Ruta por los pueblos medievales más bonitos de Girona

Entre volcanes o junto al mar, frente a picos nevados y profundos valles, los pueblos medievales más hermosos de Girona guardan pequeños y grandes tesoros para conocer

Beget, un pueblo medieval en Girona

Beget, uno de los pueblos medievales mas bonitos de Girona. Foto: Laurence Norah | Arxiu Imatges PTCBG.

Entre playas, acantilados y cumbres que rondan los tres mil metros, Girona oculta tranquilos valles, como la Cerdanya o Camprodon, y parajes mágicos como el valle de Núria o el magnético paisaje volcánico de la Garrotxa. Al borde del mar, enclavados sobre acantilados y protegidos por antiguas fortificaciones es posible encontrar pueblos que, como Santa Pau, Monells, Llívia o Peratallada, conservan el trazado y la esencia medieval entre sus calles estrechas, murallas y torres.

Historia, paisaje y gastronomía se unen en estas localidades singulares que atesoran también leyendas de caballeros y abadesas en torno al legado del románico pirenaico que se puede rastrear tanto en edificios religiosos como civiles.

Santa Pau

En la comarca de La Garrotxa, uno de los mejores exponentes de paisaje volcánico de la península Ibérica con cuarenta volcanes dormidos se encuentra Santa Pau.

Santa Pau, en Girona
Santa Pau. Foto: Pep Sau | Arxiu Imatges PTCBG.

Perfecto ejemplo de pueblo medieval cuyo núcleo urbano se formó al abrigo de un castillo, en este caso el de los barones de Santa Pau, su casco antiguo aún conserva el trazado original, en el que destaca la plaza Mayor, porticada, con sus curiosos arcos irregulares, además de las murallas y el castillo, compacto y robusto que se levanta en el punto más alto del pueblo.

Entre sus calles empedradas y empinadas y tras algún quiebro imposible, encontramos la sobria iglesia de Santa María y el Portal del Mar, desde donde obtener una perspectiva de los valles de los alrededores.

Santa Pau es además la puerta de entrada perfecta para visitar volcanes emblemáticos como el de Santa Margarida o el Croscat, los dos más famosos de la zona. ¿Quieres hacerlo más emocionante? Prueba a visitarlos desde un globo.

Para comer, una buena opción es el restaurante Can Xel, todo un clásico en la zona (sus orígenes se remontan a 1931) donde la cuarta generación familiar ofrece una buena representación de la denominada cocina volcánica.

Paisaje volcánico de La Garrotxa. Foto: Laurence Norah | Archivo PTCBG.

Ripoll

No por nada Ripoll es denominado cuna de Cataluña y es que en este municipio es clave para la historia y la identidad catalanas gracias a la figura del conde Wifredo el Velloso y el monasterio de Santa María, un importante centro cultural durante la Edad Media donde, por ejemplo, se redactaron tres Biblias que actualmente custodian los museos vaticanos.

Capital de la comarca del Ripollés, bañado por los ríos Ter y Freser, Ripoll es también un enclave natural privilegiado rodeado de cumbres, bosques y prados.

Ripoll. Foto: María Geli Pilar Planagumà | Archivo PTCBG.

Pasear hoy por las calles de Ripoll es hacer por un conjunto de arte románico único en el mundo, con el citado monasterio al frente, con su pórtico del siglo XI y su claustro único de doble planta.

El Museo Etnográfico de Ripoll, en la antigua casa señorial de Can Budallés, la exposición permanente Scriptorium, sobre la historia de la localidad o La Farga Palau de Ripoll, testigo del floreciente pasado industrial de Ripoll son otros de los lugares imprescindibles.

Además, en la localidad vecina de Sant Joan de les Abadesses puede contemplarse otra joya de la época medieval, una abadía fundada también por Wifredo el Velloso que forma parte de la ruta de Tierra de Condes y Abades y participa del mito del conde Arnau.

