Análisis | Elogio de la ejemplaridad del PNV y del Partido Popular

En los próximos días vamos a conocer más casos de 'vacunitis alcaldera'. La buena noticia es que tanto nacionalistas vascos como populares ya han situado el límite de la ejemplaridad pública de este caso en la dimisión

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Hace escasas horas, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Murcia ha dimitido, que, como todo el mundo sabe, es la forma más elegante y apropiada en la que se cesa a un alto cargo político en nuestro país.

Y miren, en un país en el que el verbo dimitir se emplea siempre en imperativo y apuntando con el dedo acusador al partido rival, esta dimisión, independientemente de que sea forzada o no, no deja de ser una buena noticia para todos, ya que fija el límite de la ejemplaridad en su límite más alto, que es el abandono vergonzante de la vida pública.

Y es que miren, el goteo de altos cargos políticos y político-técnicos que como en un anuncio de L’Oreal (porque yo lo valgo) y sin encomendarse a nadie más que a sus propias gónadas estaban vacunándose contra el COVID19 saltándose todos los criterios científicos, profesionales y estéticos era ya un escándalo difícilmente soportable para un país deprimido y cabreado como el nuestro.

Y no, no hablo del daño que han hecho estos señores a sus propios partidos, que es enorme, sino del irreparable coste que está sufriendo nuestra democracia por culpa de unas acciones dignas de una república bananera.

Los irreparables costes para la democracia

Irreparable, si, he dicho irreparable, porque tras observar estos señores y señoras saltándose colas, principios y vergüenza  en virtud del muy hispánico “usted no sabe con quién está hablando” y amparados en la estúpida idea de que estas cosas pueden quedar ocultas en el limbo en la era de las redes sociales, con sinceridad, no hay nadie que crea que somos todos iguales ante la ley ni que el Estado nos protege a todos por igual.

Irreparable porque da alas al nacionalpopulismo, una aberración política que, como si de un monstruo mitológico se tratase, alimenta sus posibilidades electorales de los errores, cacicadas y renuncios de los partidos tradicionales al grito de “todos son iguales”.

Los orígenes de la vacunación indecente

Como recordarán la cosa comenzó con dos alcaldes alicantinos del PSOE, para más datos marido y mujer, que tontamente se encontraron con que sobraban vacunas en sus pueblos y que en un arranque de probidad se resignaron a vacunarse sin entrar en ningún grupo de riesgo de los establecidos por el Gobierno para evitar el público dispendio.

A ellos les siguieron dos directores de hospitales vascos, ambos cargos técnico-políticos de altura y como tales, cercanos al PNV.

Después, varios hospitales decidieron saltarse todas las normas y llamar a sus ex-trabajadores jubilados para relagarles como aguinaldo post-navideño una inmunidad adelantada.

Más tarde apareció un grupo de alcaldes indepes en la Catalunya más ultramontana y carlistona.

Y finalmente, el consejero mencionado, que en un arrebato de generosidad laboral y familiar digna de un emperador persa, decidió inmunizar a toda la consejería de salud  que dirigía.

Los reflejos del PNV y del PP

La buena noticia es que hoy, tanto PNV como PP han reaccionado dimitiendo a los implicados, un gesto que además de hablar muy bien de los reflejos políticos de ambos partidos y sus dirigentes, sitúa en posición muy complicada tanto al PSOE — que, recordemos, se limitó a suspender de militancia a la pareja de alcaldes vacuneros— como a los gestores de los hospitales implicados en la cacicada de las listas de sanitarios jubilautas con licencia para ser vacunados por la cara.

Estén seguros. En los próximos días vamos a conocer más casos de vacunitis alcaldera, la buena noticia es que tanto nacionalistas vascos como populares ya han situado el límite de la ejemplaridad pública de este caso en la dimisión. Nada por debajo de eso valdrá a los ojos de la ciudadanía, y esa es una buena noticia.

Elogiemos hoy, por tanto, la ejemplaridad pública, que ya vendrán días de penas y llantos.

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