Los montes gallegos: patrimonio, responsabilidad y futuro

Las imágenes de hectáreas calcinadas, aldeas amenazadas y equipos de extinción desbordados se repiten como una dolorosa rutina que erosiona no solo el paisaje, sino también la confianza en nuestra capacidad colectiva para gestionar un recurso estratégico

Varias personas observan el incendio en Zamorela, a 11 de agosto de 2025, en Chandrexa de Queixa, Ourense / Europa Press

Varias personas observan el incendio en Zamorela, a 11 de agosto de 2025, en Chandrexa de Queixa, Ourense / Europa Press

Galicia es, sin lugar a dudas, tierra de bosques. Más de dos tercios de nuestra superficie está cubierta de arbolado, lo que nos convierte en una de las regiones europeas con mayor densidad forestal. Este hecho, lejos de ser un dato anecdótico, tiene profundas implicaciones para nuestra economía, para nuestro medio ambiente y para la vida de miles de familias que dependen de los recursos que los montes generan.

El sector forestal y de la madera representa más del 12% de nuestro PIB industrial y da empleo directo a decenas de miles de gallegos. Las empresas de transformación, desde la carpintería tradicional hasta la industria papelera y maderera, encuentran en nuestros montes la materia prima que sustenta su actividad. A ello se suma el valor intangible de nuestros bosques: pulmón verde, garantía de biodiversidad, escudo frente al cambio climático y espacio de ocio y bienestar.

Sin embargo, cada verano asistimos con preocupación a la devastación provocada por los incendios forestales. Las imágenes de hectáreas calcinadas, aldeas amenazadas y equipos de extinción desbordados se repiten como una dolorosa rutina que erosiona no solo el paisaje, sino también la confianza en nuestra capacidad colectiva para gestionar un recurso estratégico.

Conviene recordar que la mayoría de los incendios no son fruto del azar ni de la fatalidad climática, aunque las olas de calor y la sequía los agravan. Diversos estudios apuntan a que una parte muy significativa tiene origen humano: negligencias, quemas incontroladas, intereses espurios e incluso actos delictivos. A ello se añade un factor estructural que no debemos obviar: el abandono del rural y el progresivo envejecimiento de la población.

Un monte sin gestión se convierte en un polvorín. La acumulación de matorral, la fragmentación de la propiedad —con parcelas diminutas y, en muchos casos, en manos de herederos que residen en las ciudades o incluso fuera de Galicia—, la falta de limpieza regular y la ausencia de aprovechamientos económicos sostenibles favorecen que cualquier chispa se transforme en un incendio incontrolable.

«Es un desafío compartido, que nos interpela a todos como sociedad»

A esta realidad se suma la presión de especies exóticas de rápido crecimiento que, aunque han tenido un papel relevante en la industria, plantean un reto adicional en términos de gestión y de propagación del fuego.

Como presidente de la Confederación de Empresarios de Galicia, quiero subrayar que este no es un problema exclusivo de las administraciones públicas. Ni de los propietarios forestales. Ni de las empresas. Ni de los vecinos del rural. Es un desafío compartido, que nos interpela a todos como sociedad.

Los empresarios sabemos que sin montes gestionados y productivos, nuestro tejido industrial pierde competitividad, nuestra marca como región sostenible se ve dañada y nuestra economía se resiente. Pero también sabemos que sin la implicación ciudadana, sin concienciación y sin un marco normativo estable y eficaz, los esfuerzos individuales resultan insuficientes.

Es urgente pasar de la constatación del problema a la implementación de soluciones duraderas. Permítanme destacar algunas líneas de trabajo que considero prioritarias:

Gestión activa y profesionalización del monte. Necesitamos impulsar fórmulas de agrupación de la propiedad forestal, como las sociedades de fomento forestal (SOFOR) o las concentraciones parcelarias, que permitan una gestión conjunta y eficiente. Un monte cuidado no solo produce más y mejor, sino que también arde menos.

Valorización económica sostenible. Debemos fomentar mercados que retribuyan adecuadamente la madera certificada, los aprovechamientos no madereros (resina, castaña, setas) y los servicios ecosistémicos. Un bosque que genera ingresos para sus propietarios es un bosque vigilado y mantenido.

Innovación y tecnología. La digitalización también debe llegar al sector forestal: sensores de detección temprana de humo, sistemas de teledetección con drones y satélites, mapas de riesgo actualizados en tiempo real. La colaboración entre universidades, centros tecnológicos y empresas abre una vía de modernización imprescindible.

Educación y sensibilización. No hay plan de extinción que pueda sustituir a la prevención. Es esencial implicar a la ciudadanía desde la infancia en el respeto y cuidado del monte. Campañas educativas, voluntariado ambiental y participación vecinal son herramientas poderosas.

Colaboración público-privada. Las administraciones deben garantizar recursos, planificación y coordinación, pero las empresas también podemos contribuir con conocimiento, inversión y compromiso. Existen ya ejemplos de proyectos conjuntos de repoblación y limpieza que demuestran la eficacia de sumar esfuerzos.

Marco normativo estable. Los cambios constantes en la regulación forestal generan inseguridad y desincentivan la inversión. Necesitamos reglas claras, simplificación administrativa y un plan a largo plazo que trascienda legislaturas y colores políticos.

No podemos resignarnos a que cada verano el fuego borre lo que la naturaleza tarda décadas en construir. Galicia tiene la oportunidad de convertirse en un referente europeo en gestión forestal sostenible, pero para ello debemos abordar con valentía las causas de los incendios y apostar por soluciones estructurales.

Desde la Confederación de Empresarios de Galicia reiteramos nuestra disposición a colaborar con las instituciones y con la sociedad civil para proteger este patrimonio común. Porque defender nuestros montes es defender el empleo, la economía, el paisaje y la vida.

Los incendios no distinguen entre propiedad privada y pública, entre utilidad económica o valor ambiental. Todo lo devoran. Frente a ellos, solo cabe la unidad, la corresponsabilidad y la visión de futuro. Galicia es bosque. Galicia es verde. Hagamos que también sea ejemplo de cómo un pueblo sabe cuidar aquello que le da identidad, riqueza y esperanza

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