Mauricio al natural: de las playas de arena blanca a su corazón más verde y salvaje

Más allá de las lunas de miel, los corales, las hamacas y los cocoteros, Mauricio es un crisol de culturas y de colores que vibran entre la transparencia del océano y la majestuosidad de sus picos volcánicos

Mauricio más allá de resorts y lunas de miel. Foto: Xavier Coiffic | Unsplash.

Muchos piensan en Mauricio como un destino asociado a los viajes de lunas de miel. Y es cierto que son numerosas las parejas de recién casados, fundamentalmente europeas, que desembarcan en la isla sin más intención que disfrutar del descanso que garantizan sus magníficas playas coralinas y sus hoteles de gran categoría. Pero este país es mucho, muchísimo más que su franja costera.

Ante todo, Mauricio, en pleno Océano Índico y frente a las islas de Madagascar y la francesa Reunión, es riquísima en recursos naturales. También es heredera de una historia humana singular, que comenzó hacia el siglo X con la llegada de navegantes árabes y malayos y, luego, con los exploradores y colonos europeos quienes, a partir del siglo XV, comenzaron a poblarla y explotarla.

Hoy Mauricio es un país-archipiélago mestizo, con llamativas particularidades en lo cultural, lo religioso (aquí conviven sin problemas hinduistas, cristianos y musulmanes), lo gastronómico y hasta en lo lingüístico: se habla inglés, francés, creol y hindi, en función de los orígenes familiares de cada uno, a veces en una misma conversación.

Le Morne. Foto: D.R.

Lo sorprendente es que todo ello se vive con la naturalidad de saber que la principal riqueza de este país es, precisamente, la convivencia pacífica entre todas sus culturas. De hecho, la mayoría de los niños mauricianos estudian en escuelas públicas, compartiendo todos las lenguas y celebraciones del calendario religioso de cada cual. Un auténtico modelo de convivencia del que, quizás, podríamos aprender todos.

El hotel que puso a Mauricio en el mapa

A Mauricio lo puso en el mapa de los deseos de los viajeros europeos un hotel que ha sabido mantener y actualizar su charme, su belleza y sus magníficos servicios basados en un lujo bastante alejado en concepto de la ostentación habitual de los establecimientos de su categoría: The Residence Mauritius.

Un hotel de 135 habitaciones y 29 suites, muy estilosas y amplias, con su propio mayordomo dispuesto a ayudar a los huéspedes a deshacer y hacer el equipaje, preparar un baño romántico u ocuparse de la ropa para la lavandería, además de dejar en la habitación detalles de buen gusto cada día de estancia.  

Foto: The Residence Mauritius.

No menos destacable es el capítulo gastronómico, con dos restaurantes, The Planctation y The Dinning Room, en los que degustar una convincente cocina de inspiración francesa y algo de gastronomía local, con ingredientes de gran calidad, muchos de ellos llegados a diario desde Europa o Madagascar.

Por cierto, muy recomendable e inspiradoras son las clases de cocina que ofrece el propio hotel, en las que se puede aprender a realizar, por ejemplo, un suculento curry de pollo al estilo mauriciano. Y no habría que dejar escapar la oportunidad de disfrutar de algún ritual de relajación en The Sanctuary, su spa.

Belle Mare

The Residence se encuentra frente a la costa de Belle Mare, una de las lagunas coralinas que flanquean las zonas Este y Sur de la isla. En ella se puede disfrutar de una riquísima flora y fauna submarina, visible con tan solo unas simples gafas de buceo y un tubo de esnórquel.

La laguna coralina de Belle Mare. Foto: D.R.

A veces, sin necesidad de ello: solo quedándose un rato con los pies en el agua se puede ver pasar una increíble cantidad de peces. Otra cómoda opción del espectáculo submarino es subirse a cualquiera de los barcos con fondo de cristal que recorren la laguna.

Una fantástica opción para explorar Belle Mare es subirse a uno de los barcos con fondo de cristal que recorren la laguna coralina

También es muy recomendable contemplar el conjunto marino desde el aire, colgados de un paracaídas remolcado por una barca motora, actividad conocida como paravelismo (en inglés, parasailing), habitual en muchas playas de Mauricio.

La Isla de los Ciervos

Esta zona de Mauricio es un magnífico punto de partida para conocer el resto de la isla. De hecho, el propio The Residence ofrece tours privados por sus principales atractivos. No muy lejos está uno de los lugares más espectaculares de este tramo de costa: Ile aux Cerfs (Isla de los Ciervos).

Ile aux Cerfs. Foto: D.R.