Para comer o cenar reserva en la Brasería Grill El Molí, en el mismo centro del municipio y con especialidades como la carne a la brasa (muy buena la espalda de cabrito y la butifarra a la brasa), las torradas con anchoas y escalivada, las alcachofas con romesco, los pies de cerdo o el bacalao con salsa de escalivada.

La butifarra a la brasa es una de las especialidades de la zona. Foto: Toni Vilches | Archivo PTCBG.

Besalú

Atravesar el puente viejo de Besalú, con siete arcos y una torre, es la llave para acceder a uno de los conjuntos medievales más importantes y mejor conservados de Cataluña.

Ubicado en el corazón de Girona, en la comarca de La Garrotxa, el puente, de estilo románico, atraviesa el río Fluviá hasta llegar a una torre de defensa que tiene una puerta de hierro levadiza.

Arrasado por inundaciones, asediado y volado en batallas, el puente se volvió a reconstruir una y otra vez; la última después de la Guerra Civil.

Besalú, en Girona
Besalú. Foto: Jordi Renart | Arxiu Imatges PTCBG.

Una vez en la localidad, las callejuelas zigzagueantes, por las que parece vayamos a retroceder en el tiempo, conducen a una hermosa Plaza Mayor, ideal para tomar un aperitivo contemplando las casas medievales.

El barrio judío, bien conservado, la iglesia del monasterio de San Pedro de Besalú y San Julián, el antiguo hospital de peregrinos, la casa Cornellá, la iglesia de San Vicente y la sala gótica del Palacio de la Curia Real son algunas de las joyitas del patrimonio cultural e histórico de esta villa.

Un sitio curioso es el Museo de Miniaturas y Microminiaturas, donde se pueden ver objetos extraños como una Torre Eiffel construida sobre una semilla de amapola.

Peratallada

Otro imponente conjunto medieval espera en la localidad de Peratallada, en el Baix Empordà. Se trata de una villa fortificada en el municipio de Forallac que encontramos protegida por tres murallas y un foso y custodiada por el castillo y su torre del homenaje.

Peratallada, en Girona
Peratallada. Foto: Arxiu Imatges PTCBG.

En perfecta armonía, su arquitectura invita a pasear por sus estrechas calles y cruzar bajo los numerosos arcos que nos saludan a nuestro paso.

En el paseo, merece la pena parar ante la iglesia de San Esteban, el castillo-palacio o la Plaza de Les Voltes, todos ellos referentes históricos y arquitectónicos.

Además, la villa destaca por su oferta artesanal y gastronómica y entre los callejones del centro despuntan sugerentes restaurantes donde abandonarse a los tesoros gastronómicos locales.

Monells

También en el Baix Empordà, Monells destaca por su precioso legado medieval que vale la pena descubrir. De pequeño tamaño (apenas cuenta con 200 vecinos) pero ingente belleza, el pueblo fue escogido como escenario de la película Ocho apellidos catalanes, lo que catapultó su fama.

Monells, en Girona.
Monells. Foto: Jordi Gallego | Arxiu Imatges PTCBG.

Rodeado por el Paraje Natural de les Gavarres, simplemente aparca el coche y deja que tus pasos te lleven hasta la plaza porticada de Jaume I.

Construcciones medievales y tradicionales casas de piedra se suceden en esta villa cuyo origen se remonta al siglo XII y al castillo de los Vizcondes de Bas, aunque hoy apenas se conserva algún lienzo de su antigua muralla.

Sí hay, en cambio, numerosos arcos en sus preciosas calles empedradas y salpicadas de macetas que ponen la nota de color.

Monells, en Girona.
Monells. Foto: Jordi Renart | Arxiu Imatges PTCBG.

Todas las calles confluyen en la plaza, también porticada, donde antaño se celebraba un importante mercado y que hoy sigue siendo el punto neurálgico de la localidad, aunque ahora ocupado por tiendas, bares y restaurantes.

