Caixabank y Bankia crean ley para las fusiones: que se paguen solas

Contar con suficiente capital para afrontar una reestructuración sin acudir al mercado es clave para cerrar nuevas operaciones

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España vuelve a ser alumno aventajado de las reformas que Europa se inventa para el sector financiero. Tras el rescate del sistema financiero en 2012 y ser el primer país en el que probó el sistema de liquidación bancario con la compra del Banco Popular por Banco Santander, ahora estrena las fusiones amistosas, con la absorción de Bankia por parte de Caixabank.

Más allá de dar vida al banco más importante en el mercado español -nace con 20 millones de clientes-, el diseño de la operación es un manual aséptico para hacer fusiones entre entidades sin problemas aparentes, que parece que ha seguido el pentagrama del Banco Central Europeo (BCE).

Y, con las cotizaciones de la banca tan golpeadas en bolsa, el único camino para de convencer al mercado de una operación de este tipo es que se pague sola; es decir, que el grupo sea capaz de asumir todos los gastos de reestructuración; algo que no está al alcance de todas las entidades financieras.

Sin un plan de sinergias de costes -que pasa por continuar cerrando oficinas y redimensionando las plantillas- parece muy complicado obtener el premio suficiente de los inversores como para vender bien la operación.

Bankia y Caixabank han avanzado que colocarán su eficiencia por debajo del 48% (cuando más reducido bajo es este indicador, más eficiente se considera un banco) gracias a un importante plan de recorte de costes (alrededor de un 75% de las sinergias anuales se lograrán con este sistema), para lo que invertirán 2.200 millones​, que extraerán del capital del banco, que contará con un ratio CET 1 Fully Loaded del 11,6% en marzo una vez descontados todos los ajustes.

Esta reestructuración, en el actual entorno de beneficios y bajo la amenaza de una crisis de morosidad por el coronavirus, hubiera sido imposible financiarla en bolsa. Habría que haber lanzado un ampliación de capital equivalente al 13% del valor del nuevo banco, que previsiblemente habría tumbado la propia integración solo por la dilución que habría causado a sus principales accionistas.

Liberbank y Unicaja, el coste de intentarlo los primeros

El proyecto de fusión entre Caixabank y Bankia ha cuajado en un entorno económico más exigente, pero con un BCE más flexible, que al que se enfrentaron Unicaja y Liberbank el año pasado. Las dos entidades financieras -que se mantienen en las quinielas para una próxima operación corporativa-, renunciaron a fusionarse en mayo de 2019.

Aunque no existía el coronavirus, el objetivo de aquella integración era muy similar al que se presentó este viernes: apuntalar la rentabilidad a costa de las sinergias (fundamentalmente las de costes).

El banco malagueño y el asturiano, sin embargo, se encontraron con un entorno supervisor mucho más exigente, que querían bancos fusionados más fuertes y que exigían que la solvencia del grupo se fuera hacia el más alto entre los dos (algo que ha aplicado en Caixabank-Bankia, ya que este último contaba en junio con una solvencia del 13,68%, que, además, apuntaba al alza de cara al cierre del año).

En 2019, la diferencia en solvencia entre Liberbank y Unicaja -el plan base de ambos era integrarse sin una ampliación de capital-, y la posibilidad de tener que pedir recursos al mercado ante la presión del BCE para que el nuevo banco contara con la solvencia más alta entre ambos, complicaron -además de Abanca– que se pudiera fijar una ecuación de canje que contentara a las dos partes de la mesa. 

Desde entonces -tal vez viendo las orejas al lobo- los dos han continuado trabajando en reforzar su solvencia -forzada por la suspensión del dividendo-, y en los próximos podrían tener sorpresas parecidas a las de Bankia. En paralelo, el BCE ha suavizado su exigencias tanto en capital, como en cómo ajustar los costes de reestructuración.

Ambos bancos enviaron hace meses sus modelos internos de riesgos al BCE y están pendientes de validación. Cuando obtengan el visto bueno, incrementarán su solvencia y con ella su atractivo como candidato a una integración porque ganarán flexibilidad para pagar su propia reestructuración sin tener que pedir recursos al mercado.

Quizás por ello el Banco Sabadell -que es el que cuenta con un ratio de solvencia menos alto- estaría estudiando operaciones de integración con entidades más pequeñas, como Goldman Sachs. El malagueño y el asturiano le pueden aportar capital para una reestructuración, que los tres todavía no han afrontado, una vez que se ha perdido la opción de Bankia.

Ahora bien, por mucho capital que tengan, sin una voluntad de los accionistas principales (en este caso son más estables los de las antiguas cajas de ahorros), habrá poco que avanzar en la siguiente fusión española. No están los bancos españoles para lanzar opas en metálico y, de nuevo, el ejemplo es Caixabank y Bankia. 

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