My Fucking Restaurant, la audaz apuesta verde en el corazón del Raval

Con dos décadas agitando la escena gastro de Barcelona, el italiano Matteo Bertozzi da rienda suelta a su creatividad en este pequeño restaurante de Barcelona

La mini acelga, una de las creaciones de Bertozzi en My Fucking Restaurant

El local es pequeño, un poco ruidoso si está lleno, y hay que estar atento a no seguir de largo porque pasa desapercibido entre tanta tienda de alimentación y telefonía del Raval de Barcelona. Sin embargo, la clave de My Fucking Restaurant (Nou de la Rambla, 35) no está en el postureo estético, sino en su atrevida cocina que funciona como el laboratorio de su creador Matteo Bertozzi, el mismo que hace poco inauguró a pocos metros Assalto.

Ya con dos décadas agitado la escena culinaria de Barcelona, este italiano de Rimini abrió el local hace seis años con una propuesta donde la alta calidad bien puede maridar con la innovación y la informalidad, con el acento puesto en dos ideas: combinar sus raíces transalpinas con la presencia catalana, y apostar por los productos de proximidad y los vegetales.

Acento verde

Ojo, no es un restaurante vegetariano o vegano, pero sí es cierto que la gran mayoría de los platos giran en torno al mundo verde, al punto que a fines del año pasado My Fucking Restaurant se llevó el premio Cargolet en el apartado de verduras otorgado por el movimiento Slow Food, y la guía We’re Smart Green Guide le premió con dos rábanos por su apuesta por los vegetales en los platos.

Que no falten las ostras. Foto My Fucking Restaurant

Obviamente, tampoco es un lugar donde uno llega para pedir un chuletón o una pasta. Aquí cada plato es una pequeña creación de orfebrería gastronómica, donde ya su nombre es un adelanto de la receta y la forma de preparación.

Cada plato de ‘My Fucking Restaurant’ es una pequeña creación de orfebrería gastronómica

Es cierto que se pueden elegir de la carta, pero lo mejor es dejarse llevar por alguno de los dos menús degustación, a 40 y 49 euros, con el opcional de maridaje de vinos por 25 a 35 euros más.

Cada plato requiere una compleja elaboración. Foto My Fucking Restaurant

Pequeños y elaborados entrantes

Una copita de cava Parés Baltà para dar la bienvenida, un toque de pan con mantequilla ahumada, y empezamos con un caldo de verduras asadas, una muestra de cómo se puede lograr el desperdicio cero en la cocina readaptando ingredientes.

Le siguió la berenjena china braseada con beurre blanc y sésamo, que logra que esta verdura tenga un sabor más suave que lo habitual, acompañado al instante con un boniato con chutney de cilantro y salsa de ajo asado.

Hasta aquí estábamos con el Materia Prima, un vino naranja de uvas xarel·lo y malvasía, que fue el hilo conductor a una acelga con fondue de asiago y tallos encurtidos, una interesante combinación de un queso fuerte que no llega a eclipsar la suavidad de ese vegetal.

Más me gustó la mini búfala con tartar de remolacha kale y nueces, donde hay que mezclarlo todo junto para lograr la combinación de sabores que pensó Bertozzi.

Hay pequeñas concesiones fuera de lo vegetariano. Foto My Fucking Restaurant

Una audaz combinación de sabores

El paso siguiente fue el mollet de kimchi con steak tartar y el queso ahumado escamosa. Aquí cabe abrir un paréntesis para precisar que casi todos los productos, sobre todo los vegetales, son de cercanías, sobre todo del Parque Agrario del Baix Llobregat, como parte de la apuesta por la cocina KM 0 de su creador. La excepción, nos apuntan, son los quesos y los arroces, que provienen de Italia.

Volvemos a la mesa, y esta vez con un vino Ferlat PG Rosa, de la región de Friuli-Venezia Giulia, que abrió la degustación del shisho en tempura, sazonado con una curiosa salsa de yogur, mandarina, ají amarillo y miel, que le da un toque cítrico y picante que llama la atención.

Cambio de vino, llegó el blanco seco Sindicat La Figuera de Montsant para maridar con el onglet de black angus a la brasa, una de las pocas concesiones cárnicas de My Fucking Restaurant.

Sala de My Fucking Restaurant

Los platillos son pequeños pero no se dejen engañar: cuando ya van 5 o 6 pases el cuerpo tiene cada vez menos resistencia. Pero no es posible dejar de lado creaciones como el desconcertante risotto de maíz en texturas, acompañado de palomitas (¿!) y con salsa de carne.

Y para no olvidar que hay un italiano al frente de los fogones, aterrizaron unos espaguetis al pomodoro, que en realidad es apionabo con kimchi, que llegó con el vino Casale de la antigua bodega Trebbiano Toscano.

El moscatel Tarda cerró este paseo gastronómico con la panacota de pera y cardamomo, un buen epílogo para un restaurante donde hay que dejarse llevar por el ambiente desenfadado y para recordar que la cocina más creativa no tiene por qué ser formal y pomposa.

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