Al otro lado de la Riera del Rissec, que divide el pueblo en dos, hay que pasear por el barrio del Castell donde se alzan el Ayuntamiento y la Iglesia de Sant Genís.

Castellfollit de la Roca

El pueblito más pequeño en extensión de la comarca de La Garrotxa (y uno de los más pequeños de Cataluña), Castellfollit de la Roca espera sin embargo con un impactante perfil que justifica el desvío para visitarlo.

Sobre un acantilado rocoso de 50 metros de altura se asienta esta villa medieval de calles estrechas y hermosas vistas a los valles de los ríos Fluvià y Toronell.

El pueblo de Castellfolit de la Roca en Girona.
Castellfolit de la Roca. Foto: Foto Laurence Norah | Arxiu Imatges PTCBG.

En su singular trazado, no apto para quienes sufran de vértigo, destacan el campanario de la iglesia de Sant Salvador y el reloj de la torre de Sant Roc, que marca el ritmo de este pueblo al borde de sus abruptos riscos y que parece flotar sobre los paisajes del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa.

Camprodon

En la comarca de El Ripollès, entre cumbres que casi rozan los 3.000 metros como las del Puigmal o el Bastiments, encontramos también preciosos pueblos de sabor medieval como Camprodon.

En pie desde el siglo XII, el puente nuevo sobre el río Ter es la imagen icónica de este pueblo de postal perfecto para realizar todo tipo de actividades de montaña, incluido senderismo, BTT y esquí en la estación de Vallter 2000.

Camprodón. Foto: Maria Geli y Pilar Planagumà | Archivo PTCBG.

La propia localidad destila historia en cada rincón, gracias a lugares como el monasterio de Sant Pere, la iglesia de Santa María y Sant Cristòfol de Beget, por citar algunas muestras del románico.

Además, Camprodon cuenta con un curioso museo dedicado al compositor catalán Isaac Albéniz, nacido en esta villa en 1860. También se celebra anualmente un festival de música que lleva su nombre.

Tampoco hay que perderse, en el plano gastronómico, sus famosos embutidos, especialmente el bull y la longaniza, y sus galletas, especialmente las que elabora la compañía Birba.

Iglesia de Sant Cristòfol de Beget. Foto: María Geli y Pilar Planagumà | Archivo PTCBG.

Castelló d’Empúries

El pasado medieval sigue aún muy presente en Castelló d’Empúries, donde se puede rastrear en calles y en edificios como el palacio de los condes o la lonja.

Próximo a la desembocadura del río Muga, en el golfo de Roses y con una ubicación perfecta para conjugar patrimonio, cultura, naturaleza y playa, no hay que perderse la Basílica de Santa María, el majestuoso edifico de estilo gótico construido entre los siglos XII y XV, el Ayuntamiento, la Casa Gran del siglo XIV, el portal de la Gallarda (levantado entre los siglos XI y XII), el Pont Vell, el convento de Santa Clara y los restos de las murallas.

La fuente, la lonja y la basílica de Santa María en Castelló d'Empùries.
Castelló d’Empúries. Foto: Oscar Rodbag | Arxiu Imatges PTCBG.

Si es posible, se recomienda hacer coincidir la visita al pueblo con el Festival Terra de Trobadors, en septiembre, con música de la época, combates de caballeros y mercado medieval.

Peralada

En el Alt Empordà, a apenas 7 km de Figueres, el Castillo de Peralada, antigua residencia de los condes de Peralada, es un reclamo turístico en sí mismo.

La parte más singular, y también más antigua del castillo, son las dos torres que flanquean la entrada, construidas durante la primera mitad del siglo XIV.

Peralada
Peralada. Foto: Maria Geli, Pilar Planaguma | Arxiu Imatges PTCBG.