Se trata de una pequeña isla arenosa, rodeada de una laguna habitada por espectaculares estrellas de mar, erizos, peces con perfectos dibujos geométricos, anémonas y corales de formas y colores inimaginables (algunos datados en más de 1.000 años de existencia).

En el centro de esta islita, y en disonancia con el magnífico entorno natural, está el campo de 19 hoyos de Ile aux Cerfs Golf Club. Rodear a pie la isla, sin abandonar su perfil costero, lleva menos de una hora y las sorpresas, en forma de especies animales y vegetales, surgen casi a cada paso.

Ile aux Cerfs está junto a la desembocadura del Gran Río del Sudeste (es un decir lo de grande), que nace en el interior de la isla y cuyo curso está jalonado de pequeñas cascadas. La última está a apenas 200 metros de la costa y se puede llegar a ella a bordo de pequeñas embarcaciones de recreo o, incluso, en kayaks.

Cascada de Chamarel. Foto: D.R.

El corazón volcánico de Mauricio

Pero, como ya dije, las riquezas naturales de Mauricio van mucho más allá de sus perfil costero. Esta isla de oscuro corazón volcánico está cubierta de un espeso manto vegetal, sobre todo en los espacios protegidos del centro y sur de la isla, que pueden presumir de una enorme biodiversidad.

De todos ellos, probablemente el más visitado es el Parque Nacional de las Gargantas del Río Negro, al que se puede acceder a través de diversos puntos.

Por ejemplo, por el Geoparque de la Tierra de los 7 Colores de Chamarel. Allí hay un mirador, accesible en coche, a la cascada de Chamarel (o de Alexandra), de unos 100 metros de altura, que vierte sus aguas en una perfecta chimenea volcánica ovalada, por la que la lava salió en, al menos, dos erupciones, separadas ambas por varios millones de años.

Tierra de los Siete Colores. Foto: D.R.

Un lugar en el que lo normal es sobrecogerse ante tanta belleza y en el que merece la pena detenerse unos minutos, escuchar el lejano rumor del agua y el canto de las muchas especies de aves que habitan aquí.

También, como ocurre en otros muchos lugares de la isla, el llamado zorro volador, un enorme murciélago que se alimenta de aves y cuyo aleteo resulta turbador por más que se sepa de un animal que solo se alimenta de frutas: ver su figura perfilarse en los cielos de la tarde-noche traslada de forma inmediata a esas imágenes de vampiros tantas veces vista en las pantallas del cine y la televisión.

Los fenómenos volcánicos son también muy llamativos en la zona que da nombre a este geoparque, con un paisaje dunar de cenizas de diferente composición, desprovisto de vegetación pero, a cambio, con una peculiar gama cromática, del ocre al morado.

Mirador Gargantas del Río Negro. Foto: D.R.

Crystal Rock

No menos espectacular resulta el paisaje desde el mirador a las Gargantas del Río Negro. Allí, amén de divisar, casi a vista de pájaro, la espesísima mata verde que configura este espacio protegido, se puede admirar a lo lejos la transparencia de la laguna coralina conocida como Crystal Rock.

Ésta es la que baña Le Morne, considerada como montaña sagrada por los mauricianos y una parte fundamental de su historia como nación. Tanto, que el lugar está considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Refugio durante los siglos XVII y XVIII de esclavos fugitivos (los cimarrones), cuando las autoridades británicas accedieron al lugar, ya en el siglo XIX, para comunicarles la abolición de la esclavitud, muchos de ellos, creyendo ser una estratagema, prefirieron arrojarse al vacío desde la cima antes que afrontar una vida que ellos creían sin libertad.

Piton Petite Riviere Noire. Foto: D.R

Recordar esta historia, tras una ruta de un par de horas hasta la cima (mejor acompañados de un guía experto) provoca escalofríos.

Por fortuna, desde este punto se contempla, a 556 metros de altura, la soberbia belleza de un paisaje con una increíble variedad de verdes y azules, la transparencia del océano y la majestuosidad de los picos volcánicos que jalonan las costas de Mauricio. Entre ellos, el llamado Piton de la Petite Rivière Noire, máxima altura la isla.

Por cierto, pese a lo recóndito del país, en pleno Índico (está a más de 9.000 kilómetros de España), durante la temporada de verano (hasta finales de octubre) se puede llegar aquí con los vuelos directos que la compañía Iberojet fleta cada miércoles desde Madrid. Una opción bastante más cómoda en tiempo que otras alternativas que pasan por París, Estambul o Dubai y una buena oportunidad de disfrutar de esta magnífica isla, a caballo entre culturas y continentes.

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