De los farsantes de escaparate a los empresarios de verdad, la gran estaba de los referentes juveniles
Hemos pasado de admirar a empresarios que levantaban fábricas, cadenas de distribución o imperios industriales a idolatrar a tipos que se graban desde un Lamborghini alquilado explicando cómo hacerte millonario “con la mentalidad correcta”

Foto: Pexels
¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? Vamos a intentar aprender algo… porque la deriva que están tomando muchos referentes de nuestros jóvenes no es preocupante, es directamente alarmante. En una época en la que el escaparate de Instagram y TikTok vale más que la hoja de resultados, hemos pasado de admirar a empresarios que levantaban fábricas, cadenas de distribución o imperios industriales… a idolatrar a tipos que se graban desde un Lamborghini alquilado explicando cómo hacerte millonario “con la mentalidad correcta”.
La nueva hornada de “ídolos” juveniles funciona con un guion calcado:
— Un relato de origen épico: que si lavaban platos, dormían en un coche o vivían en un barrio marginal.
— El salto milagroso a la opulencia, convenientemente resumido en 60 segundos para reels.
— Un eslogan motivacional barato: “Si yo pude, tú también puedes” (previo pago de su curso de 997€).
— Y un ecosistema de seguidores que confunden carisma y músculo con autoridad y mérito.
Ejemplos sobran: Amadeo Llados, influencer fitness metido a gurú del “método millonario”, hoy enfrentando una macroquerella por presunta estafa piramidal. CriptoHugo y otros finfluencers que prometen rentabilidades en criptomonedas sin tener ni licencia ni patrimonio que respalde sus consejos. La IM Academy, esa “criptosecta” que captaba a adolescentes con promesas de independencia financiera y que terminó con detenciones y vidas arruinadas. Mind Capital, la plataforma cripto de Gonzalo García-Pelayo, que acabó bloqueando fondos y dejando inversores tirados en España y América Latina.
Todos tienen un patrón común: no viven de lo que dicen enseñar, viven de venderte la ilusión de que puedes ser como ellos. No crean valor real; crean expectativas irreales y luego monetizan tu ingenuidad. El producto no es un servicio ni un bien tangible: el producto eres tú.
Frente a esta fauna digital, están los empresarios de verdad, los que no necesitan coreografías de TikTok para facturar, ni discursos llenos de anglicismos para motivar a su equipo:
• Amancio Ortega: de recadero y dependiente a crear el mayor imperio textil del planeta. No vendía “mentalidad”, vendía ropa, y lo hacía mejor que nadie.
• Juan Roig (Mercadona): reinvierte beneficios, paga a tiempo y genera empleo estable. Habla poco, ejecuta mucho.
• Isak Andic (Mango): empezó vendiendo camisetas en un mercadillo y hoy su empresa compite de tú a tú con gigantes globales.
• Manuel Jove (Fadesa): de albañil a constructor de barrios enteros. Su legado no está en likes, sino en ladrillos y empleo.
La diferencia es de manual:
• El farsante vive de tu fe en su promesa.
• El empresario vive de la satisfacción de su cliente.
• El farsante alardea de libertad y riqueza mientras su único ingreso real eres tú.
• El empresario genera valor que se sostiene en el tiempo, para él y para los demás.
Lo grave no es que existan charlatanes —siempre los hubo—, sino que hoy una generación entera los tome como modelo. Que un chaval de 20 años crea que la manera de “salir adelante” es grabarse en un coche caro contando frases motivacionales, en lugar de aprender un oficio, emprender con criterio o formarse en serio.
Elegir mal a quién admiras no solo te puede costar dinero… te roba tiempo, y el tiempo es el único activo que no se recupera. Por eso, antes de dejarte seducir por el próximo vídeo de un “coach millonario”, pregúntate: ¿lo que enseña crea algo tangible, emplea a alguien, aporta valor real? Si la respuesta es no, sal corriendo.
En el mundo real, el éxito no se mide en “likes”, sino en hojas de balance, en nóminas pagadas, en clientes satisfechos y en empresas que sobreviven a las modas. Los empresarios de verdad no te venden la entrada a su club, te venden un producto o servicio que funciona. Los otros… te venden la entrada a su teatrillo.
La elección está en tus manos: vivir fascinado por el humo o aprender de quienes saben encender una fábrica, un taller o una idea y mantenerla viva durante décadas. Porque la diferencia entre un farsante y un empresario real es que el primero desaparece cuando se apaga la cámara. El segundo sigue ahí cuando todo el mundo se ha ido a dormir.
¡Se me tecnologizan!