En esta villa se respira la esencia medieval en sus calles, edificios y monumentos bien conservados, a los que se unen numerosas experiencias turísticas que permiten disfrutar del pueblo, como el Museo de la Villa, con el claustro románico de Sant Domènec, hoy sede de la oficina de turismo, la iglesia de Sant Martí, en el punto más alto de la colina, y restos de murallas de diferentes épocas.

En el emblemático castillo-palacio se celebra anualmente el Festival de Música Internacional de Peralada mientras que, cerca de los jardines que rodean el castillo, en el Celler Perelada, se organizan visitas a la bodega y catas de vinos y cavas de la Denominación de Origen Empordà.

Llívia

En la Baja Cerdanya, el pueblo de Llívia, en la falda del Carlit, es una isla española en territorio francés como consecuencia del Tratado de los Pirineos de 1659 y del Tratado de Llivia de 1660.

Llívia. Foto: Maria Geli y Pilar Planagumà | Archivo PTCBG.

El núcleo histórico de Llívia se levanta a los pies de lo que fue un imponente castillo, hoy en ruinas, y entre sus tesoros destaca la farmacia Esteve, de origen medieval (ya existía en 1415) lo que la conveirte en una de las más antiguas de Europa.

En manos de la misma familia durante 23 generaciones, finalmente León Antonio Esteve la cerró en 1942 confiando su custodia al ayuntamiento y, más tarde, a la Diputación de Girona.

Farmacia de Llívia. Foto: María Geli y Pilar Planagumà | Archivo PTCBG.

Además, hay que visitar la torre de Bernat de So, la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, La Hípica y el museo municipal.

Para comer nos quedamos con El Bistrot de Llívia con diferentes menús desde 25 euros, comida abundante y platos destacados como el trintxat y el conejo a la brasa y, en otoño e invierno, la sopa de cebolla.

Pals

En el Baix Empordà, entre la montaña y el mar, otra parada imprescindible de esta ruta de pueblos bonitos de Girona es Pals.

Pueblo medieval aupado sobre un promontorio desde el que se domina una amplia llanura y el azul del cercano Mediterráneo, el paseo por sus calles empedradas llega a parecer irreal, como de película histórica, por lo perfectamente bien conservado del conjunto.

Casco histórico de Pals, en Girona
Pals. Foto: Arxiu Imatges PTCBG.

Lo mejor es caminar sin prisa (ojo con las cuestas) por la villa amurallada y protegida por la Torre de les Hores, y paladear cada uno de sus rincones, muchos de ellos decorados con flores que rompen con su colorido la tonalidad uniforme de la piedra.

Monumentalidad aparte, Pals es muy conocido por la calidad de sus arroces, con arrozales que riega el río Daro muy cerca del pueblo o bien en las marismas que hay poco antes de su desembocadura en el mar.

Una playa kilométrica que invita a nadar con las islas Medes como compañeras se cuenta también entre los muchos atractivos de esta localidad del Baix Empordà.

Meranges

Para muchos referente del esquí en Girona, con estaciones como La Molina, Masella o Font Romeu, la comarca de la Cerdanya forma además parte de la Vía Románica que cruza el Pirineo catalán.

Meranges, en el Pirineo de Girona
Meranges. Foto: Maria Geli, Pilar Planagumà | Arxiu Imatges PTCBG.

Aquí encontramos hermosas localidades como Meranges, a 1539 metros de altitud y puerta de entrada a los lagos de Malniu, Mal, Amagats y al pico Puigpedrós (2.915 metros), la cumbre más elevada de la provincia de Girona.

Casi en la frontera con Andorra y Francia, este pueblo de calles empinadas y antiguas casas bajas reserva algunas sorpresas, como la iglesia de Sant Sadurní, de estilo románico, la capilla de Sant Antoni, los restos de un molino viejo y el curioso Museu de l’Esclop (zueco), ya que Meranges acogió a los últimos fabricantes de este tipo de zapato.ç

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