Eusocialidad

Como hogar, nido o morada común, así debemos aplicar los principios de la ‘eusocialidad’ de Edward Osborne Wilson y convivir en armonía

Vista de varias hormigas cortadoras de hojas del bosque húmedo. EFE/Jeffrey Arguedas

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El considerado padre de la sociobiología, Edward Osborne Wilson, murió con el 2021. Entre sus muchas e importantes aportaciones científicas está el estudio de la “eusocialidad”, concepto con el que se designa lo bueno o mejor para la sociedad; así como al nivel más alto de organización que poseen unas pocas especies, como las hormigas, las abejas o las termitas, mientras que entre los vertebrados solo se da en algunos mamíferos, con nosotros como única gran especie y dos más de roedores. Las características de estos considerados “superorganismos” son, primero, que los adultos y no solo los progenitores cuidan de las crías; segundo, que en un nido/morada viven dos o más generaciones; y, tercero, hay división o especialización de tareas y roles.

Entre mis líneas de investigación también está el estudio de la eusocialidad, proponiendo al propio Wilson hacerlo en formato documental a través de entrevistas a expertos sobre el tema; pero no sé si llegó a enterarse pues ya de aquella, hace un par de años, contaba con 90 abriles. En su memoria y como particular homenaje, escribo este artículo para reivindicar la importancia de esta característica y de nuestra existencia como superorganismo. Más en concreto para señalar una de sus claves, como es la unión entre sus miembros, algo en lo que actualmente andamos bastante perdidos, porque las referencias locales a las que veníamos estando acostumbrados han cambiado a otras de ámbito más global, por lo que cumple articular y dotarnos de nuevas organizaciones e instituciones que representen y respondan adecuadamente a escenarios cada vez más integrales.

Hasta ahora y básicamente han sido los lazos de sangre, el territorio, la economía, las creencias o las distintas formas del poder habidas las que han ido constituyendo nuestras organizaciones sociales más peculiares. Pero con la unidad planetaria y geográfica, la genética, la cultural y la espiritual esas formulaciones se han ido quedado obsoletas, no sirven o no funcionan; aunque algunos se empeñen en lo contrario y, por ende, en dividir más que en unir.

La ausencia actual de otros lazos sociales representativos e institucionalizados no debe hacernos volver o mirar hacia atrás, sino empeñarnos en la búsqueda y respuesta a los nuevos escenarios existenciales. En este sentido, las adscripciones y sentimientos de pertenencia no pueden quedarse solo en lo próximo o afín, como mayormente hasta ahora. La globalización ha abierto y ampliado nuestros marcos de referencias y la cuestión es dotarlos e investirlos adecuadamente, sin emparapetarnos en lo reconocido ni hacer frente a lo que no se considera como propio. Si algo sabemos a estas alturas es que todo y todos procedemos del mismo vientre cósmico, por lo que deberíamos asumir cuanto antes que nuestra adscripción más apropiada, tanto en cuanto a dimensión como en términos de señas de identidad, es precisamente a escala o nivel planetario. Como hogar, nido o morada común, así debemos aplicar los principios de la eusocialidad y convivir en armonía; mientras que esas referencias al conjunto y la exploración más allá del mismo podrán darnos más claves de nuestro superorganismo, tanto entre nosotros como en relación al resto de especies y al ámbito planetario que vayamos conociendo.

Como hogar, nido o morada común, así debemos aplicar los principios de la eusocialidad y convivir en armonía

En el libro recientemente publicado, “Dominar. Estudio sobre la soberanía del estado de occidente”, junto a otros autores, el filósofo Pierre Dardot alude a la caducidad del Estado moderno, como organización social nacida en el siglo XVI (precisamente España fue el primero y lo hizo un siglo antes, tal y como ilustró Julián Marías en su obra “La España inteligible”, en la que también alude a este tipo de omisiones bajo la leyenda negra internacional sobre nuestro país al convertirse al mismo tiempo en el Imperio que fue, algo tampoco nunca visto, como las formas y con tan escasos medios). Y como estas se pueden poner otros muchos ejemplos de organizaciones e instituciones sociales que ya no responden a las necesidades ni funciones para la necesaria eusocialidad de nuestra especie. Así, hablar de partidos, monarquías, totalitarismos, iglesias, capitalismo o comunismo, ejércitos y demás adscripciones de este y otro tipo, si bien pudieron tener su efecto en su tiempo, muchas veces por la fuerza, en la actualidad y debido a la ampliación de nuestros marcos de referencia en casi todos los órdenes existenciales, sabemos que más bien resultan segregadoras en relación al conjunto que somos o constituimos como especie; por no mentar la raza, el género, el estatus, la tecnología y un sinfín de criterios con los que demasiadas veces nos empeñamos en etiquetarnos y diferenciarnos, justo lo contrario de lo que nos indica la evolución, tal y como he escrito en “Guía existencial para (el) ser humano”.

El camino a seguir apunta hacia propuestas como una verdadera Organización de las Naciones Unidas, una justicia internacional como la que representa el Tribunal de la Haya, la democracia más representativa u otras organizaciones sin fronteras y generalmente no gubernamentales que se ocupan de los desfavorecidos, los derechos humanos, la salud, la educación o las relaciones armoniosas con el planeta, sin adscripciones o banderas sino con perspectiva global. También y en este mismo sentido, la ciencia viene siendo un baluarte y auténtica cabeza visible o incluso líder de nuestra eusocialidad, como bien se ha visto y puesto de manifiesto en la pandemia actual por el coronavirus. Asimismo, las artes vienen ejerciendo desde hace tiempo esta misma globalidad, con la pintura, la música, la literatura, el teatro o el cine como claros exponentes de lenguajes o sentimientos comunes. Incluso el deporte ha sido uno de los pioneros en esto, con las Olimpiadas como milenaria referencia de nuestra organización social cada vez más amplia. Otra podrían ser los imperios, pero la experiencia y la historia no los dejan en buen lugar y por eso tampoco resultan nada aconsejables; mientras que de las otras dos organizaciones más extendidas según Yuval N. Harari, como son las religiones y el comercio, solo sobrevive la generalidad de este último.

Se puede decir que Edward Wilson ha sido un humano pionero al poner las bases científicas en esta expedición fascinante que tenemos por delante como superorganismo; como en su día Galileo, Aristóteles o los muchos exploradores que han ido abriendo puertas y ámbitos del conocimiento, la vida y la existencia de nuestra especie. Todos ellos merecen nuestro homenaje y agradecimiento porque sus aportaciones nos sirven de guía y ejemplo.

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