5 pueblos marineros de Cataluña para escaparse este verano

Faros y playas, puertos y cofradías de pescadores son el común denominador de estas villas catalanas que saben a pescado, marisco y salitre

Cala S'Alguer en Palamós.

La marinera cala S’Alguer, Palamós. Foto: Òscar Vall | Arxiu Imatges PTCBG.

Con 580 kilómetros de costa, el mar ha moldeado el carácter y la fisionomía de muchos pueblos y villas de Cataluña. Entre faros, playas y cofradías de pescadores, en ellos aún es posible hoy oir cantar la subasta de pescado, degustar casi sobre la arena marisco recién salido del agua y descubrir una cultura íntimamente ligada al mar.

Visitar un eco-museo para conocer las artes de pesca, subirse a una embarcación y acompañar a los pescadores a faenar, descubrir fiestas y tradiciones, intuir leyendas de corsarios desde lo alto de una torre de defensa y, por supuesto, degustar la gastronomía local con ADN marinero son algunas de las propuestas de estas localidades que encontramos en la costa catalana desde Llançà, es la comarca del Alto Ampurdán (Girona), hasta L’Ametlla de Mar, en el Bajo Ebro (Tarragona) pasando por Begur, Cambrils, l’Ampolla, Palamós, Sant Pol de Mar o Tossa de Mar.

L’Ametlla de Mar. Foto: Turismo de Cataluña.

Con calas y playas, perfectos para hacer esnórquel o bucear, trazamos una sabrosa ruta por cinco de estas villas donde pescados y mariscos de proximidad se mezclan con elementos de la huerta y cereales en deliciosas recetas tradicionales que se promueven a través de propuestas como jornadas gastronómicas, concursos o degustaciones.

L’Escala

En la Costa Brava, en una espectacular bahía que ha atraído desde antiguo a los navegantes y viajeros (como prueba la antigua ciudad greco-romana de Empúries), se alza L’Escala.

Foto: L’Escala Turisme.

La localidad, de poco más de 10.400 habitantes, vivió durante muchos años del pescado azul que se conservaba en salazón, un método del que se encontraron indicios ya en las citadas ruinas y que ha marcado después durante siglos la cultura de L’Escala, como podemos ver en el Alfolí de la Sal, el edificio donde almacenaban la preciada materia prima para las salazones.

También interesante, el Museo de la Anchoa y de la Sal, donde conocer los diferentes trabajos que se llevaban a cabo, o las factorías que todavía mantienen viva la tradición (Salaons Solés, Fill de J. Callol i Serrats, Anxoves el Xillu, Anxoves de l’Escala).

Por supuesto, no se puede hablar de la anchoa más famosa del Mediterráneo sin degustarla en alguna de las tabernas, restaurantes o tiendas gourmet como El Xillu o el bar-tienda de Anchoas Solés, una de las marcas más importantes y fábrica de anchoas de L’Escala.

Llegada de la anchoa fresca. Foto: El Xillu.

Caminar por el paseo de Empúries con sus espectaculares dunas mientras nos acercamos al yacimiento arqueológico o adentrarse en las estrechas callejuelas de Sant Martí de Empúries son otras de las actividades que no deben faltar.

Begur

Con su abrupta costa salpicada de acantilados, pinos y calas de agua cristalina, Begur es Costa Brava en estado puro.

Además de un hermoso litoral que se puede recorrer a través de los míticos caminos de ronda, los begurenses han tejido una profunda relación con el mar que ha dejado huella en el territorio, como lo demuestran los barcos romanos hundidos en la costa, los restos románicos de Esclanyà, las torres de defensa del siglo XVI o la reconstrucción del castillo de Begur en el siglo XV.

Cala Sa Tuna. Foto: VisitBegur.

En el centro histórico de la población destacan las casas de indianos, es decir, de los habitantes de Begur que emigraron a Cuba por motivos económicos en el siglo XIX y que, al regresar, construyeron ostentosos edificios que demostraban su ascenso social.

Además, es una localidad muy ligada a la cultura: no dejes de visitar el al Espacio Mas d’en Pinc, la masía donde vivió la bailaora de flamenco Carmen Amaya, o seguir la ruta autoguiada dedicada al poeta Joan Vinyoli.

Entre sus joyas gastronómicas destacan los pescados de roca a los que se dedican unas jornadas gastronómicas durante la primavera. Si la visita no coincide con la campaña, siempre se puede (y se debe) admirar las casas de pescadores que todavía se conservan en las calas de Sa Riera y Sa Tuna, y comer en uno de los restaurantes que hay junto a la playa.

