Educamos súbditos, no ciudadanos

Si no cambiamos el modelo educativo ya, no tendremos una generación perdida; tendremos millones de cerebros perfectamente domesticados, formados para obedecer, no para transformar

Un aula desierta en el colegio público

Un aula desierta en el colegio público. EFE/PC/Archivo

¡Ey Tecnófilos! ¿Cómo puede ser que estemos viviendo la mayor revolución tecnológica desde la imprenta, y el sistema educativo siga funcionando como si estuviéramos en el siglo XX? Es una pregunta incómoda. Por eso nadie en los despachos la responde. Porque implica admitir que el sistema —ese mismo que presume de formar ciudadanos del futuro— está anclado en el pasado como una piedra en el fondo del río.

Nuestros hijos y nietos nacen en un mundo donde una app puede resolver un problema de química, explicarlo en tres idiomas, representarlo en 3D y enseñarte a hacerlo tú mismo. Mientras tanto, en clase les hacen escribirlo a bolígrafo, en folio cuadriculado, sin calculadora, sin ayuda, “porque así se aprende de verdad”. ¿De verdad?

¿Para qué memorizar quién firmó el tratado de Utrecht si puedes saberlo en 0,3 segundos con una IA? ¿Para qué forzar a los chavales a tragarse la sintaxis como si fueran filólogos, si hoy un algoritmo te analiza la estructura de una frase en 87 idiomas antes de que termines de pestañear?

No se trata de despreciar el conocimiento clásico, sino de entender que la educación no puede seguir siendo un museo. Porque mientras seguimos enseñando a rellenar exámenes tipo test, lo que el mundo necesita es gente capaz de resolver problemas reales. Lo que valoramos sigue siendo la obediencia, la memorización, el silencio, la entrega sin rechistar. Castigamos la curiosidad, la duda, el pensamiento crítico. Y luego nos sorprendemos de que salgan del instituto sin saber hacer una declaración de la renta, sin entender un interés compuesto, o sin detectar una estafa digital.

Pero eso sí: saben declinar el verbo “amar” en latín. Amar, amas, amat… y nadie les ha enseñado a amarse a sí mismos. Qué ironía tan miserable.

Hoy, un chaval de 15 años puede crear una web, diseñar un logo con IA, escribir un texto en tres idiomas y editar un vídeo que da mil vueltas al noticiario de la tele. ¿Y qué le mandan hacer? Un mural con papel de charol y purpurina sobre la Revolución Francesa. Cartulina verde, por favor, que la profe lo quiere “manual”.

¿Queremos esfuerzo? Perfecto. Pero también queremos inteligencia. Queremos eficiencia. Queremos que un alumno que usa ChatGPT no sea tachado de tramposo, sino valorado por su capacidad de buscar soluciones. Que se enseñe a usar la IA con criterio, que se diferencie el copia-pega de la verdadera reflexión. Pero claro… eso implicaría que el profesor también tendría que aprender. Y eso —según muchos claustros— parece una herejía.

¿Qué educación estamos dando si el mayor castigo es que alguien piense por su cuenta? ¿Por qué los exámenes valen más que los debates? ¿Por qué seguimos sin enseñar habilidades que se usan el 100 % del tiempo? Comunicación. Creatividad. Gestión emocional. Pensamiento crítico. Ética digital. Trabajo en equipo.

Estamos entrando en un mundo donde las máquinas aprenden y piensan… mientras los humanos repiten. Y la solución no es más control, más reglas, más castigos. Es más conciencia, más criterio, más evolución.

Si no cambiamos el modelo educativo ya, no tendremos una generación perdida. Tendremos millones de cerebros perfectamente domesticados, formados para obedecer, no para transformar. Ciudadanos con títulos, pero sin criterio. Con carreras, pero sin ideas propias.

Así que no nos engañemos más: ¿Queremos formar ciudadanos que piensen o súbditos que aprueben?

El futuro empieza en la escuela. Y si no lo rediseñamos, nos pasará por encima.

¡Se me tecnologizan!

Historias como esta, en su bandeja de entrada cada mañana.

O apúntese a nuestro  canal de Whatsapp

Deja una respuesta