Cuevas del drach: la catedral subterránea que el tiempo creó en Mallorca

En el pueblo mallorquín de Porto Cristo se encuentran unas gigantescas cuevas donde hace millones de años que el agua y las rocas moldean un paisaje surrealista para contemplar en silencio

Las Cuevas del Drac, donde la naturaleza se toma millones de años en crear arte. Foto JP Chuet-Missé

Las agujas rocosas, que emergen del suelo o cuelgan del techo, son la mejor demostración que la naturaleza no tiene ninguna prisa. Estas estalactitas y estalagmitas crecen a razón de 0,2 y 1,6 mm por año, gota a gota; en un lento camino que millones de años después forman un paisaje subterráneo tan deslumbrante como son las Cuevas del Drach, en Mallorca.

Estas cavidades ya se conocían desde la Edad Media, aunque recién a fines del siglo XIX fueron exploradas espeleólogos franceses y alemanes.

Son las más famosas de las 3.000 cuevas que se encuentra en la superficie de Mallorca, de las que media docena están abiertas al público.

Allí fuimos como parte de la escala del viaje en el Costa Firenze, uno de los barcos más grande y nuevos de Costa Crucero, que tras estar desde el verano basado en el Mediterráneo ahora ha puesto rumbo a Dubái.

La entrada a un mundo oculto

Al entrar en la oscuridad de estas cuevas, con una temperatura permanente de 20 grados y una humedad en torno al 95%, se transita con un silencio sepulcral en una entorno que por momentos recuerda a las cúpulas de las catedrales, en otro parecen una lluvia congelada por un hechizo, un bosque de bambú petrificado o un órgano con tubos de roca.

Las rocas parecen una lluvia congelada por un hechizo. Foto JP Chuet-Missé

Las cuevas recuerdan a las cúpulas de las catedrales, una lluvia congelada por un hechizo o un bosque de bambú petrificado

Las cuevas están formadas por rocas carbonatadas de 5,3 y 11 millones de años, de cuando el Mediterráneo era un mar más cálido, de los que han quedado como testigos restos de arrecifes de coral y conchas de organismos fosilizados con las formaciones.

 El agua de lluvia va disolviendo estas rocas calcáreas, en una paciente labor que lleva a que construya su puente desde el techo al suelo (estalactitas), o que haga el camino inverso (l) para ir a su encuentro.

A veces lo logran, y se funden en un abrazo que puede ser de una delgadez extrema o grueso como un tronco de eucaliptus.

Las estalactitas y estalagmitas buscan su camino. Foto JP Chuet-Missé

Paisajes surrealistas

Los caminantes transitan hasta un desnivel de 25 metros bajo tierra, en un sendero de luces tenues que le da un efecto mágico, surrealista, donde solo faltaría el aliento a azufre de algún dragón acechando en la oscuridad.

En el descenso se pasa por sitios que han quedado como puntos clave del recorrido, como el pequeño lago de los Baños de Diana, las rocas que forman un lienzo detenido llamado La bandera junto a una guardería de pequeñas estalactitas.

La imaginación popular o quizás de los primeros exploradores han bautizado a otros sitios como el Castillo en ruinas y el Monte Nevado, por el carbonato de calcio que tiñe de blanco a las rocas.

La zona de los Baños de Diana. Foto JP Chuet-Missé

El lago subterráneo

A un lado, la aparición de un canal de azul profundo prologa la llegada del punto más bajo de la excursión: el lago Martel.

Este lago es el mayor de todas las formaciones lacustres subterráneas de las cuevas: mide 170 metros de largo y su profundidad oscila entre los cuatro y 12 metros.

La formación permitió que allí se monte un anfiteatro y se presente un espectáculo que, les aseguro, no tiene comparación.

Las rocas están vivas, construyendo su catedral como hace millones de años. Y lo seguirán haciendo millones de años más

La formación La Bandera. Foto JP Chuet-Missé

Las luces bajan, y desde lejos se escuchan música clásica. ¿Será una grabación? Pues no: poco a poco se adivinan tres barcas luminosas, una de ellas con dos violinistas, un violonchelo y un armónium (similar a un órgano pero sin tubos), que mientras navegan llenan las paredes con los acordes del Canon de Pachebel, el Invierno de Vivaldi y el Barcarole de Hoffmann.

Son 10 minutos pero parece que el tiempo se detuviera. Pero uno se da cuenta que eso no es posible, que por más lento sea el reloj de estas rocas, ellas siguen vivas construyendo esta catedral como hace millones de años. Y lo seguirán haciendo por millones de años más.

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