El 15M se planta en la antesala de la Moncloa

Cinco años después de las acampadas de los indignados en Sol, el movimiento del 15M se convirtió en un modelo de exportación y en una marca política que acaricia el gobierno

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El esperado Godot llega cuando los demás lo han obviado. A nadie se le escapa que los chicos de la acampada en Sol, iniciada por 50 miembros de Movimiento Real el 15 de mayo de 2011, han construido en poco tiempo un espacio político de indiscutible potencial; a nadie se le escapa y menos a las cúpulas del bipartidismo.

A los instalados, los sondeos les regalan los oídos y ellos confían en que seguirán mandando después del 26J: Mariano Rajoy, presidente vitalicio, se pasea por los jardines de Moncloa adornado con la sorna de Fitz James entre los andamios florales del Palacio de Liria. Pedro Sánchez tiene prisa; recurre a la vieja guardia (Borrell, Robles, Gabilondo) para rehabilitar el despotismo ilustrado de la socialdemocracia menguante. Ambos son así de tercos: aprietan sus filas por última vez, antes de que una estampida les levante la falda.

La génesis de los indignados

«El 15M nos trajo al Soberano negativo, el que dice basta. Pero no es suficiente con decir que no», afirma Daniel Innerarity, doctor en Filosofía, profesor de la Universidad de Zaragoza, premio Unamuno de Ensayo y analista conspicuo en un país devastado por la pereza mental. La destrucción creativa exige mucho más que el simple conservadurismo si uno no se quiere entontecer desmontando lo establecido por sistema o recreándose en la impotencia.

El puro levantisco es un ser antisocial. La formación morada nació como un partido-movimiento, el partido de los círculos, impulsándose sobre los focos de conflictividad y alcanzando altos niveles de aceptación social. La PAH de Ada Colau fue uno de sus puntales, y hoy sus portavoces en Madrid, Rafa Mayoral e Irene Montero, forman parte de la dirección de Podemos.

La expansión por España

Cinco años después del 15M, el seísmo de entonces se ha trasladado civilizadamente a los ayuntamientos de ciudades como Madrid, Barcelona, A Coruña, Zaragoza o Cádiz, y también ha llegado al Congreso, donde se entonan los acordes del sorpasso. Pablo Iglesias y Alberto Garzón coronan el cambio. Desmoulins y Danton preparan su toma de la Bastilla, mientras Cánovas y Sagasta agotan las últimas horas del turnismo.

Los espacios de libertad se han convertido es espacios de poder. Esto es lo que no vio Gaspar Llamazares y, cuando Garzón tomó el mando en IU, ya era demasiado tarde. Bajo la ley de La Tuerka, Iglesias y Monedero hacían añicos al viejo PC, salvando al amortizado Julio Anguita, el hombre de la ‘pinza’, el dirigente que malogró por celos el encaje de la izquierda dura dentro de la izquierda blanda.

El menosprecio de los poderosos y el descuido de sus aliados han sido las dos grandes consecuencias del 15M. En la recomposición del espacio natural de la radicalidad, Podemos ha despertado a la revolución dormida. Ha liquidado la herencia afgana con más acción que ideología; ha fundido la tradición con el neomarxismo anteponiendo el Lenin pragmático de Las dos tácticas… frente al dogmático de El izquierdismo, enfermedad infantil.

Ataque y desgaste

En apenas un año, Podemos y las confluencias vertebran media España, muestran el camino mientras sus contrincantes, en vez de combatirles en el terreno del discurso, se limitan a desgastarles a través de la propaganda: perroflautas, bolivarianos, autoritarios. Pero quienes les acusan de estar vendidos al oro negro de Venezuela son el PP y el PSOE, dos de los partidos más corruptos de Europa. No saben que la paradoja es un arma cargada de futuro…y que el votante no es tonto.

Aires de barricada

Sol luce el adoquín de barricada, una referencia que Manuela Carmena quiere ennoblecer grabando sobre la piedra la leyenda, Dormíamos, despertamos. Quizá pensando en la Ley Sinde (la de aquella economía sostenible que quiso controlar webs y corazones desbocados).

Pero además de espacios abiertos, el movimiento tuvo también interiores, como los abrevaderos antiguos de la capital que frecuentaron los prohombres de la Transición siguiendo los pasos ya lejanos de González Ruano o Julio Camba. La ciudad del fular y la trenca fue en su tiempo la del pub Santa Bárbara y de los bares adyacentes al Madrid de los Austrias, establecimientos que hace un cuarto de siglo se trufaban de escribanos, como aquel Gijón polisémico de los Ramones (Gómez de la Serna y Valle Inclán).

