Emprende, que algo queda

Emprender supone conjugar tres verbos conectados: insistir, resistir y persistir. Y para ello, no, no vale cualquiera ni bastan solo la ilusión y el conocimiento; hay que tener sustancia

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¡Ey emprendófilos! En abundancia se escribe sobre el emprendimiento, en ocasiones, tintándolo con una cierta pátina de misticismo exaltante de la necesidad de tener emprendedores/as. Pero resulta claro que, para emprender, no vale cualquiera. Es más, hasta el emprender no deja de ser, para muchos, un lugar mítico e incluso mitológico, donde abundan los seres imaginarios como los unicornios. Con posterioridad, en el mundo del post emprendimiento, han ido apareciendo denominaciones derivadas de adscribirse a entes de origen imaginario o real tales como camellos, centauros, dragones y hasta cucarachas, cada uno con sus propias características.

Pero poco o casi nada hay estudiado, con fiabilidad, sobre el principal activo de un proyecto profesional o empresarial, que no es otro que quien emprende, quizás debido al exceso de interés que suele ponerse en el resultado del emprendimiento, esto es, el proyecto que pueda convertirse en objeto de deseo tras su arranque. Es más que posible que las cifras del éxito atribuido a los proyectos que comienzan desde cero, no esté debidamente contrastado. Si estas fuesen veraces, las actuales cuantías de empresas y negocios abiertos, que todavía permanecen, deberían ser revisadas a la baja. Pasa como con determinadas encuestas, ejemplo las que preguntan sobre la frecuencia de las coyundas, vulgo relaciones sexuales, que a ver cómo se comprueban, máxime en los tiempos de la actual represora cancelación.

Qué es un emprendedor

Y también numeroso es el volumen de exaltaciones sobre los resultados que ofrece el emprendimiento, pretendidamente benéficos per se. Ni para emprender hay que ser joven, ni el fracaso enseña nada, salvo que se tome como la causa para una mejora posterior. Montar un negocio, abrir una iniciativa empresarial, evitar un cierre, participar en una actividad común, también son emprendimientos, aunque estos duren un tiempo que las estadísticas puedan considerar menor de lo adecuado: “la mayoría de las empresas recién montadas no tienen vida más allá de los cinco años”. Y si así fuese, ¿qué importancia tiene eso? Lo relevante es la propuesta realizada, no el resultado esperado. Un emprendedor o emprendedora que de verdad lo sea, por razón de sus propias características personales, iniciará otra actividad que alcance o no más tiempo de duración; lo realmente importante es haberlo intentado, aunque si dura, pues tanto mejor. Si ponemos el interés en el resultado, nos estaremos perdiendo la esencia de emprender, que no es otra que el interés por mejorar y hacer cosas nuevas.

Montar un negocio, abrir una iniciativa empresarial, evitar un cierre o participar en una actividad común, también son emprendimientos

Quien emprende, manifiesta una inquietud, demuestra una manera de ser y no sólo un modo de estar. Hay un temperamento emprendedor que predispone para la acción, para convertir los anhelos en realidades. Una energía que se encauza al logro a través de iniciativas útiles que reporten resultados tangibles, también económicos, por supuesto, aunque no únicamente. Al final, emprender supone conjugar tres verbos conectados: insistir, resistir y persistir. Y para ello, no, no vale cualquiera ni bastan solo la ilusión y el conocimiento; hay que tener sustancia.

Se suelen ensalzar más las consecuencias negativas de concebir proyectos para poner en marcha, convirtiendo el emprender en un penar, previamente avisado, aviso que, en nada ayuda. Que si el fracaso, que si la incertidumbre, que si las pérdidas, en particular las económicas o el tiempo restado a las relaciones… se suelen alegar frente a las pocas veces que se consideran los aspectos benéficos de emprender. Ello se debe a que la mirada se pone en el resultado, y no tanto en quien ejerce la visión, quien emprende, y en lo que el proceso trae para dicho emprendedor: encauzar un inevitable conjunto de predisposiciones.

Para qué sirve emprender

Quizás necesitemos otro punto de vista sobre el emprendimiento y su conversión en un proyecto de negocio o empresarial. Dejemos, de una vez, de demonizar las iniciativas, muy propio de este nuestro espíritu patrio de querer tener razón, salpimentado ello, como no, con unas pizcas de soberbia y de envidia convertidas en una herramienta pedagógica (¡Ya te lo dije, que ibas a fracasar!) y valoremos a quien hace y no a quien no. Cierto es que, en un país donde desde el colegio se enseña a callar ante la manifiesta injusticia de quien copia, señalando como “chivatos” a los que se quejen, sea más difícil apoyar a quienes deseen practicar el bien común.

Una perspectiva que prime la necesidad que algunas personas tienen de desarrollar sus inquietudes y de mejorar su entorno, donde se considere más valioso hacer, aunque sea poco, que no hacer, donde resulte más reconocido comer un huevo que pasar sin dos.

¡Se me emprendologizan!

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