo que dice?
Spoiler: no. La IA puede inventar respuestas, datos o fuentes que no existen. Lo llaman alucinaciones, como si fuera un chamán digital. Pero no es magia. Es estadística. Y se equivoca.
- ¿Qué estás compartiendo sin darte cuenta?
Meterle datos personales, fotos o documentos confidenciales a una IA sin saber dónde acaban es como dejar tu diario en el metro. Luego no llores si aparece en Reddit.
- ¿De verdad necesitas una IA para esto?
Nos estamos volviendo vagos. Cada vez más dependientes de asistentes que hacen lo que antes resolvíamos con cabeza, lápiz o conversación. Si no sabemos cuándo no usar tecnología, acabaremos sustituyéndonos sin querer.
Desde nuestras convicciones, este artículo nos da pie para una reflexión mucho más profunda: la tecnología no es un fin en sí mismo. Su sentido está –y estará siempre– en mejorar la vida de las personas. En hacernos más eficaces, más seguros y más humanos. No en atrofiarnos la voluntad ni en robarle protagonismo a nuestra creatividad o nuestra responsabilidad.
Y ojo: quien avisa no es traidor. Este boom de IA traerá cosas maravillosas, sí. Pero también riesgos ocultos: decisiones automatizadas sin alma, manipulación informativa, dependencia funcional, agotamiento energético y deshumanización relacional.
Así que el mensaje es claro: la IA puede ayudarte, pero no puede sustituirte. Porque el pensamiento crítico no se puede automatizar. Porque la ética no se puede entrenar con datos. Y porque la empatía no se mide en tokens por segundo.
¡Se me tecnologizan!