Todavía hoy, cuando uno entra en el colmenar de Cela, se puede cruzar con algún superviviente del club de poetas muertos que recalaban en Paseo de Castellana antes de rendir pleitesía en Velintonia, el domicilio de Vicente Aleixandre.

Recuerdos de agitación y pensamiento

Cada vez que hay un remolino social, Madrid afila sus espolones. Así ocurrió en los últimos arrebatos de la Complutense tardofranquista, en la movida del viejo profesor o en el 15M, que hoy cumple su primer lustro. Además de cafés, vaguadas y entraña austracista, las calles de la capital tienen el toque alter-mundista matizado por el frentismo poético que proclamó Guy Debor en París, al compás de la internacional letrista.

A la más mínima salen de sus escondrijos los librepensadores de chambergo y zapato plano. Los jóvenes releen el Indignaos de Stéphane Hesse y algunos pocos llevan incluso bajo el brazo una edición antigua de One-dimensional man, el credo de Herbert Marcuse en Berkeley.

Borrada la memoria de los Nuevos Ministerios, Madrid desentierra la cazalla, la Escuela de Vallecas (Benjamín Palencia, Alberto Sánchez…), el terrazo rojo de Sabatini, el barrio de las letras y la Residencia de Estudiantes. Este fin de semana, en pleno puente de San Isidro, el rumor del Poetry Slam se fundirá con alguna reunión de sabios en la glorieta de Callao o con el friso de los lances papel cebolla. La clase reinante ya no habita el Salamanca; ahora festonea rincones en el malecón del Manzanares.

La influencia política del 15M

El 15M no es una efeméride sino una realidad que vive en las instituciones, bajo diferentes pelajes, entre acrónimos y sopas de letra, como Marea, en Comú o Compromís. Se cuela por las rendijas de los aparatos del Estado, cargado de una radicalidad democrática poco habitual en la España corporativa de los magistrados de partido, los fiscales de arte y parte, los organismos reguladores nombrados a dedo o los gobiernos lobistas que defienden intereses particulares a costa de atropellar el interés general.

Bajo la hegemonía de Podemos, lo viejo y lo nuevo convergen en lances de suerte desigual. Sus bases usan todavía el socorrido y erróneo «OTAN no», ante la mirada atenta de Julio Rodríguez, el Cemat con cinco estrellas en la bocamanga y el espíritu abierto del que no quiere perderse nada.

El mayor enemigo de la paz es el disenso mal entendido. Sin pacto entre contrarios no hay civilización. Ahí se fundamenta el salto que propone Innerarity: «Después del Soberano negativo, debemos encontrar ahora al Soberano positivo, la construcción de una alternativa sin la cual se habría hecho un esfuerzo baldío».

Zapatero, en el origen del movimiento

Destruir sin levantar nuevas convivencias es como habitar un páramo desierto. Esta sensación de vacuidad estuvo presente de forma más o menos consciente en el 15M, después del recorte descomunal al Estado de Bienestar de Rodríguez Zapatero, forzado por el eje Merkel-Juncker. El ex presidente levantó un muro de incomunicación entre el ser y el deber ser, al modificar de noche y alevosamente el 135 de la Constitución del 78.

Aquella puntilla levantó pacíficamente a los amotinados, que contaron con la aquiescencia factual del entonces ministro de Interior, Pérez Rubalcaba. El Fouché español es el hombre cuyo regreso temen hoy las baronías territoriales del PSOE, retaguardia indisimulada de todo progreso. Fouché adornó su tolerancia de fondo (la neutralidad policial) con palabras duras que auguraban un futuro triste.

Tenía razón: hoy se celebra aquel 15M con una nueva concentración bajo la férula conservadora y rancia de la Ley Mordaza del PP, un retroceso brutal en términos de espacio público.

Indignados por el mundo

Syriza, la invención discutible de Alexis Tsipras, hizo partidistas a los acampados de 2011. Ahora, el laborista británico Jeremy Corbyn se entrega a Podemos y en el ala izquierda del Partido Demócrata norteamericano, Bernie Sanders, se confiesa seguidor del equipo de Iglesias.

Hoy, 500 ciudades de toda Europa pondrán su mirada en Sol a modo de celebración. Sera también la noche de los artistas invitados, Íñigo Errejón y la magistrada Margarita Robles, última esperanza de una liaison amable entre el PSOE y la izquierda nacida libre. 

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