La economía global ya teme las réplicas del brexit en otros países

"El Reino Unido no es Europa", pero los analistas convocados por Economía Digital Ideas y Banc Sabadell desdramatizan los efectos económicos del brexit si se contiene en las islas

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«Un inversor británico comprará antes bonos surafricanos que españoles, no por motivos de mercado, sino porque se siente más cerca de la gente de Sudáfrica, Canadá o Nueva Zelanda que de un español», en palabras de Robert  Casajoana, director académico de ISEFI (Instituto Superior de Empresa y Finanzas), conocedor fino de la City, donde trabajó como bond trader de King & Shaxson.

La afinidad se mantiene en la distancia aunque la pertenencia a la Commonwealth dejó de suponer sumisión a la corona británica en 1950. Cuando desaparecen las ventajas económicas, la cultura permanece. Toda Inglaterra es estos días un hervidero de  dimes y diretes. Pero no hay ninguna duda. Si hablan con el corazón, los  británicos quieren el brexit: nos vamos de la UE.

No necesitan darse ni  rechazar abrazos en Carnnaby street, tal como lo ha marcado una de las campañas en favor de bremain (como si cita a la opción de permanecer en la UE). Consideran que la Europa continental es un bunker de burócratas y directivas, salidas de los tratados, que algunos países miembros casi siempre incumplen, frente a «los ingleses que se toman los acuerdos al pie de la letra», explica Xavier Mas de Xaxàs, corresponsal diplomático de La Vanguardia.

Las palabras de la calle

El acervo comunitario nunca tuvo acento británico y, aunque Winston Churchill fue el primero en defender la unión de los estados europeos, en Londres solo se recuerda estos días la frase lapidaria del mítico primer ministro: «estamos en Europa pero no somos Europa». La calle habla con estas palabras.

Pero cuando el corazón deja paso a la razón, los más cerebrales recuerdan a John Maynard Keynes, que de vuelta a Inglaterra tras uno de sus viajes a Estados Unidos, donde protagonizó su célebre polémica con Harry Dexter White (poco antes de la creación del Fondo Monetario Internacional), dijo muy claro aquello de «vuelvo a casa, no a Inglaterra, sino a Europa».

En plena fiebre del brexit, un grupo de expertos debatió este miércoles convocados por Economía Digital Ideas en el auditori del Banc Sabadell sobre la muy posible salida del Reino Unido, tal como reflejan las encuestas. A pocos día del referéndum del 23 de junio, los citados Casajoana y Mas de Xaxàs, completaron la mesa de ponentes junto a Sergi Martrat, director de economía internacional y mercados financieros del Sabadell y Pol Morillas, investigador principal para Europa del CIDOB.

El debate barre en Periscope

El debate, que moderó Manel Manchón, director de Economía Digital, barrió en las nuevas redes sociales. Periscope hervía… Si se produce la salida, nos esperan dos años de negociaciones entre Bruselas y Londres sobre las condiciones y el coste de la desconexión. Martrat parte de que, en cualquier caso, el «impacto será menor de lo que ahora parece, con un escenario final similar al estatus que tiene actualmente Suiza».

El Tesoro calcula una caída global del 4% del PIB y una devaluación del tipo de cambio de la libra esterlina de entre el 10% y el 12%, unos tramos que ya los mercados de divisas se han encargado de descontar. Más del 40 % del comercio británico se destina a la UE. En estos momentos, la economía global no teme tanto la salida del Reino Unido como la réplica del brexit en otros países como Austria, Polonia y especialmente los estados del Este.

Si el «mal inglés» se generaliza, el fin de la Unión ya puede darse por descontado. El brexit se relativiza en el complejo mundo de la sociedad civil del Reino Unido, del mismo modo que la entrada en la CEE se tomó con distancia. El primer paso de la adhesión, la negociación con la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (génesis de la actual Unión) ya fue en su momento todo un juego de amagos y tentativas.

Maastricht no pisó nunca las islas

Y no siempre fueron los ingleses los culpables. No olvidemos que el Reino Unido tuvo que esperar a la retirada del ex presidente francés, Charles de Gaulle, para firmar su entrada de la mano del conservador Edward Heath. La memoria es incluso más reticente cuando se recuerda que la dura  actitud de Margaret Thacher ante Bruselas permitió a Londres mantener el llamado «cheque británico».

El espíritu de Maastricht no pisó nunca las islas británicas y la clase política inglesa se mostró especialmente contraria al tratado de Lisboa, de 2009, la auténtica Constitución de la UE. Los ingleses no sienten Europa como suya, entre otras cosas, porque no la lideran, dice Mas de Xaxàs. La obsesión de la ciudadanía hoy se resume en el deseo de «recuperar el control».

Esta es la idea que se va imponiendo en los despachos, los domicilios y los parques públicos del Gran Londres: «decidamos por nosotros mismos». Para salvar al continente del enemigo nazi no necesitaron ninguna Unión; en la batalla de Dunkerque, último baluarte de la Europa libre, «estuvimos nosotros; nosotros solos».

UK es un país sin Constitución escrita, una nación de naciones, que «nunca tuvo una soberanía codificada», lo que la hace distinta de los estados de la Unión basados en un estatuto de ciudadanía del que carecen los británicos.

Una Unión cada vez más estrecha

Pol Morillas recuerda por su parte que antes de la dramática disyuntiva, –¿brexit o bremain?– la propuesta presentada por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a David Cameron, para conferir un nuevo estatus al Reino Unido, reducía los tratados constitutivos a la mera gestión burocrática de un mercado único que comparte distintas monedas, constituido por esferas de gobernanza diferenciadas.

El investigador principal para Europa del CIDOB, uno de los cerebros analíticos de la Cataluña actual, recuerda que más allá de las medidas concretas del acuerdo que se puedan alcanzar entre Londres y Bruselas después del brexit, se generaliza la sensación de una Unión cada vez más estrecha.

«La UE se aleja ya de sus orígenes fundacionales, en los que las instituciones europeas se veían como herramientas de confluencia social y política. Una situación que se añade a la crisis migratoria, con el cuestionamiento del espacio de libre circulación de personas, y a la crisis no resuelta de la zona del euro».

El brexit, la cuestión de los refugiados y la crisis no resuelta del euro «son crisis que se superponen hasta generar el momento más delicado de la historia de la Unión».

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