Caminos de ronda en Begur. Foto: VisitBegur.

Palamós

En cala S’Alguer, las antiguas barracas de pescadores forman una postal deliciosa. La del Castell es una de las pocas playas vírgenes que todavía quedan en la Costa Brava y conserva, en una de sus puntas, los restos de un poblado ibérico de indigetes de entre los siglos VI a.C. y I como un pequeño tesoro. En la playa de la Fosca destaca el castillo de Sant Esteve, una espectacular construcción medieval junto al mar.

Museu de la Pesca de Palamós: Foto: Costa Brava Pirineu de Girona.

Son solo tres postales de la villa marinera por excelencia de la Costa Brava que es Palamós, que suma al atractivo de sus playas innumerables posibilidades de ocio y deportes y que tiene como emblema gastronómico una famosa gamba.

En el Museu de la Pesca se puede conocer la tradición local vinculada a esta actividad económica, que se desarrolla en caladeros próximos al municipio a más de 400 metros de profundidad, como también en las barcas convertidas en museo flotante.

El Espai del Peix, por su parte, ofrece visitas guiadas, talleres y showcooking de cocina tradicional mientras se explican todos los secretos y recetas para sacar el máximo partido al conocido como ‘oro rojo’ local, y aún se puede asistir a la subasta del pescado traído diariamente a la lonja.

La famosa gamba roja de Palamós. Foto: Costa Brava Pirineu de Girona.

L’Ametlla de Mar

A lo largo de sus casi 15 kilómetros de costa, L’Ametlla de Mar regala una sucesión de playas y calas escarpadas, muchas de ellas vírgenes, con aguas cristalinas que forman un paisaje único en la costa catalana.

Ubicado en el Baix Ebre, fue un punto estratégico para ubicar torres de defensa contra los piratas hasta que en el siglo XIX se convirtió en la residencia de algunas familias de pescadores valencianos y, desde entonces, creció hasta convertirse en importante centro de intercambios comerciales con Cambrils, Tarragona y Reus.

L’Ametlla de Mar.

Las primeras cooperativas agrarias y de pescadores (el puerto fue construido en el año 1920), dieron un nuevo impulso a la villa que conserva, pese a todo, el aspecto de pueblo pescador de su nacimiento.

Conocido como La Cala, aunque el turismo se ha convertido hoy en la primera actividad del municipio, su tradición pesquera perdura, al igual que su sabor marinero, que podemos rastrear en la Lonja y el Centro de Interpretación de la Pesca, o simplemente acercándonos al puerto para ver llegar las barcas y disfrutar de la subasta del pescado.

Sinónimo de productos gastronómicos como las galeras, el atún rojo, los mejillones y las ostras y el recientemente incorporado en su gastronomía cangrejo azul, en l’Ametlla de Mar se degustan platos como el arrosejat, el calero, el suquet de peix o el atún rojo del Mediterráneo.

Los atunes se acercan a pocos centimetros. Foto Tuna Tour
En pocos lugares se puede nadar con atunes. Foto: Tuna Tour.

También frente al puerto de la localidad es posible nadar entre atunes con el Grupo Balfegó en una actividad realmente especial que tiene por nombre del Tuna Tour.

Vilanova i la Geltrú

En el siglo XIX, el barrio marinero de Vilanova i la Geltrú era conocido como ‘La Habana Chica‘ por su estrecha relación con Cuba y los emigrados a la isla.

Situada estratégicamente entre Barcelona y Tarragona, se trata de una población fascinante con una gran oferta cultural desde el punto de vista monumental, gastronómico y festivo, con su conocido carnaval encabezando la lista de eventos y más de 7 km de costa y playas para disfrutar.

Para descubrir su carácter marinero hay que visitar el Espai Far, recorrer el camino de ronda de los Colls, entre Vilanova i la Geltrú y Sitges y admirar la fachada marítima de Vilanova, con el paseo del Carme, el parque y la playa de Ribes Roges como imprescindibles.

Espai Far de Vilanova i la Geltrú.

De lunes a viernes se puede asistir a la llegada de las barcas de pescadores y curiosear por la Casa del Mar y la Cofradía de Pescadores.

No hay que dejar de probar el xató, una ensalada a base de escarola, bacalao, atún, anchoas y la salsa especial que da nombre a este plato (y que levanta no pocas controversias).

Otros clásicos de la cocina local son la sípia a la bruta con la receta de los propios pescadores, y las gambas de Vilanova.

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